En mi viejo San Juan, una canción eterna escrita en 10 minutos
Los países suelen tener dos himnos nacionales: uno instituido por el Estado, que todos los ciudadanos deben aprender a entonar en plazas y escuelas, y otro que se aprende cantando y bailando en fiestas.
Los primeros notarizan historias patrias de héroes que ganaron independencias, historias que –por demás– ninguno ha vivido en carne propia. Los segundos narran memorias más cercanas al pueblo; anécdotas que se reproducen en calles, barrios y campos. Himnos no de una historia pasada sino del día a día.
A falta de independencia, Puerto Rico tiene varios himnos: La Borinqueña (versión oficial), La Borinqueña (versión original y revolucionaria), y un sinnúmero de otras canciones legendarias. Entre ellas, “En mi viejo San Juan” ocupa un lugar especial en el corazón de millones de boricuas.
Noel Estrada, entonces jefe de protocolo del Departamento de Estado de Puerto Rico, la compuso en 1943 a solicitud de un hermano suyo –Eloy Estrada– que se encontraba en el frente de batalla en la Segunda Guerra Mundial.
De la mano del Trío Vegabajeño, el bolero se convirtió en un éxito que le dio la vuelta al mundo y que estrellas de la talla de Javier Solís, Daniel Santos, Sara Montiel y Libertad Lamarque grabaron en la memoria de millones de hispanoparlantes en Europa y el continente americano.
El pasado 4 de junio se celebró en la Isla del Encanto el centenario de Noel Estrada. A continuación, AL DÍA reproduce un artículo del profesor de español de Drexel University Israel Rolón-Barada, pariente lejano del autor puertorriqueño.
Por Israel Rolón-Barada
El 4 de junio es el centenario del nacimiento de Noel Estrada Suárez, el compositor de “En mi viejo San Juan”. Estrada nació en Isabela, nuestro hermoso pueblo costeño que todavía conserva la virginidad de algunas playas según las encontrara Cristobal Colón al descubrir la isla de Puerto Rico. Allí fue que Noel nació hace cien años gracias a que la familia de su madre, doña Juanita Suárez Banucci de la Rosa, enfermera de profesión, vivía en este pueblo y todavía era la costumbre en aquel entonces de ir a parir en la casa de la familia.
Ya de vuelta a la ciudad capital con el recién nacido, Noel pertenecería a una familia convencional que consistía de un padre maestro de escuela y ministro de la Iglesia Evangélica, pianista y amante de la música, llamado don Eloy Estrada Fornet. Con el tiempo, además de sus padres, el hogar contaría con un total de siete hermanos en su residencia de la calle Buret, en Santurce.
Noel estudió en la Central y luego ingresó a la Universidad de Puerto Rico, donde se especializó en empresariales, y desde donde comienza su vida laboral como servidor público en el Departamento de Hacienda. En resumen, con motivo de su centenario aquí describimos, a vuelo de pájaro, los orígenes del compositor.
Sin rastros de estudios musicales formales, aparte de la existencia en su hogar del piano de su padre y la auto-enseñanza musical, encontramos precisamente la grandeza de Noel. Ya a los 25 años de edad, para 1943, se había convertido en un compositor internacional. Para entonces, aparte de destacarse por la composición de una serie de boleros que ya eran conocidos en el panorama de la música popular puertorriqueña, como “El amor del jibarito”, “Lo nuestro terminó”, “Rumor de llanto”, o “Amor del alma”..., además de sus villancicos navideños y el cultivo de otros géneros y ritmos típicos del Caribe, daba un paso adelante como el canta-autor de la melodía internacional que todos conocemos: “En mi viejo San Juan” (2 de agosto de 1943).
De aquí en adelante, además de su vida como funcionario público, sería reconocido internacionalmente como “músico innato” y compositor, completando así su vida profesional.
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Como se puede apreciar en las fotos que acompañan este texto, Noel Estrada, aparte del compositor y músico que conocemos, en todos los años que le dedicó al Gobierno, desde su humilde posición de Jefe de Protocolo del Departamento de Estado, del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, durante el transcurso de todas las administraciones y partidos políticos, ya fuese en La Fortaleza, o en la Alcaldía de San Juan, fue un "embajador" gubernamental y cultural a través de toda su carrera profesional.
