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Haití es una sucesión de ruinas

El terremoto dejó una estela de destrucción en el interior del país.

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El terremoto que el 12 de enero
arrasó Puerto Príncipe dejó además una estela de destrucción en el
interior del país, como en la ciudad de Léogane, 60 kilómetros al
sudoeste, que perdió un 90 por ciento de sus edificios.

Escuelas, hospitales, la municipalidad, comercios y bares: el
furor de la tierra no dejó casi nada indemne -entre lo caído y lo
agrietado- en esta población donde sus habitantes se han inventado
una nueva ciudad hecha de calamina, lonas, manteles de cocina y
cualquier trozo de tela que alivie del inclemente sol.

"¿Usted sabe si alguien tiene tiendas para darnos?", pregunta
Hilda Acindor, decana de la Escuela de Enfermería, cuyas
instalaciones se han convertido en un inmenso campo de refugiados.

Allí, la joven Leoville Méolène, 23 años, cuenta lo que ha comido
desde el terremoto, hace ya diez días: espaguetis, caramelos y agua,
repartidos en tres ocasiones por "unos blancos" que vinieron por el
campamento.

La ciudad estaba hecha de casas bajas, todas ellas agrietadas,
peligrosamente inclinadas o sencillamente caídas al suelo, y sus
calles son un reguero de escombros, postes de luz caídos, coches
abollados y envoltorios y basuras de todo tipo.

Max Mathurine, del Comité de Coordinación de Léogane, resume así
las necesidades más apremiantes de la ciudad: sacar los cadáveres,
auxiliar a los enfermos, alimentar a los que tienen hambre y sed,
desescombrar todas las ruinas, garantizar la seguridad y dar tiendas
a los que están en la intemperie. Enorme tarea.

Según las cifras de la policía, ha habido 1.624 muertos
encontrados hasta la fecha, pero se cree que hay 3.000 en toda la
ciudad, lo que equivale al diez por ciento de la cifra total de
habitantes.

Mathurine critica a las organizaciones humanitarias que vienen a
traer comida o asistencia "en completo desorden", aunque vista la
lentitud con que trabaja su comité, se comprende la urgencia con que
algunos organismos han podido llegar a la ciudad para auxiliar a
quien se acerque, con o sin coordinación.

Los saqueos y robos, aunque sin violencia, han sido abundantes
desde el pasado 12 de enero, y los 38 policías en activo en Léogane
(pues hay unos diez desaparecidos) no pueden evitarlos.

"No tenemos material, tampoco derecho a usar cartuchos, así que
no podemos enfrentarnos a hordas de 500 a 600 jóvenes", reconoce el
comisario Alain Auguste.

Tal vez por eso desde hace dos días han aparecido en la ciudad
tropas canadienses y estadounidenses, acantonadas en la periferia,
pero que también se dejan ver en la ciudad.

"Nuestra misión es buscar a ciudadanos canadienses, aunque
también damos un poco de seguridad", reconoce el soldado Estephan
Labastille mientras se pasea con una unidad de diez colegas por el
derruido centro urbano.

Según el pre-acuerdo al que han llegado el Gobierno de Haití, la
misión de la ONU en Haití (Minustah) y los Gobiernos de EE.UU. y
Canadá, los soldados de estos dos últimos países no van a participar
en tareas de seguridad, que quedan para los "cascos azules", sino
solo en dar protección a las operaciones de distribución de
alimentos.

Al comisario Auguste no le gusta que anden por su ciudad tropas
extranjeras "sin siquiera venir a verme y ver qué necesitamos. Es un
poco humillante, ¿no?", se queja.

No lo ve así el padre Marat Guirand, párroco de la principal
iglesia de Leogane, sentado en un pedrusco en medio de las ruinas
del templo: "Los rumores corren, dicen que estos americanos vienen a
ocupar el país... Pues yo pienso que eso puede ser bueno para
nosotros, porque este país de verdad necesita una nueva era",
reflexiona.

"Aquí la gente siempre ha vivido a la espera. Ahora lo que
esperan es sencillamente el camión que venga con comida", concluye.