La soledad, un problema generalizado
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Llegó la noche y trajo con ella un fuerte vendaval. El frío intenso y la arena los azotaba, quemando sus ojos. En la desesperación, tratando de cubrirse, tiraban con furia de la manta y, arrebatándosela, la convirtieron en hilachas. No sirvió a ninguno.
Tal vez no hubieran quedado ciegos si la pareja se toma de la mano para no caer y, cada quién con su mano libre hubiese sostenido con fuerza la manta, caminando juntos en la misma dirección.
Dice el afamado escritor norteamericano Alvin Toffler que el problema de la modernidad es que hemos perdido el sentido comunitario en todas las estructuras sociales. Que el problema se presenta en el primer núcleo de la sociedad: la familia, y trasciende a los centros de trabajo, las organizaciones y los gobiernos.
Asegura que el fenómeno se da en todas las naciones –desarrolladas o no– y que ésta es la principal causa de insatisfacción en la vida moderna. El perder el sentido de comunidad hace que la persona se sienta sola. El dolor de estar solo no es nuevo, pero el individualismo solitario se encuentra ahora tan extendido que se ha convertido en una plaga. Cada quien trabaja para su santo. Punto.
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Comenta que nuestras sociedades modernas acentúan las diferencias entre las personas, lo cual conlleva a la individualización. Esto favorece que cada quien se aproxime más a la realización de sus potencialidades, pero –aunque parezca absurdo– provoca a la vez que sea más difícil el contacto humano: cuanto más diferente somos, más difícil nos es encontrar otra persona que tenga los mismos intereses, aficiones, valores, horarios y gustos. Nos volvemos más exigentes en las relaciones sociales y los amigos resultan más difíciles de abordar. Resultado: la persona se aísla y acrecienta en ella el sentimiento de soledad.
Relativamente son pocas las personas que tienen la sensación de pertenecer a algo más grande y mejor que ellas mismas. El sentimiento cálido de solidaridad se encuentra ausente en la mayoría de las familias. Lealtad a la empresa, al gobierno, o a la nación es considerada por muchos como una traición a la propia personalidad. Sin embargo, esta cálida sensación surge espontáneamente de vez en cuando en momentos de crisis, tensión, desastres, huelgas, etc., pero es momentánea.
Toffler propone –para los individuos como para las naciones– que es necesario reconocer que la soledad no es ya una cuestión individual, sino un problema generalizado, provocado por la desintegración de familias e instituciones. La oleada de malestar hace que la gente se sienta confusa, dividida y preocupada, en soledad. Esto exige que la sociedad engendre un sentimiento de comunidad. La comunidad excluye la soledad.
En todas las naciones del mundo, adolescentes, matrimonios desilusionados, padres o madres que viven solos, trabajadores y personas de edad avanzada, todos se quejan de aislamiento social. Y, definitivamente, los seres humanos no podemos sobrevivir en total aislamiento. Es común denominador de nuestra especie el anhelo de solidaridad y la necesidad de pertenecer a una comunidad, dentro de estructuras que respeten la individualidad y que tengan un profundo significado humano. Lo expresa simpáticamente una canción popular ya pasada de moda: “Agárrense de las manos, unos a otros, conmigo. Juntos podremos llegar, donde jamás hemos ido”.
¿Pero qué podemos hacer cuando hay tantas personas en el gobierno que están en riesgo de perder una o dos manos por la costumbre de robar? ¿Robar títulos, propiedades, dinero? ¿Para aquellos que trafican con medicamentos y los sustituyen por agua destilada en el tratamiento de niños con cáncer? ¿Para aquellos que tomaron la ayuda humanitaria extranjera recibida para el alivio de los damnificados durante el terremoto en México del 2017?
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