Un padre para Latinoamérica
Pero habrá que distanciarnos de la rigidez en los roles familiares y ampliar un poco el enfoque, pues si bien el padre biológico suele estar representado en las artes y en los medios de comunicación como una figura distante, la realidad de relaciones padre-hijo exitosas son numerosas, y los sustitutos en el inconsciente colectivo han sido muy variados.
El mejor ejemplo se encuentra en el rico universo literario latinoamericano. Si tomamos por referencia a Vargas Llosa o a García Márquez, el padre siempre ha sido una figura autoritaria, distante y objeto de rebeldías adolescentes, que dieron fruto a una de las mejores generaciones de escritores latinoamericanos.
La escena es casi reincidente: un joven que observa a su padre desde las esquinas y se enfrenta a la disyuntiva entre querer crecer y convertirse en él o hacer todo lo contrario.
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Pero al mismo tiempo, escritores como el colombiano Héctor Abad Faciolince, desmontan la constante del padre ausente cuando aseguraba que “creo que el único motivo por el que he sido capaz de escribir todos estos años es porque sé que mi papá hubiera gozado más que nadie al leer todas estas páginas mías que no alcanzó a leer”, transformando a su padre no sólo en una figura presente, palpable y reconocible, sino en un refugio que frecuentemente atribuimos a la madre consoladora del latino.
De acuerdo con el periodista peruano Jeremías Gamboa, la literatura se acerca cada vez más a esa intimidad doméstica que gira en torno a la figura paterna. Alejandro Zambra, Patricio Pron, Juan Gabriel Vásquez y Alberto Fuguet, son tan sólo algunos nombres que recuperan la escenografía de la infancia y la transforman en una nueva literatura que desmonta mitos heredados.
Y es que somos una sociedad que debió fundar sus pilares en un suelo arrasado por la guerra. Como bien lo explica la escritora Ana Teresa Torres, la independencia de los países latinoamericanos no trajo consigo sólo pérdidas materiales y de vidas, sino también de una identidad impuesta. La patria era “la madre” y el culto al héroe transformó a los libertadores en esa figura de respeto y admiración que se perpetuaría en la búsqueda de un líder – cacique, caudillo, revolucionario – que adoptara a una población huérfana de padre.
Pareciera que la historia les ha sido injustos y, siguiendo una estructura matriarcal en la que la madre – tierra, patria, biológica – era la fuente de todo, los padres se transformaron en el chivo expiatorio de los fracasos domésticos.
Un padre abandonador, violento o sencillamente ausente, ha sido la pauta en las historias del latinoamericano, opacando a aquellos hombres trabajadores y cariñosos que se debatían entre la sensibilidad prohibida por el machismo común y la responsabilidad de estar siempre estoicos en la fuerza laboral.
Y es que en Latinoamérica no todo es machismo y matriarcado. Por el contrario, cada vez pareciéramos acercarnos más a una vida doméstica que ha aprendido de sus errores.
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