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Machito aparece en esta foto a la derecha tocando las maracas. Se llamaba Francisco Raúl Gutiérrez Grillo. Impactó el mundo musical de Nueva York junto a Mario Bauzá, el director musical de su orquesta. Getty Images
Machito aparece en esta foto a la derecha tocando las maracas. Se llamaba Francisco Raúl Gutiérrez Grillo. Impactó el mundo musical de Nueva York junto a Mario Bauzá, el director musical de su orquesta. Getty Images

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En la mitad del siglo XX, incluso antes, Nueva York se volvió destino de músicos de diferentes latitudes del continente. Llegando boricuas, dominicanos, cubanos, panameños, venezolanos y colombianos. Unos con la expectativa de grabar para un sello disquero. Otros, con los sueños debajo del brazo.

Esa migración no era gratuita. Las condiciones en los países de origen no era el mejor y Estados Unidos ofrecía por lo menos el sueño de tener una vida mejor. En Nueva York empezaron a nacer barrios que agrupaban comunidades de diferentes nacionalidades.

Para algunos, México había sido una escala obligada, por la industria fonográfica, apenas comparable con Estados Unidos. 

Tal vez quien abrió el camino en Estados Unidos fue el cubano Mario Bauzá, quien después de conocer la movida musical den Nueva York, decidió quedarse para siempre en 1930. En 1940, con su cuñado Machito, también cubano, crearon los Afro-Cubans, en la que era su director musical. Lograron un sonido de son montuno con swing. Era el nacimiento del latinjazz. El público de Bauzá y Machito eran primordialmente puertorriqueños de Harlem. Pero también llegaron a los clubes de los blancos de Manhattan.

En los años cuarenta llegaron a Nueva York los congueros cubanos Chano Pozo, Mongo Santamaría y Cándido Camero, agregándole más sabor al jazz. Incluso. Pozo hizo parte de la banda de Dizzy Gillespie.

En los cincuenta la novedad fue el mambo, que el también cubano Dámaso Pérez Prado hizo popular en México. Pero en Nueva York la fuerza corrió por cuenta de los llamados Mambo Kings: Machito, Tito Rodríguez y Tito Puente, quienes con sus big band eran los protagonistas en un escenario que simbolizó el impacto de la música latina: el Palladium, un salón de baile en West 53rd Street y Broadway, a donde la gente iba a disfrutar de mambo, rumba y chachachá.

Eran las grandes ligas de la música latina que se fue acomodando a la realidad de Nueva York y que interpretó en sus letras los dolores y alegrías de una comunidad multicultural. La lista es larga, pero ellos fueron determinantes para la evolución del movimiento musical hacia la salsa, una manera de rotular todos los ritmos caribeños que impactaron Nueva York y otras ciudades de Estados Unidos.

El panameño Rubén Blades dijo que una entrevista que la salsa “servía como medio de unión entre las distintas manifestaciones que componen la cultura latinoamericana en New York. Una sala de baile reunía a todas las nacionalidades y allí se manifestaba esa solidaridad cultural que tanta falta nos hace”.

La mayor explosión de la salsa se dio entre los 60 y los 80, entre otras cosas por la creación del sello Fania (1964) por el músico dominicano Johnny Pacheco y el judío Jerry Masucci, quienes reclutaron a muchos jóvenes músicos latinos como Héctor Lavoe, Willie Colón, Rubén Blades y Cheo Feliciano. Fueron los inicios de Richie Ray y Bobbie Cruz, el apogeo de Eddie y Charlie Palmieri, de Celia Cruz, del judío Larry Harlow y de Ray Barreto.

El Caribe hizo su trabajo y dejó una huella imborrable en el corazón de la cultura latina en Estados Unidos.