[OP-ED]: No con sangre
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La transición a la democracia implica una lucha ideológica. Las ideas deben ser claras, no teñidas de púrpura. Abrir la consciencia de un país a la democracia es un proceso largo y doloroso. Es complicado lograr un equilibrio de fuerzas sociales y políticas encaminado a construir una sociedad justa y productiva.
Una sociedad debe madurar para decidir su propio destino. ¿Luchar por el poder, por el poder mismo? Sería retroceder. Cuidar las instituciones es la garantía para una verdadera transición a la democracia. Sanear, fortalecer, y mejorar las instituciones, sí. Pero no destruirlas.
Las personas que se interesan por el futuro de la patria dejan su huella. La democracia se construye con trabajo: surco a surco. Aquellos que se ha comprometido con la democracia preparan su mente para la pluralidad y el consenso. Evitan reacciones violentas y viscerales. Aprenden a trabajar en equipo.
La democracia pretende crear una sociedad justa. ¿Cómo lograr que la persona se despoje de su yo el tiempo suficiente para considerar los puntos de vista de los otros? ¿Cómo lograr que, una vez analizado un problema en su conjunto, opte por la solución más viable para asegurar el bien común?
La democracia no puede existir sin educación. La educación es una defensa contra toda exageración social y política, aún religiosa. Para evitar la violencia, la educación disciplina a la persona a pensar antes de actuar. Las ideas deben ser más viables y menos absolutas: la evolución, más factible que la revolución.
La educación es el núcleo mismo de la democracia: imprescindible tanto para definir los conflictos que surgen en toda sociedad, como para resolverlos. Son pocas las cosas bien definidas: la sociedad justa requiere de mucha habilidad para convivir con lo ambiguo. Y debe considerar tanto las opciones como sus consecuencias.
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La democracia no se logra con sangre ni con moches. Se logra con sudor. Los países que han logrado la democracia como forma de gobierno consumen enormes cantidades de pañuelos para secar el sudor de la frente. La democracia se logra con el trabajo de la cabeza, no con estallamientos de vísceras. Con sangre no.
No es fácil practicar la democracia: exige poner a funcionar los valores más profundos del ser humano: la justicia, el respeto, la honradez, la buena voluntad. Pero, ¿quién ha dicho que la democracia es cosa fácil? Fácil es la tiranía. No pide opiniones ni pareceres. Impone decretos a punta de bayoneta.
La democracia se basa en el respeto a los derechos humanos: los derechos de uno terminan en el momento en que invaden los derechos del otro. Y se requiere mucha calidad humana para definir la raya. Garantizar las libertades individuales sin renunciar a la seguridad social respaldada por la fuerza pública, no es cosa fácil tampoco. Exige un enorme respeto: el respeto al ser humano antes que cualquier valor ideológico.
Transitar por la democracia es elegir el camino de la responsabilidad, el cual conduce a la creación de un verdadero federalismo, a un congreso independiente: el contrapeso político de los excesos de un presidencialismo excesivo.
México palpita con uno de los ideales más grandes de la humanidad: la democracia. Esto implica que los mexicanos estamos dispuestos a utilizar los recursos más nobles de la especie humana: la honradez y la justicia.
Todo bajo el sol tiene su tiempo: tiempo el sembrar, tiempo el cosechar. Hay un tiempo para dejar que sucedan las cosas, y un tiempo para hacer que las cosas sucedan. Si hemos sembrado a tiempo y con dedicación las semillas de la democracia, ha llegado la hora de recoger la cosecha.
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