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A view of Cadaqués. Photo: Andrea Rodés
Vista de Cadaqués. Foto: Andrea Rodés

Cadaqués: el paraíso secreto de la Costa Brava

Este hermoso pueblo pesquero catalán fue el lugar favorito de artistas como Salvador Dalí, Pablo Picasso y Marcel Duchamp

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Visitar la casa museo donde pasaba sus veranos Salvador Dalí, disfrutar de unos mejillones al vapor y un buen pescado al horno en una terraza al aire libre junto al mar, hacer un trekking por uno de los parajes naturales más salvajes de la costa mediterránea para acabar dándose un chapuzón en una cala de aguas cristalinas, disfrutar de la puesta de sol desde el Cap de Creus, el punto mágico donde los Pirineos desembocan en el mar.

Cadaqués, un pequeño municipio de casas blancas ubicado en el fondo de una profunda bahía y rodeado de colinas agrestes, al que puede accederse solo por mar o por una estrecha y sinuosa carretera de curvas (está a 2h de coche de Barcelona aproximadamente), sigue siendo hoy uno de los destinos turísticos mejor preservados de la Costa Brava.

Lugar favorito de artistas como Pablo Picasso, Salvador Dalí, Man Ray, Marcel Duchamp, John Cage, Richard Hamilton y Dieter Roth, entre otros, Cadaqués sigue siendo ese pequeño pueblo de pescadores sin apenas tráfico de coches ni feos edificios de apartamentos a la vista, con el que todo el mundo sueña pasar las vacaciones. 

¿El secreto de su buena conservación? Su limitada oferta hotelera, que impide que miles de turistas pernocten en el pequeño pueblo y estropeen su encanto y tranquilidad. Los más afortunados de Cadaqués siguen siendo la reducida colonia de habitantes locales y los veraneantes de toda la vida, sobre todo franceses y barceloneses , que tienen la suerte de tener allí su segunda residencia. 

Un día de verano perfecto en Cadaqués puede empezar con un chapuzón de primera hora en alguna de sus playas, como la Platja de’n Ros, la única con arena, o el Llané Gran (mejor llévese unos zapatos de goma para no hacerse daño con las piedras) para luego ir a desayunar un café con leche y un bocadillo de tortilla a la terraza de El Casino, el bar más popular del pueblo, donde los locales solían reunirse para jugar a las cartas o el dominó después de la jornada laboral. 

Una vez desayunados, si la temperatura lo permite, el visitante que le guste caminar tiene varias opciones: hacer una caminata hasta el faro de Cala Nin, disfrutando del paisaje característico de olivos, los matorrales verdes y plantas aromáticas, así como del canto de las cigarras y los grillos, o aventurarse un poco más lejos, hasta Cala Joncols, una bahía cerrada de aguas transparentes que lo refrescaran después de la dura caminata, o llegar hasta el imponente Cap de Creus, una lengua de tierra que se adentra en el mar, anunciando el fin de los Pirineos. 

De regreso a Cadaqués, un almuerzo frugal en una pizzería del centro es lo más recomendable antes de encerrarse en el hotel a dormir la siesta, para evitar las horas de más sol, aunque también tiene la opción de zamparse una buena paella de pescado, si por la tarde no tiene otra intención que descansar. 

Hacia las cinco, atrévase a salir de nuevo al exterior y acercarse a una de las playas más cercanas para darse el baño de la tarde. Con el cabello y la piel salados, diríjase después al museo Dalí, en Port Lligat, o disfrute de un paseo por las callejuelas empinadas del centro del pueblo con un helado en la mano. 

Cuando el sol empieza a caer, toca regresar al hotel para la ducha de rigor y ponerse guapo para el aperitivo. Observar el atardecer desde la terraza del Bar Boya o el Marítimo con un Aperol o una cerveza en mano, escuchando a los niños aun jugueteando en la playa y a sus padres gritando que salgan de una vez del agua, no tiene precio.

El siguiente paso será cenar en el restaurante de su agrado: ¿pescado, pasta, un bife, un buen arroz? Los hay para todos los gustos. Pero no se olvide de reservar.