The Tulsa Race Massacre: Pasado y presente de una vergüenza histórica
El pasado y el presente se han encontrado este fin de semana en Tulsa cuando se cumplen 99 años de una de las más vergonzosa y sanguinarias matanzas raciales de la historia de Estados Unidos.
El 1 de junio de 1921, unas trescientas personas afroamericanas del pujante distrito de Greenwood fueron calcinadas y sus negocios quemados por una turba de segregacionista blancos. La matanza pasó a la historia como la Masacre del Wall Street Negro de Tulsa, y el pasado domingo la ciudad tuvo la oportunidad de restituir la historia más allá del intento de reparación de 1996 cuyas recomendaciones siguen sin aplicarse hoy en día. Entre ellas, la dotaciones de becas para jóvenes afroamericanos y la compensación a las víctimas de la masacre y sus familiares.
El domingo miles de personas se reunieron pacíficamente en el distrito que otrora fue lugar de un baño de sangre racista para protestar por los continuos asesinatos de personas negras.
Sus peticiones eran muy claras: pedían responsabilidad policial, mayor inversión en salud mental y bienestar de la comunidad negra y justicia para las víctimas del sistema legal y criminal.
La marcha iba a pasar por el Parque de la Reconciliación John Hope Franklin y terminar en el campus de la universidad, pero debido a la gran cantidad de personas que acudieron a la marcha y a un aviso policial en el que se reportó grupos de agitadores que pretendían boicotear los actos, no les quedó más remedio que cambiar la ruta.
Las imágenes, repetidas hasta la saciedad, muestran a un camión amenazando con atropellar a los manifestantes, aunque sólo hubo un herido hospitalizado y dos hombres blancos que habían sido los responsables, según varias fuentes, de que el camión desviara su ruta.
Más allá de este caos, la marcha, liderada por la organizadora del Rally de Vidas Negras, Tykebrean Natrail Cheshier, se desarrolló de forma pacífica.
Sin embargo, al llegar la noche, el polvorín se desat´o. Un grupo de manifestantes diferenciados de la mayoría pacífica se enfrentó a la Policía produciéndose un intercambio violento que dejó también varios negocios del distrito de Brookside vandalizados. ¿Qué podemos aprender de ello?
El tiempo tiene solapas, a menudo se pliegan y sentimos que el pasado se nos cae encima. A principios de 1900, Tulsa era una rara avis del sur de Estados Unidos, al igual que toda Oklahoma, porque había quedado libre del tradicional conflicto entre abolicionistas y esclavistas e incluso era considerado un “estado refugio” para los indios, pero la ideología del privilegio pesaba demasiado todavía en 1920.
La mecha se encendió en verano de aquel mismo año. Hubo disturbios en todo el país, una caza de negros a la que se unieron los migrantes europeos que acusaban a los afroamericanos de quedarse con el empleo. Lo llamaron Verano Rojo. Incluso en Arkansas, estado vecino, tirotearon a más de 200 campesinos afroamericanos que reclamaban mejoras salariales.
Para cuando llegó mayo de 1921, el ambiente estaba tan tenso que un incidente hizo saltar la aparente paz por los aires en Tulsa.
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Un limpiador de zapatos negro de 19 años, Dick Rowland, fue acusado de agredir a otra adolescente blanca, Sarah Page, en el ascensor de un centro comercial. La acusación era bien boba: Rowland pisó por accidente a la joven, pero se le acusó de haberla asaltado.
Los rumores llegaron a ambos flancos. A los blancos les dieron una versión fantasiosa de lo ocurrido; a los negros se les dijo que Rowland había sido torturado en prisión. Los manifestantes de un frente y otro se agolparon en el juzgado y empezó una brutal pelea en la que fallecieron diez blancos y dos negros. El Tulsa Tribune publicó una editorial en donde empujaba a linchar a los afroamercianos. Y les creyeron.
El 1 de junio de 1921, cientos de personas caucásicas marcharon hacia Greenwood armados hasta los dientes. Sacaron a madres e hijos de sus hogares, los asesinaron y prendieron fuego a sus negocios. Hubo violaciones, tiroteos e incluso bombardeos por parte del gobierno. Treinta y seis calles fueron reducidas a cenizas.
Nadie fue ajusticiado por la matanza. Los cuerpos se sepultaron en fosas comunes y se mintió sobre el número de fallecidos -39 en lugar de 300-. Hubo varios intentos de rescatar la tragedia y sacarla a la luz veinte años después, y luego en los años 70’ y finalmente en 1996, cuando se creó una comisión para investigar los disturbios.
Curiosamente, el mundo ahora conoce mucho más la historia gracias a la serie Watchmen.
Ahora la pregunta es si, como ocurre en la serie, alguien va a tomar en serio las conclusiones a las que llegó ese comité de investigación, cosa que jamás se ha hecho, para que no sólo se repare la historia sino que se evite que vuelva a repetirse.
“Nuestras vidas importan”, recordaba Cheshire, la líder de la manifestación pacífica de Tulsa del pasado domingo.
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