[OP-ED]: David y Goliat
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México está por iniciar una etapa de profundas modificaciones en sus estructuras sociales, políticas y económicas. Regular las inversiones extranjeras en nuestro suelo requerirá gran parte de sus energías.
Los pesimistas son presa del temor ante la enorme dificultad que representa el tratar de abrirse paso en un medio de cerrada competencia. Piensan que terminará por arrojar a la mayoría de los nacionales donde casi no existen posibilidades de progreso: se acobardan ante la astuta diplomacia extranjera en la cual se mezclan alternativamente promesas de paz y amenazas de guerra.
Sin embargo, las nuevas generaciones, forjadas en condiciones de estudio superiores infunden a la nación toda una mística de superación y progreso, una confianza ilimitada en el futuro. Corazones nuevos y vigorosos pronto empezarán a bombear una sangre más rica en pureza y energía en todo el país: actitudes reflexivas, intuitivas, comprometidas frente a la multiplicidad de enfoques, opciones, soluciones que pueden darse ante cada circunstancia. La mayor contribución para el México por llegar la harán los que comprendan plenamente los errores del pasado, y por ello puedan crear con predeterminación y entusiasmo el futuro.
México atraviesa por un peligroso y decisivo período de transición. Cuando una nación ha vivido por largo tiempo dentro de los moldes de una determinada cultura y se sale de éstos, trata de sustituirlos por otros, bien sea creándolos o importándolos. La adopción de formas culturales extranjeras llega a sustituir a las propias. Es fuerte la influencia que ejerce una sociedad sobre otra de distinto desarrollo cultural.
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El momento exige una verdadera reflexión nacional: ¿Qué debemos cambiar para que México aproveche esta tierra de leche y miel en beneficio de sus ciudadanos? ¿Qué debemos conservar para seguir siendo el cuerno de la abundancia? ¿Qué factores impiden el pleno desarrollo de la nación? ¿Educación para todos? ¿Falta de oportunidades para el desarrollo de los ciudadanos?
Hace muchísimos años el Tibet, pequeño país de profundas tradiciones, fue invadido por China, nación de más de mil millones de habitantes -David y Goliat-. Un cuento que aún circula en todo el Tibet narra que Tsarong -tibetano que huyó a la India cuando la invasión-, un día regresa al Tibet por la nostalgia de su patria. Los cambios que observa lo dejan pasmado: enormes plantíos de cebada se extienden donde antes eran yermas llanuras. Camiones cargados de cebada transitan por modernas carreteras. Los dos antiguos monasterios convertidos en fábricas: negros penachos de humo ascienden hacia el cielo desde las chimeneas empotradas en los viejos altares.
Su familia lo recibe con gran alegría. De sus labios sólo escucha alabanzas hacia los chinos, con cuya desinteresada y generosa ayuda han prosperado. Al llegar la hora de la comida le es servido a Tsarong únicamente una escasa ración de caldo. Tsarong pide ‘tsampa’, el pan tibetano de cebada, pero le informan que hace años no prueban la harina, su único alimento es el caldo: hierven todos los días el mismo hueso.
Tsarong no da crédito a las palabras de sus familiares: ¡nunca antes había visto más cebada en la región! Pero le informan que ahora ya no la desperdician tontamente elaborando ‘tsampa’ sino que ahora la industrializan. A cambio de la entrega íntegra de las cosechas de cebada, los buenos hermanos chinos instalaron las dos fábricas que hoy son orgullo de la aldea. Una de ellas elabora abonos para obtener cada vez mejores cosechas, la otra produce suficientes implementos agrícolas para que todos los habitantes de la aldea colaboren en la siembra y recolección de cebada. Ahora la aldea se ha incorporado al progreso y a la industrialización del país, gracias a la generosa ayuda de los hermanos chinos.
Es necesario hojear las páginas de la historia para encuadrar nuestro presente dentro de una visión de conjunto: conocer la ideología característica de nuestra cultura, de lo que hemos hecho con nuestros recursos, tanto humanos como materiales. Así sabremos lo que debemos cambiar, y lo que hay que conservar de nuestra nación. A como de lugar.
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