Las cartas de amor que enviaba Frida, y las que recibió y Diego escondió en el baño
Omnívora en lo sexual y tan prolífica en su arte como en sus conquistas, Frida Kahlo tenía la costumbre de escribirle cartas a sus amantes, a su marido, e…
Convertida en un icono de cierto feminismo facilón que llevar en la camiseta, la vida de la artista Frida Kahlo tiende a menudo a contarse de una forma tan edulcorada como nunca lo fueron sus cuadros.
Amó, odió (sí, también a otras mujeres, especialmente a quienes le hacían sombra, como Remedios Varo); fue cornuda y puso el cuerno, y utilizó su vida privada para construir su imagen pública. En suma, vivió como le dio la real gana e hizo de un aparente obstáculo físico un anclaje poderoso de su arte.
Sus cartas, tan intensas como su obra, son un buen ejemplo de su magnética y tantas veces oscura personalidad.
Revisar la correspondencia manuscrita de Frida Kahlo es un poco como echar un ojo a la de Virginia Woolf, a una le sorprende y le alegra que ambas sean de un natural chismoso y perverso que las libera de esa inconveniente aureola mártir que ellas mismas seguro no aprobarían -créanme, he leído cada una de las cartas que Woolf mandó a sus amigos y familiares, y llegué a detestarla-.
Su relación con las mujeres, más allá de su propio empaque de mujer que vivió como quiso, fue sexualmente ardiente e incluso violenta. En una carta dirigida a su amigo Carlos Pellicer, la pintora decía sobre la cantante Chavela Vargas:
“Hoy conocí a Chavela Vargas. Extraordinaria, lesbiana; es más, se me antojó eróticamente. No sé si ella sintió lo que yo. Pero creo que es una mujer lo bastante liberal que, si me lo pide, no dudaría un segundo en desnudarme ante ella”.
Aunque Vargas nunca afirmó haber mantenido un idilio con Frida, con quien sí lo tuvo fue con Jacqueline Lamba, Josephine Baker, Paulette Goddard o la también pintora Georgia O’Keefe. De O’Keefe, escribió:
“Estaba en el hospital desde hacía tres meses. (…) No hicimos el amor esa vez, creo que porque estaba muy débil. Una pena”.
Sus romances hetero fueron tan poco entendidos en el México de los años 40 como los que mantuvo con mujeres. Por su cama pasaron personalidades como el revolucionario León Trotsky, con quien tuvo una breve aventura después de que Diego Rivera lograse que le dieran asilo político en México.
Trotsky solía dejarle notitas en los libros cuando Frida se marchaba, y cuando el matrimonio de pintores cambió de bando y se hicieron estalinistas, Kahlo llegó a pasar un día en prisión acusada de ser cómplice de su asesinato -un agente encubierto mató a Trotsky con un picahielos en 1940-.
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"No hagas el amor con nadie, si lo puedes evitar. Hazlo únicamente en el caso de encontrar una verdadera F. W. (fucking wonder); (maravilla para coger), pero no te enamores”, carta de Frida a Nick Muray.
También mantuvo una relación con el pintor José Bartolí, el escultor Isamo Noguchi, con su médico y con el fotógrafo Nick Muray, a quien le dejó muy claro en una carta lo que podía y no podía hacer él:
“Mi amante, mi cielo, mi Nick, mi vida, mi niño, te adoro... Oye, niño, ¿todos los días tocas esa cosa para incendios que cuelga en el descanso de la escalera? No olvides hacerlo todos los días. Tampoco olvides dormirte en tu cojincito, porque me encanta. No beses a nadie mientras lees los letreros y nombres en las calles. No lleves a nadie a pasear por nuestro Parque Central. Sólo es de Nick y Xóchitl… No beses a nadie en el sofá de tu oficina. Blanche Heys (amiga íntima de Muray) es la única que puede darte masaje en el cuello. Sólo puedes besar a Mum todo lo que quieras. No hagas el amor con nadie, si lo puedes evitar. Hazlo únicamente en el caso de encontrar una verdadera F. W. (fucking wonder); (maravilla para coger), pero no te enamores”.
Frida dedicó a Rivera sus cartas más “complicadas”, porque así, emocionalmente compleja y dolorosa, fue también su relación durante su matrimonio y tras su divorcio.
En ellas mencionaba tanto la admiración que sentía por él como el dolor que le provocaba que el muralista no recordase sus aniversarios - “Mi niño, Hoy hace diez años que nos casamos, tú seguramente ni siquiera recordarás el día ni la fecha ni nada”-. Incluso cuando se separaron, Frida le rogaba: “Dios. Amor aún te digo si quieres regresa, que siempre te estaré esperando”.
Para luego quejarse en otras cartas sobre su total sumisión a un hombre cuyas infidelidades fueron continuas: “Tú eres el Dios inexistente. Cada vez que tu imagen se me revela le pregunto a mi corazón por que tú y no algún otro”.
Eso sí, algunas de estas misivas son de una belleza tan brutal y plástica como la pintura de la mexicana:
“Eres el espejo de la noche. La luz violeta del relámpago. La humedad de la Tierra. El hueco de tus axilas es mi refugio. (…) Solo tú en el espacio lleno de sonidos”.
Frida Kahlo quiso ocultarse en las axilas del que alguna vez definió como un “gran señor de mirada lujuriosa”. Sin embargo, Rivera no se quedó atrás; la prueba es que pese a las contradicciones y la dureza de su vida en común, guardó bajo llave y en el baño de La Casa Azul la mayoría de los objetos importantes para ambos y justo antes de morir le encargó su custodia a una amiga. Una pierna ortopédica, maquillaje, las cartas que ella recibió de sus amantes…
Esa manera de guardar en el peor lugar lo más querido es otra forma igualmente perversa de decir “te quiero”.
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