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Gina Haspel se comprometió a no reanudar el programa de torturas que la CIA puso en marcha tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. EFE
Gina Haspel se comprometió a no reanudar el programa de torturas que la CIA puso en marcha tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. EFE

Una torturadora en jefe

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Durante el pasado mes de marzo, el presidente Trump anunció que su candidata a la dirección de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) era la agente Gina Haspel, un personaje desconocido por el público, pero con un delicado historial en la agencia.

“Gina Haspel se transformará en la nueva Directora de la CIA, y la primera mujer en ser escogida (para el cargo)”, escribió el presidente en Twitter, al hacer pública su decisión de despedir a su Secretario de Estado, Rex Tillerson, y sustituirle por el entonces director de la CIA, Mike Pompeo.

Sin embargo, el New York Times no tardó en recordar que, tan sólo un año después de los ataques del 11 de septiembre, “la CIA despachó a la veterana agente clandestina Gina Haspel para que supervisara una prisión secreta en Tailandia”, como maniobra de búsqueda frenética de sospechosos terroristas partícipes del grupo Al-Qaeda. Bajo la dirección de Haspel, la prisión fue testigo de “tres ahogos simulados” y “brutales técnicas de interrogación”.

A su vez, el Washington Post reportó que los detenidos, conocidos como Abd al-Rahim al-Nashiri y Abu Zubaydah, fueron sometidos a brutales técnicas de interrogación, algunas de las cuales fueron grabadas haciendo que “algunos agentes de inteligencia rompieran en llanto” al observarlas, pero gracias a la cooperación de Haspel, “las cintas fueron destruidas”.

En su columna para el medio, Richard Cohen cita el famoso libro de Steve Coll, “Directorate S”, que recapitula los hechos de la “interminable guerra en Afghanistan”. Coll describe el programa de interrogación de la CIA como una “distopía teñida de ciencia ficción de intimidación y dominio sobre los presos”, elaborada de la mano con psicólogos que construían escenarios para el peor terror psicológico desde que incursionó en el control mental inducido por drogas en la década de 1950.

A los 61 años, Haspel posee una carrera de más de tres décadas en la agencia, habiéndose unido en 1985 y desempeñado en cargos como subdirectora de Inteligencia Extranjera y Acción Encubierta, “una oficina del Servicio Nacional Clandestino que se encarga de las misiones secretas”, explica la BBC.

Este tipo de misiones siguen la línea de la llamada Operación Cóndor, llevada a cabo por la CIA en colaboración con gobiernos locales en América Latina durante los años 70 para “evitar la propagación del comunismo” en la región.

En su libro de 1978, Hidden Terrors, el periodista A.J. Langguth describió las estrategias de intervención diseñadas por la agencia en conjunto con los llamados Escuadrones de la Muerte en Brasil y a La Triple A en Argentina y Uruguay.

Según el autor, el gobierno estadounidense “suministró equipos de tortura a brasileños y argentinos, ofreciendo asesoramiento sobre el grado de shock que el cuerpo humano puede resistir”.

Este tipo de operaciones surgen como consecuencia de la instauración de la llamada Escuela de las Américas en el canal de Panamá durante la década de los años 60, de donde egresaron personajes como Leopoldo Fortunato Galtieri (dictador argentino), Omar Torrijos (dictador panameño), Manuel Antonio Noriega (dictador panameño), Manuel Contreras (militar director de la Dirección de Inteligencia Nacional del dictador Augusto Pinochet en Chile) y Vladimiro Montesinos (exasesor del presidente peruano Alberto Fujimori, y responsable del asesinato masivo de paramilitares en Perú).

Durante varias décadas, la CIA infiltró y propulsó los gobiernos autoritarios en América Latina, poniendo a disposición de los dictadores mecanismos de tortura, aprisionamiento y aniquilación que cobraron la vida de millones de personas.

Su misión siempre estuvo “argumentada” por el antagonismo de regímenes como el soviético durante la guerra fría, pero durante la década de los años 90 su objetivo se enfocó en operaciones contraterroristas, en especial con la creación en 1986 del Centro de Contraterrorismo.

El 11 de septiembre tan sólo dio luz verde a la sangrienta misión de la agencia, y gracias a la Freedom of Information Act y a la investigación del Congreso han salido a la luz gran cantidad de actividades ilegales por parte de la CIA, en especial en cuanto a violaciones de los derechos humanos.

Asimismo, un informe del Parlamento Europeo confirmó en el 2006 que la CIA ha sido “directamente responsable del rapto, traslado, secuestro y detención de sospechosos de terrorismo” en territorio europeo, y desde entonces su labor se ha traducido en la creación de centros clandestinos de detención.

Si el presidente Obama intentó cerrar el campo de concentración de Guantánamo –utilizado por el gobierno desde 2002–, la reputación de la CIA sobrepasa cualquier gesto de reivindicación.

Con la llegada de Donald Trump y su eterno coqueteo con la violencia y la radicalización de las posturas estadounidenses, personajes como Haspel tienen ahora una segunda oportunidad “de brillar”.

Durante su audiencia ante el Senado para la confirmación de su nominación, Haspel prometió que “no permitirá la tortura” de nuevo en la CIA, como si más de 60 años de trayectoria pudieran suspenderse en un santiamén.

“Entiendo que muchas personas quieren saber sobre mis perspectivas del antiguo programa de detención e interrogación de la CIA”, dijo Haspel. “Habiendo servido en ese tumultuoso tiempo, puedo ofrecerles mi compromiso personal, de manera clara y sin reservas, de que bajo mi liderazgo la CIA no volverá a activar ese programa”.

Al ser presionada sobre sus posturas ante la utilidad de la tortura, Haspel respondió al senador Kamala Harris (D-CA) que “no creo que la tortura funcione”. Sin embargo, sí reconoció que “obtuvimos información valiosa al interrogar a detenidos de Al Qaeda, y no creo que sea de conocimiento si las técnicas de interrogación jugaron un rol en eso”.