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Wunderkind, del búlgaro Nikolai Grozni, es una novela sobre la obsesión por la música y un grito de libertad contra los regímenes autoritaritos y el pensamiento único.  

Chopin contra la opresión

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La mejor escuela para convertirse en un verdadero anti-sistema es haber crecido en un país sin libertades. Y eso lo sabe muy bien Nikolai Grozni, escritor búlgaro que creció en la Sofía comunista de finales de los 80 bajo el anquilosado régimen de Todor Zhivkov.

Igual que Konstantin, el protagonista de Wunderkind, Nikolai fue estudiante de piano en la Escuela Nacional de Música de Sofía, un sobrio edificio de tres plantas decorado con remates dorados y lámparas de araña baratas cerca de la Universidad central, hoy todavía en funcionamiento. Sus memorias de adolescente internado en un conservatorio en el que regía la disciplina más severa sirvieron al autor para retratar el sufrimiento de una sociedad que lucha contra la opresión y el pensamiento único. Una juventud con ansias de libertad, que en el caso de Konstantin, se desahoga en la música.

Dotado de un gran talento para el piano, Konstantin se prepara cada pieza como si fuera una nueva lección de vida, a la vez que nos introduce en reflexiones filosóficas con reminiscencias orientales. No es ninguna casualidad: al terminar los estudios musicales, Nikolai Grozni residió cuatro años en India, donde vivió como un monje budista y empezó a escribir.

“Estábamos en guerra con el Estado, y los cigarrillos, el alcohol y el diazepam eran nuestras armas preferidas. Los cerdos comunistas poseían nuestras vidas”, piensa Konstantin, de 15 años, entre clase y clase de piano. “La juventud es sentirse un viejo de setenta años, misántropo, y estar dispuesto a morir a los quince”, prosigue.

Konstantin y sus compañeros de clase, talentosos como él, no pierden ninguna oportunidad de demostrar su rebeldía: fuman, beben, tienen sexo a escondidas, se burlan de las formalidades del partido. Un día, hasta roban unas kalashnikovs para hacer una broma pesada a una profesora. Saben que están sobrados de talento y mantienen una actitud algo arrogante ante los profesores, que insisten en inculcarles en la doctrina socialista y patriótica.

“La juventud es sentirse un viejo de setenta años, misántropo, y estar dispuesto a morir a los quince”

 “¡Qué injusto, que poco marxista y poco proletario era nacer con talento! Si todos nacíamos iguales, y el talento era simplemente el resultado del esfuerzo, ¿por qué algunos alcanzaban la perfección de manera espontánea, sin tener que practicar nada?”, reflexiona Konstantin en un tono mucho más maduro del que sería propio de un chaval de quince años.

Wunderkind es también una oda a Chopin, sin duda el compositor favorito del autor. “Había un momento en las piezas de Chopin en que este dejaba la pluma sobre la mesa, se acercaba a la ventana y, pañuelo en mano, lo explicaba todo tal como era, sin adorno ni engaño. Un momento de inesperada honestidad que en un instante dejaba a la vista la condición humana”. Y continúa, revelando su sabiduría oriental: “un momento de verdad en la música demostraba que las batallas entre el ser y el morir, entre lo corpóreo y lo eterno, no eran más que entonación, la expresión melódica de una tensión”.

El aprendizaje de cada pieza es para Konstantin un nuevo reto que le revela exquisitos matices y el piano, un refugio de la realidad, y a la vez la cadena que lo mantiene unido a ella y que quizás pueda sacarlo del país.

“La vida consistía en tocar los preludios de Chopin para ti; esperar con impaciencia y sobrevivir la caprichosa y prolongada primavera de Sofía, cuando florecían los cerezos, cuando los chicos y las chicas caminaban de la mano y hacían el amor por la noche en un banco del Jardín de los Médicos o en la parte de atrás de un tranvía vacío sin iluminar”.

La justicia solo existe en la mente de los que nunca han sufrido de verdad 

A pesar de sus gamberradas, sus enamoramientos fugaces,  sus peleas y amistades, Konstantin y sus amigos sufren en un sistema que creen injusto y oprimente. Ve que en su país, con la excusa de que “todos somos guales” – el talento no se valora. Y los mediocres, gracias a sus contactos con el Partido o a ser unos “lameculos”, consiguen llegar arriba mucho antes.  

“La justicia es para los visionarios de sillón”, le dice su tío Iliya. “La justicia solo existe en la mente de los que nunca han sufrido de verdad (…) No pierdas el tiempo persiguiendo fantasmas y buscando el origen del mal. Comienzas  a comprender cuando dejas de hacerte preguntas y empiezas a aceptar las cosas como son”.

Nikolai – a diferencia de su protagonista– omitió durante mucho tiempo estos consejos y el autor acabó siendo expulsado de la Escuela de Música de Sofía por sus ideas políticas. De eso han pasado ya unos años, pero en su memoria siguen volviendo compañeros de ensayos y unos profesores que representan la rigidez de un sistema asfixiante. “Haberte criado en una sociedad gobernada por las mentiras y por los dogmas absolutos te sensibiliza contra todo tipo de manipulación y chantaje psicológico”, dijo Grozni en una entrevista a El País hace cuatro años.

Tras ser expulsado del conservatorio, el autor estuvo un tiempo deambulando por las calles de Sofía hasta que un amigo compositor le convenció para que regresara a la música. Grozni consiguió una beca para estudiar en la prestigiosa Berklee College of Music de Boston, pero poco antes de terminar el curso, tuvo una especie de crisis existencial que le impulsó a retirarse en el Himalaya y vivir como un monje budista y a estudiar filosofía oriental. Allí empezó a escribir.

En la actualidad, Nikolai Grozni vive en el sur de Francia con su mujer y continúa escribiendo. Wunderkind ha sido traducida al español como Jóvenes Talentos (Libros del Asteroide, 2013)