La mandíbula de Mónica Ojeda: Carne, adolescencia y horror blanco
Escritora salvaje y una de las voces más prometedoras de la literatura ecuatoriana, Mónica Ojeda explora en "Mandíbula" los aspectos más sombríos de las…
Escribir para la ecuatoriana Mónica Ojeda es como abrir los ojos bajo el agua y aguantar la respiración. Su literatura, hermanada con la de autoras como Mariana Enríquez, Fernanda Melchor o Ariana Harwicz, nos jala de la pierna; nos lleva con ella bajo el agua para que veamos el horror que reside en toda belleza y la belleza que hay en el horror.
En su última novela, “Mandíbula” (ed. Candaya), que llegará a las librerías estadounidenses en 2021, explora las zonas oscuras que existen en las relaciones entre mujeres -madres e hijas, maestras y alumnas, adolescentes- en el opresivo ambiente de una escuela del Opus Dei femenina en Guayaquil. Donde un grupo de quinceañeras amantes del terror inventan una deidad primigenia a la que le rinden un culto extraño y sadomasoquista, en tanto provocan pavor en una amargada profesora de Lengua perseguida por el fantasma de su propia madre.
Lírica a la par que malvada -como debe ser toda literatura salvaje-, “Mandíbula” nos enfrenta a la violencia y el terror grabados a fuego por la religión en los cuerpos de las mujeres, y la adolescencia como un espacio para experiencias límites que nos aterra porque donde existe blancura, existe también la posibilidad de mancha.
Me interesaba mucho explorar las emociones en los cuerpos de las mujeres llevándolo al límite extremo de la experiencia. Siempre se nos ha otorgado la ética y responsabilidad emocional de la familia y eso ha devenido un posible escenario de terror; nuestra psicología, por efecto de esta responsabilidad, se ha roto muchas veces y se ha llenado de opacidades y zonas oscuras.
Como bien dices, esta relación entre maestras y alumnas, madres e hijas, e incluso entre las mismas alumnas es muy pasional y por esto mismo está muy cerca de la violencia. Es algo incómodo de decir, porque estamos en un momento en que tratamos de reescribir el amor, pero literariamente es un tema que me interesa: los lados oscuros de esta relación entre mujeres, la forma en que dañamos a quienes más amamos y la recreación de un ambiente de encierro y represión entre mujeres y niñas de clase alta muy marcado por el discurso del Opus de cómo debemos ser.
Creo que la violencia es una condición humana y, como a las mujeres se nos ha negado ejercer cierto tipo de violencia más física, hemos encontrado nuestras propias tácticas.
La violencia en los cuerpos socialmente reprimidos de las mujeres no ha estado tanto en la obviedad del golpe como en zonas más sutiles que tienen que ver con aislamiento y control, con ejercer una presión psicológica en la otra persona.
Cuando hablamos de feminismos, entendemos que hay un tipo de violencia muy específica ejercida hacia los cuerpos de las mujeres. Lo que efectivamente no es sano para el análisis es ignorar que las mujeres
somos seres humanos antes que víctimas y que eso no excluye que podamos ser también victimarias. Si no tenemos en cuenta esto, estamos viendo la realidad desde una perspectiva limitada.
"A las mujeres se nos ha negado ejercer cierto tipo de violencia y hemos encontrado nuestras propias tácticas".
Me fascinan las religiones como respuesta al miedo y me resultaba interesante que si tenía a unas adolescentes fanáticas del terror y los creepypastas educadas en un colegio Opus Dei, quisiesen notar dónde está el miedo y jugar a crear su propia religión diseñando a su Dios Blanco y utilizando el mismo discurso religioso en el que han crecido.
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Pero fíjate que no sabemos si este dios es masculino o femenino, porque en un momento lo nombran como “Dios Blanco de Útero Deambulante”.
Luego está ese otro pavor, el de los adultos que temen la adolescencia de sus hijas porque en la pubertad surgen los deseos sexuales y el sexo viene a mancharlo todo, lo que está relucientemente blanco. Eso lo vinculé a una curiosa relación que existe entre la literatura de terror y el color blanco, que para nosotros está ligado a la pureza pero que desde Lovecraft, a Machen, Poe e incluso en Moby Dick aparece como símbolo del horror... El miedo a mancharse, a que el árbol acabe por torcerse.
Y algunos son terroríficos, sí. Cuando empecé a leer creepypastas, tenía pesadillas y me costaba dormir. Ahí me di cuenta de que las palabras son capaces de contaminar la cabeza de alguien, como hace el personaje de Annelisa, que inocula palabras contaminantes en sus amigas y es muy manipuladora e inteligente.
Me asustan las personas capaces de utilizar las palabras de tal modo que te hacen dudar de lo que sabes, o incluso te hacen creer que piensas de otra manera. Estar bajo el conjuro de la palabra de otra persona.
Sería distinta, obvio. No habría las mismas opresiones en un colegio público mixto, por ejemplo, porque de entrada esas chicas tendrían madres trabajadoras y las educarían para tratar de alcanzar otro estatus social. Mientras que las mujeres de la novela tienen madres que son amas de casa y hay una opresión fuerte de los cuerpos, además de que las educan para ser como sus madres: esposas y buenas conversadoras.
En Ecuador, estos colegios para la élite llegan a costar unos mil dólares mensuales y tienen bibliotecas enormes y un acceso a los libros y al conocimiento que no se produce en otros contextos, por eso era importante ubicarlas allá y entender que niñas como Annelisa piensan y hablan como adultas.
"Me asusta estar bajo el conjuro de las palabras de otra persona"
Bueno, de hecho ha sido también una forma de liberación del cuerpo de las mujeres.
A mí me interesa mucho un fenómeno ocurrido a mediados de la segunda mitad de siglo XX en el cono sur, porque las dictaduras militares que hubo eran de derechas y con un discurso sobre la mujer y la madre parecido al del Opus; en ese contexto, surgieron escritoras que empezaron a escribir novelas directamente pornográficas con protagonistas femeninas e incluso tuvieron que exiliarse y las obras fueron censuradas. Autoras como Armonía Somers, que buscaron en la pornografía una forma de reivindicarse políticamente.
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