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Imagen del 14 de abril de 2018 proporcionada por la Marina de los EE. UU. que muestra los misiles crucero guiados. El USS Monterey (CG 61) dispara un misil de ataque terrestre Tomahawk. EFE / EPA / Matthew Daniels
Imagen del 14 de abril de 2018 proporcionada por la Marina de los EE. UU. que muestra los misiles crucero guiados. El USS Monterey (CG 61) dispara un misil de ataque terrestre Tomahawk. EFE / EPA / Matthew Daniels

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Durante el pasado día sábado la comunidad internacional amanecía con la noticia de que una coalición entre Estados Unidos, Inglaterra y Francia habría coordinado un bombardeo sobre “tres objetivos que impactará la habilidad del régimen sirio para desarrollar, desplegar y usar armas químicas en el futuro”, explicaba el Teniente General de la Marina, Kennet F. McKenzie Jr., director del equipo adjunto durante una conferencia de prensa el sábado en la mañana.

Mckenzie describió las instalaciones como “componentes fundamentales de la infraestructura de guerra del régimen”.

La coalición golpeó el Centro de Desarrollo e Investigación Barzah, a las afueras de Damasco, con 76 misiles, “destruyendo la instalación” y, según aseguró el ejército estadounidense, “retrasando las capacidades de armas químicas sirias por años”.

Inmediatamente, el presidente estadounidense recurrió a Twitter para asegurar que el ataque había sido “perfectamente ejecutado” gracias a la colaboración de Francia y el Reino Unido. “Misión cumplida”, agregó.

Nada más lejos de la verdad

Antes que nada, el Presidente Trump ha fallado en mantener una línea coherente sobre el rol estadounidense en Siria: ¿Derrotar a ISIS? ¿Dejar que otros resuelvan el asunto? ¿O “castigar” al régimen de Assad por el uso de armas químicas?

"En teoría, no hay necesariamente una incoherencia entre un ataque multilateral dirigido contra sitios de armas químicas y el retiro de tropas que han estado luchando contra ISIS. Pero el ataque realmente pone en duda la sabiduría de retirar las fuerzas estadounidenses ahora al destacar la cuestión de cuál es realmente nuestro objetivo en Siria,” dijo Meghan O’Sullivan, vice asesora de seguridad nacional durante la administración Bush, al New York Times.

Según continúa el medio, el ataque “esencialmente dejó intacto el status quo. Hizo muy poco – si acaso algo – para debilitar al Sr. Assad más allá de destruir depósitos de armas químicas, permitiéndole seguir haciéndole la guerra a su propio pueblo a través de medios convencionales”.

De hecho, y según explicó el asesor de seguridad nacional del vicepresidente Joe Biden, Colin H. Kahl, el presidente Trump “evitó prudentemente golpear objetivos del régimen donde hubiese un alto riesgo de matar rusos”.

Y del otro lado, el ataque se ha visto de una manera totalmente distinta.

Misión cumplida… para Rusia

Según reportó el Washington Post, el presidente sirio Bashar al-Assad “alabó” el armamento ruso el día domingo, mientras “su gobierno celebrara la victoria sobre los rebeldes” en la zona donde se llevó a cabo el supuesto ataque químico hace más de una semana.

A pesar de la celebración de Trump y sus asesores sobre su “enorme éxito” en el ataque, en Siria “se ha interpretado como una victoria para Assad debido al alcance limitado de los bombardeos, sugiriendo que los poderes occidentales no pretenden retar su autoridad”, continúa el Post.

Y lo que es una victoria para Assad es, irremediablemente, una victoria para Putin.

“El día de ayer percibimos una agresión estadounidense, y fuimos capaces de contrarrestarla con misiles soviéticos manufacturados en los 70”, dijo Assad el día domingo, según lo citaron los medios noticiosos rusos.

A ojos vista, este “delicado” ataque tan sólo pretendía mantener una faceta de rudeza, evitando tocar, siquiera con un pétalo, los intereses rusos.

“Vladimir Putin tiene ahora otra pieza de evidencia de que el Presidente Donald Trump evitará a toda costa una confrontación directa con él, aún cuando, en cualquier tipo de conflicto  militar en el Medio Oriente, serían los rusos y no los estadounidenses quienes, de lejos, se llevarían lo peor,” continúa Cohen.

En Siria, el daño sigue intacto

Desde el 15 de marzo del 2011 hasta el 11 de marzo del 2018, han muerto alrededor de 500.000 personas en el territorio sirio, según datos del Observatorio Sirio de Derechos Humanos, de los cuales 353.935 son civiles (léase, niños, mujeres, jóvenes, adultos y personas en general que nunca tomaron partido).

Asimismo, desde el 17 de octubre del 2012, el régimen de al-Assad ha llevado a cabo 84 ataques químicos sobre su población, cobrándose la vida (de manera lenta y tortuosa) de casi 1.100 personas, en especial niños, según los datos de las Naciones Unidas.

Mientras tanto, los gobiernos occidentales siguen haciéndose la vista gorda, evitando pisarse la cola entre ellos dentro del territorio, y atacando esquinas inútiles que tan sólo les hacen quedar como débiles ante el régimen sirio.

Para un gobierno que derrocó a Saddam Hussein en 1998 en tan sólo cuatro días, que asesinó a Osama Bin Laden en dos días en el 2011, Estados Unidos sencillamente se ha quedado muy corto en su apoyo al pueblo sirio.

“Pensamos que sería mucho más que esto”, dijo el periodista y activista sirio Ahmed Primo. “Assad puede haber utilizado las armas químicas esta vez, pero ha estado atacando indiscriminadamente a los civiles durante años. Cientos de miles de personas han sido asesinadas; cientos de miles de personas han desaparecido. Después de siete años de guerra, no creemos que nadie vendrá a ayudar al pueblo Sirio,” citó el Post.

En ello coincide el periodista de oposición Hadi Abdallah, quien escribió en Twitter que: “de acuerdo con las cobardes declaraciones y el débil ataque del Occidente, Assad tiene permitido usar todo tipo de armas para matarnos menos las químicas. La comunidad internacional le ha dejado libre como un monstruo para aniquilar al pueblo sirio”.