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MCALLEN, TX - 23 DE JUNIO: Decenas de mujeres, hombres e hijos que huyen de la pobreza y la violencia en Honduras, Guatemala y El Salvador, llegan a una estación de autobuses luego de su liberación de Aduanas y Protección Fronteriza el 23 de junio de 2018 en McAllen, Texas. (Foto de Spencer Platt/Getty Images).
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Cuando de inmigración se trata, es muy fácil ver los toros desde la barrera.

Los medios nos muestran imágenes de miles de desplazados en todas partes del mundo, mientras los políticos perpetúan discusiones estériles sobre “si dejarlos entrar o no”.

A medida que pasa el tiempo, nos volvemos inmunes al sufrimiento ajeno y los estereotipos ganan terreno, convenciéndonos inconscientemente de que el que decide emigrar es un aprovechado o un aventurero.

Pero las verdaderas razones detrás de la difícil decisión de abandonar el país de origen siguen pasando desapercibidas.

El caso Guatemala

Hace sesenta años, era extraño ver un inmigrante guatemalteco en Estados Unidos.

Bastó un conflicto armado, auspiciado por el presidente Eisenhower en 1954, y la prolongada intervención de Reagan para manipular la política de la región, para que miles de indígenas fueran masacrados y la infraestructura de Guatemala finalmente colapsara.

Según cifras oficiales del Departamento de Seguridad Nacional, la población inmigrante proveniente de Guatemala empezó a representar un índice a partir de los años 70 y 80, y para la década de los noventa ya sumaban 100.000 inmigrantes.

A fines del año 2000, esa cifra aumentó a 372.487.

Para suma de males, un fenómeno medioambiental evolucionaba con la misma fuerza.

Un agente encubierto

El prejuicio y el estigma transformaron al inmigrante guatemalteco en una suerte de “oportunista”, mientras lo que realmente sucedía en casa era un desastre climático alimentado por la malas políticas económicas internas y la negligencia de la comunidad internacional.

Alrededor de un millón de inmigrantes han decidido abandonar el país centroamericano por la imposibilidad de labrar sus tierras y cosechar el sustento familiar.

Años de sequía en el llamado “corredor seco” —ubicado entre el este de Guatemala y el oeste de Honduras— han acabado con la producción agrícola en la región, dejando a millones de personas sin trabajo y sin alimento.

Este fenómeno ha sido advertido con alarma por el Panel Intergubernamental de Cambio Climático, una organización creada por las Naciones Unidas que cuenta con más de 800 científicos internacionales; todos ellos han exigido medidas urgentes para controlar la emisión de gases y la transición a energías limpias.

Guatemala se halla entre los primeros países más afectados por el impacto del hombre en la naturaleza, sufriendo temporadas de lluvia irregulares, con menos del 50 por ciento de humedad, lo que obstaculiza la agricultura, la dotación de agua y la generación de hidroelectricidad.

Y sus ciudadanos prefieren unirse a caravanas hacia el norte que seguir muriendo de hambre en casa.

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