La libertad eterna del free jazz de Milford Graves, un chamán del siglo XX
Seleccionamos discos del recientemente fallecido músico Milford Graves para quienes quieran disolverse entre pedales de latin jazz y la libertad de la…
Milford Graves había sido definido como un chamán del siglo veinte. Los artículos de despedida de la semana pasada trataban de hacerle justicia a este mago y artesano nacido en Queens. Durante tantas décadas no solo contribuyó a la vanguardia musical sino que estiró y practicó sus habilidades como jardinero o inventando un arte marcial llamado "Yara" basado en el Lindy Hop o las danzas africanas.
Todavía sintiendo el luto por la pérdida debido a una enfermedad del corazón (cardiomiopatía amiloide), queríamos reivindicar la finura concreta de su discografía.
Graves no solo era un artista en todos los sentidos de la palabra, abierto a mezclar disciplinas, lo que le valió para transportar por ejemplo elementos de la acupuntura para mutar el jazz, sino que especialmente es un músico mayúsculo con un legado exquisito para los melómanos.
Para hablar de free jazz sin volverse loco hay que entenderlo como un ejercicio de fraseo, una metodología para construir historias al momento con instrumentos, cabalgando los ritmos con todas las herramientas de las que disponen que en el caso de Graves provienen del autodidactismo o la infancia en los South Jamaica Houses de Queens.
Todos los que han escuchado jazz en algún momento de la vida saben cuál es su ritmo de referencia, ese bello tresillo asincopado que complica nuestro ritmo cardíaco de una manera delicada y dulce que ya nos ofrecía Graves en 1966 tras su experiencia dos años antes junto al New York Art Quartet.
Cada pista indicaba la medida del ritmo que empleaba, mostrando tanto la elasticidad temporal como su capacidad de gestionar la intensidad de los golpes en la batería.
¿Cuántos instrumentos se necesitan para hacer una auténtica obra maestra del jazz? Sólo dos, una batería y un piano. El resto, lo que interesa, se escribe solo. Como un cuento sofisticado en el que cada frase es más compleja que la anterior pero cuyo significado es comprensible por todos.
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Así es este álbum de dos canciones-cuentos escritos en milésimas de segundo por los dos grandes del free jazz Milford Graves y Don Pullen en 1967.
Sudor, éxtasis, una marabunta humana psicodélica burbujeante desnudando las primeras capas de las conversaciones entre los instrumentos mientras el humo del local te seca la garganta. Algo parecido hubiera sido asistir a la grabación de este majestuoso y exquisito álbum en 1977.
Hizo del free jazz un espectáculo de aliteraciones para adorar al dios de la percusión.
En 2014 lanzaba un EP de un solo tema de cuarenta minutos junto a Bill Laswell en el que demostró que durante todas esas décadas había pulido tanto la técnica que, ciertamente, suena el disco como las meditaciones de un chaman plenamente conectado a la tierra mediante ritmos y psicodelia. Casi parece un disco stoner.
La influencia africana y afrocubana más intensa explota en el jazz deformando el espacio-tiempo al final de su trayectoria, el mismo año que colaboraría en la película experimental River of Fundament.
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