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Los profesores de investigación Pau Baizán (ICREA/UPF) y Giorgos Kallis (ICTA-UAB) conversaron sobre los límites del modelo económico actual y los riesgos de que la ausencia de medidas sobre el clima dispare la crisis migratoria en una conferencia en Barcelona, el pasado 28 de noviembre. Foto: Andrea Rodés
Los profesores de investigación Pau Baizán (ICREA/UPF) y Giorgos Kallis (ICTA-UAB) conversaron sobre los límites del modelo económico actual y los riesgos de que la ausencia de medidas sobre el clima dispare la crisis migratoria en una conferencia en…

¿Hay que ser un romántico para salvar el planeta?

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“Quien crea que es posible un crecimiento infinito en un planeta finito, o es un loco o es un economista". 

La frase parece muy actual, pero en realidad fue pronunciada en los años 60 por el economista y filósofo británico Kenneth Boulding (Liverpool, 1910-Boulder, CO, 1993).

Conocido como el padre de la economía evolutiva, Boulding, hijo de un humilde fontanero y el primero de su familia en estudiar en la universidad, creía que el comportamiento económico del ser humano forma parte de un gran sistema interconectado. Es decir, determinadas conductas económicas, como el consumismo desenfrenado que llevamos a cabo durante las fiestas navideñas, solo se entiende en el marco de la sociedad en la que vivimos, y que sin un esfuerzo por entender las ciencias sociales, la especie humana bien podría ser condenada a la extinción.

Veinticinco años después de su muerte, su teoría vuelve a cobrar fuerza. Ante la inminente amenaza del cambio climático y el auge de las desigualdades económicas que genera el sistema capitalista – un sistema basado principalmente en el concepto de crecimiento económico –  son cada vez más los economistas y sociólogos de todo el mundo que se plantean un nuevo modelo económico, que genere conductas sociales más responsables.   Al fin y al cabo, para cualquier gobierno mayor crecimiento económico equivale a mayor Producto Interior Bruto (PIB), un indicador que significa simplemente la suma de tres partidas:  gasto público, consumo, inversión.

“Si se construye una fábrica que contamina un río, aumenta el PIB; si se construye una cárcel pública, aumenta el PIB.  Todo esto, qué digamos, no es un indicador real de bienestar y felicidad de una sociedad”, se plantea Giorgos Kallis, investigador de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en un debate sobre los límites del modelo económico actual celebrado la semana pasada en Barcelona.

Para Kallis, que se especializó en economía medioambiental en la Universidad de California en Berkeley, está claro que es necesario empezar a hablar de “decrecimiento económico” como herramienta para reducir los dos principales impactos del modelo económico actual sobre el planeta: el calentamiento global y las crisis migratorias, aceleradas por los efectos del cambio climático y la desigualdad económica.

Las extremas desigualdades sociales y las diferencias de clase son las que alimentan el consumismo – el hecho de compararnos con los otros, de decir, queremos lo mismo que ellos. Por eso se necesita un cambio sistémico, más igualitario”, comenta Kallis, que se considera él mismo un romántico.

En 2005, el periodista y pensador uruguayo Eduardo Galeano ya mencionaba en su libro “El Imperio del Consumo”, en el que ya alertaba de las consecuencias del consumismo desenfrenado. “El tiempo libre se ha vuelto tiempo prisionero”, escribió.

Sin embargo, Kallis prefiere mantener una mirada más optimista. “Muchos estudios contradicen la idea de que el consumo sea tan importante para la felicidad. Las encuestas señalan otros factores más valorados, como vivir en un lugar seguro, o la salud de los familiares. Además, a nadie le gusta admitir que es consumista, siempre dice que el consumista es aquél o el otro”, añade el investigador.

 “La gente es consciente de que nos dirigimos hacia un precipicio, de que este sistema es un fracaso: la búsqueda del crecimiento económico sin límites, comprar cosas que no se necesitan, para que luego venga una crisis y el banco central se ponga a imprimir moneda, vuelvan a encarecerse los precios de los alquileres, de los apartamentos...”, dice. “Todo el mundo ve el absurdo de todo esto. Avanzamos hacia el desastre y no vemos ningún cambio político. Pero ante la idea de desastre futuro quizás hay que ser un romántico, creer que la sociedad puede cambiar”, concluye el economista, con los ojos brillantes.  

Para Kallis, está claro que la sociedad está empezando a cambiar. En ciudades como Barcelona,  iniciativas como huertos urbanos, cooperativas, comercio local o mercados ecológicos ganan terreno frente a conceptos como crecimiento, éxito económico o eficiencia. “Estamos saturados de palabras que no dejan pensar con claridad”, dice Kallis. Propone un cambio de vocabulario: bien común, decrecimiento, compromiso con la comunidad.  “Los movimientos de izquierda empiezan a comprar estos conceptos, pero no tanto como nos gustaría”, comenta, riendo.

Tres condiciones para emigrar

A Pau Baizán, doctor en Demografía por la Universidad de Cambridge e investigador de la Universitat Pompeu Fabra (UPF/ICREA), en Barcelona, le preocupa más el impacto de la explosión demográfica y las migraciones globales en la distribución de recursos del planeta.

En la actualidad viven en la Tierra unos 6,000 millones de personas en la Tierra. Según Baizán, la cifra alcanzará los 9,000 millones en las próximas décadas, pero después vendrá una bajada. “La explosión demográfica está directamente relacionada con la revolución industrial. Mientras haya países en vías de industrialización – y esta parece ser la tendencia en todo el mundo–, la población seguirá creciendo. Una vez industrializados, la tendencia es al estancamiento”, explica, con voz tranquila. Pone como ejemplo a China, un país en la fase final de industrialización: “si ahora eliminan la política de hijo único, seguirán teniendo un hijo por pareja”.

La recesión demográfica, según Baizán, “no es mala. “Responde al modelo económico que tenemos. Y tampoco es cierto que a más población, mayor impacto sobre el planeta. Todo depende de cómo nos organizamos”, añade.

Para el demógrafo, uno de los factores demográficos que más tendrá que tenerse en cuenta en el futuro son las migraciones globales, fenómeno que pone los pelos de punta a los partidos de extrema derecha. Baizán explica que gracias a los inmigrantes, los países industrializados evitan el estancamiento demográfico y aseguran el crecimiento económico proporcionando mano de obra barata. Sin embargo, para los que defienden políticas anti-inmigración, Baizán recuerda que “sólo el 3% de la población mundial vive fuera de su país, y que las migraciones más grandes de la historia se han producido a nivel interno, concretamente en China, donde en las últimas décadas millones de personas se han mudado de las regiones rurales del interior rural a la industrializada costa Este”.

“Básicamente, para que se produzca un fenómeno migratorio han de producirse tres factores”, añade Baizán. Primero, que en el país de destino haya una demanda real de mano de obra. Segundo, que exista una razón para marcharse del país (puede ser debida al cambio climático, sequía, pobreza, causas políticas o bélicas, “normalmente siempre se mezclan”, dice); y tercero, la existencia de lo que él llama “capital social” en el destino: “casi nadie se arriesga a abandonar su país sin saber que cuando llegue tendrá un trabajo seguro”. 

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