Muerte súbita: un libro con vaivenes, como un juego de tenis
“Muerte súbita”, del escritor mexicano Álvaro Enrigue, es una novela sobre cómo la historia nos va haciendo a golpes, de un lado al otro de la cancha, de la…
Las contraportadas de los libros, como los trailers de las películas y los comerciales de televentas, suelen ser engañosas. Si uno se encuentra con una que concluye: “‘Muerte súbita’ se vale de todas las armas de la escritura literaria para dibujar un momento tan deslumbrante y atroz en la historia del mundo que sólo puede ser representado mediante la más venerable y maltratada de las tecnologías, el artefacto cuya regla de oro es que no tiene reglas: Su Majestad la novela. Y estamos ante una novela realmente majestuosa, de enorme ambición y gran calidad literaria”… si uno se encuentra eso, hay que desconfiar.
Sin embargo, también como a veces pasa con los trailers y los comerciales de televentas, hay excepciones en las que tanta maravilla sí es cierta, casos en que se parten las aguas y es posible caminar al encuentro de una señora obra de arte.
Ahora, dicho esto, describir exactamente sobre qué trata es una tarea muy difícil porque habla de una parte enorme del siglo XVI en España, Italia, Francia e Inglaterra y constantemente hace contrapunto con la conquista de México y todas las riquezas (metálicas y culturales) que constantemente salían de América para Europa.
Empieza con un partido de tenis que se sostiene durante todo el libro entre Michelangelo Merisi da Caravaggio, el pintor italiano que inventó la maravilla del claroscuro y cambió la historia del arte, y Francisco de Quevedo y Villegas, uno de los máximos exponentes de la poesía en español, que nos dejó tanto los más doloridos versos de amor (“su cuerpo dejará, no su cuidado;/ serán cenizas, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado”) como los más mordaces y misóginos de los versos de burlas (“Sabed, vecinas,/ que mujeres y gallinas/ todas ponemos:/ unas cuernos y otras huevos”).
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Por lo que consta en la chismografía histórica de Quevedo y en los muchos procesos legales que le abrieron a Caravaggio, los dos eran unos borrachos y pendencieros, aparte de grandes artistas. Y Caravaggio, al menos, también un soberbio jugador de tenis, para sorpresa de todos los que asociamos el deporte con la blancura de Wimbledon y no con la mugre de la Europa de la Contrarreforma.
Mientras Caravaggio y Quevedo sacan, defienden y se anotan puntos e insultos el uno al otro, Álvaro Enrigue nos pasea por la historia de Italia, España y México, para que poco a poco vayamos viendo cómo es que ese par de vándalos pasaron a la historia con los títulos honrosos de pintor y poeta y nos abre el panorama para ver al Papa Pío IV y los cardenales Borromeo y Montalto sembrar Europa de hogueras, a la Maliche mancillándose el clítoris que cambió el mundo y a Hernán Cortés, “patrono de los insatisfechos, los resentidos, los que tuvieron todo y lo echaron a perder” ganar una batalla imposible, pensar que era sólo la primera y hundirse “en su propia mierda con la espada en alto”.
Esta descripción es vertiginosa porque la novela también es una vorágine. Tanto así lo que es que ya hacia el final del libro, cuando los que nos comprometimos con el texto empezamos a sufrir porque va a tener el mal gusto de acabarse, Enrigue abre el confesionario:
“No sé, mientras lo escribo, sobre qué es este libro. Qué cuenta. No es exactamente sobre un partido de tenis. Tampoco es un libro sobre la lenta y misteriosa integración de América a lo que llamamos con desorientación obscena ‘el mundo occidental’ –para los americanos, Europa es el Oriente. Tal vez sea un libro que se trata solamente de cómo se podría contar este libro, tal vez todos los libros se traten sólo de eso. Un libro con vaivenes, como un juego de tenis. […] No sé de qué se trata este libro. Sé que lo escribí muy enojado porque los malos siempre ganan. Tal vez todos los libros se escriben sólo porque los malos juegan con ventaja y eso es insoportable”.
Las bondades de esta novela de Álvaro Enrigue son muchas, tantas que le valieron el Premio Herralde de Novela en 2013 –uno de los mayores galardones que tiene hoy en día la lengua castellana–, pero la mayor de todas es lograr construir ese mundo extraño, sucio y vertiginoso, por primera vez redondo como una pelota de tenis y que se tenga en pie, aunque sea para que veamos cómo se deshace, hundido en la avaricia de los poderosos y la soledad de los pobres.
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