Algo que también le quitó tiempo y energía a su música, que pasaba a un segundo plano en muchas ocasiones y etapas de su vida productiva, a la misma vez que luchaba con sus problemas de salud, el progreso, el deterioro, y las complicaciones de una diabetes juvenil que padecía desde los 17 años. Para complementar su labor gubernamental, tenemos la aportación de su música como regalo del cielo.
El legado de su obra maestra, del título musical con que nos identificamos a nivel internacional, "En mi viejo San Juan", le sirvió de música de fondo a sus casi 40 años de servicio público. Tal vez no nos damos cuenta y con el tiempo se nos escapa u olvidamos la relevancia de la gran aportación de nuestro compositor y maestro que nos ha dejado una gran herencia con la que cuando viajamos fuera de la isla contamos sin ni siquiera tomarlo en consideración.
Aquel bolero que compuso a petición de su hermano menor Eloy (Eloíto) que participaba en la Segunda Guerra Mundial, nos sirve de aval, de pasaporte cultural, o talismán, en tantas ocasiones..., pero lo damos por contado y garantía. Es una herencia musical que nos toca a todos por igual.
¿Quién no siente nostalgia en algún momento por el primer amor? ¿Qué puertorriqueño no recuerda o se identifica con algún paseo placentero de juventud por nuestra ciudad capital? ¿Quién no se emociona o experimenta algún sentimiento especial y profundo al estar en el extranjero "pues lo quiso el destino" y recordar alguna imagen de nuestra ciudad amurallada de más de 500 años?
¿Quién no ha dejado su "corazón frente al mar en el viejo San Juan" en alguna ocasión? En esto consiste el valor universal de esta composición.
La mayoría de los intérpretes de peso de la canción hispanoamericana de su generación lo han reconocido y la han cantado con la misma emoción, o más, haciéndola muy suya con sus respectivos ritmos y estilos, que los mismos puertorriqueños.
Ahí están como evidencia todas las interpretaciones disponibles para el público en general, dentro y fuera de Puerto Rico, desde Javier Solís (México), Libertad Lamarque o Ginamaría Hidalgo (Argentina), Rocío Dúrcal o Sara Montiel (-“la última de los famosos en grabarla”, como me solía repetir con orgullo “la violetera”) (España), Felipe Pirela (Venezuela), o nuestros queridos cantantes internacionales Daniel Santos, o José Feliciano, sólo por mencionar algunos ejemplos.
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Pero Puerto Rico está en deuda con Noel Estrada. Aparte de la admiración y cariño genuino que siempre recibió de los lideres políticos para quienes trabajó por tantos años, y todo el disfrute del transcurso de su vida artística, ninguna de estas dos plataformas serían lo suficiente, económicamente hablando, para dedicarse por completo a la música, que era el mayor de sus talentos, y la verdadera vocación y felicidad de Noel Estrada.
Sería muy justo y productivo en términos culturales poder conmemorar y hacer honor al insigne compositor de fama y reconocimiento internacional por su centenario. No estaría demás recordarlo y reconocerlo como figura pública, y como el caballero de gran espiritualidad y sensibilidad que siempre fue. Nos dejó físicamente el 1 de diciembre de 1979, pero vivirá para siempre por medio de su legado musical a nivel mundial. Le sobreviven su viuda, Norma Barada Ríos, sus hijos Joel y Edwin, y sus nietos Noel Sebastián y Gabriel.
Todavía en su residencia de Hato Rey quedan su piano, su guitarra, y la mayoría de las distinciones que recibiese, entre ellas la Cruz de Caballero de la Orden de Isabel la Católica, o el Diploma de Excelencia como compositor, otorgado por don Miguel Alemán, Presidente de México, y la famosa compositora Consuelo Velázquez. Los mismos permanecen en el lugar donde los dejó hace 40 años y donde los mantiene su viuda, su fiel compañera durante sus últimos 20 años de vida, independientemente de la diferencia de edad y las difíciles situaciones de salud que juntos atravesaron.
Una historia de esos amores que ya no existen. Sus instrumentos musicales se conservan en la misma posición, como si Noel regresara en cualquier momento a practicar en su piano, como solía hacer por las mañanas, las melodías que más le gustaban de sus otros colegas compositores puertorriqueños, como Rafael Hernández o Silvia Rexach.
A los 61 años, Estrada nos dejó su producción de más de quinientas canciones, todavía muchas de ellas inéditas.
“...Pero un día volveré,
a buscar mi querer,
a soñar otra vez,
en mi viejo San Juan”...
Israel Rolón-Barada
DREXEL UNIVERSITY
Philadelphia
26 de mayo de 2018
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