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[Op-Ed] La vida inmediata

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        Hace poco más de una década podíamos mantener la atención en un libro durante horas y sostener conversaciones profundas sin la necesidad compulsiva de revisar nuestros teléfonos. Ahora, nuestros cerebros parecen zumbar con una inquietud constante, saltando de una pieza de información a otra como una abeja entre un campo de flores. 

 

        La llegada de TikTok y plataformas similares ha transformado radicalmente la manera en que nuestro cerebro procesa la información, con videos de quince segundos, transiciones rápidas y estímulos constantes que bombardean nuestros sentidos. Nuestras mentes, moldeadas por millones de años de evolución para procesar el mundo a un ritmo natural, ahora se encuentran sometidas a un compás que las sobrepasa. Como una máquina forzada a funcionar más allá de sus especificaciones, nuestros cerebros comienzan a mostrar signos de desgaste prematuro.

 

       Los neurocientíficos han comenzado a documentar cambios alarmantes en nuestros patrones cognitivos. La capacidad de atención sostenida se desmorona, la memoria de trabajo se debilita, y la habilidad para el pensamiento profundo y reflexivo se erosiona gradualmente. Nos estamos convirtiendo en procesadores superficiales de información, expertos en deslizar el dedo sobre una pantalla, pero incapaces de caer  en las profundidades del pensamiento contemplativo.

 

       Los síntomas de esta transformación son evidentes en nuestra vida cotidiana. Los trabajadores no pueden retener más de una instrucción dada, los estudiantes ya no pueden completar la lectura de un capítulo sin revisar sus redes sociales, las personas no son capaces de terminar de ver un video si dura más de un minuto, las conversaciones se interrumpen constantemente por la necesidad compulsiva de documentar cada momento en Instagram o TikTok, como si la experiencia no fuera real hasta que se comparte en línea. 

 

       Esta sobrecarga cognitiva constante está creando una generación de mentes fragmentadas y la ansiedad y la depresión podrían florecer muy fácilmente en este terreno fértil de sobreestimulación y conexión superficial. Nuestros cerebros, diseñados para encontrar patrones y significado en el mundo que nos rodea, se encuentran abrumados por un torrente incesante de información que raramente tiene tiempo de convertirse en conocimiento verdadero.

 

       La llegada de las inteligencias artificiales añade una nueva capa de complejidad a este panorama, pues cada vez más delegamos nuestras capacidades cognitivas a estas herramientas, y la conveniencia de tener respuestas instantáneas a cualquier pregunta puede estar atrofiando nuestra capacidad de luchar con los problemas y de encontrar satisfacción en el proceso de descubrimiento. Las inteligencias artificiales se vuelven cada vez más sofisticadas, capaces de procesar y analizar información con una profundidad asombrosa, y nuestras propias capacidades cognitivas parecen regresar a un estado más primitivo. Consumimos información como comida rápida, en bocados pequeños y adictivos que nos dejan perpetuamente insatisfechos y ansiosos por más.

 

       Nuestros niños y adolescentes, con cerebros aún en desarrollo, son particularmente vulnerables a estos cambios. Están creciendo en un mundo donde la gratificación instantánea es la norma y donde la profundidad se sacrifica en el altar de la inmediatez ¿Qué tipo de adultos producirá una infancia guiada por algoritmos diseñados para mantener la atención cautiva a cualquier costo? La tecnología no es propiamente  negativa; ha traído avances increíbles y ha democratizado el acceso al conocimiento de maneras que nuestros antepasados apenas podían soñar. Sin embargo, como cualquier herramienta poderosa, su impacto depende de cómo la utilicemos. 

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