Venezolanos en Philly, entre la espada y la pared
La crisis en Venezuela, aunque lejana, tiene una conexión con Filadelfia. Y esa conexión la han configurado cientos de venezolanos que en los últimos años han llegado a vivir en el área metropolitana de la ciudad y que ven con algo de impotencia el desarrollo de la peor crisis social y política que ha vivido el país suramericano en los últimos años.
Impotencia. Ese es el sentimiento de una joven venezolana, estudiante de tercer año de arquitectura en Temple que este 19 de abril —fecha en que se celebra el inicio del proceso de independencia de Venezuela en 1810— se destacaba entre el río de gente que las 5:30 de la tarde llenaba los pasillos de la Suburban Station.
Con una cachucha tricolor, inspirada en la bandera de su país, Victoria Urdaneta enviaba desde la distancia un inequívoco mensaje de protesta y solidaridad con su gente, que a la misma hora completaba un día en las calles de Venezuela en lo que rápidamente se llamó “la madre de todas las marchas”.
Victoria vive hace 3 años en Filadelfia. Llegó en 2014 justo después de graduarse de secundaria en Maracaibo, su ciudad natal, a 440 millas al oeste de Caracas. Para ella, estar acá es como vivir en una burbuja que la protege de la crisis pero a la vez le impide participar en las manifestaciones.
“Es complicado estar acá y no poder hacer nada, toda mi familia está en Venezuela. Es querer hacer pero no poder”, expresa esta joven inmigrante que, aunque cuenta con una visa de estudiante, lamenta la ironía de su situación.
“Yo me he tenido que separar de mi familia. Mi papá no quiere ni que los visite por la situación tan grave del país, me dice ‘trata de hacer lo que puedas para quedarte allá, pasantías, estudios, no te queremos aquí’”, afirma.
Victoria es una de los casi 6.000 venezolanos que, según estimaciones de la organización Casa de Venezuela, viven en el área metropolitana de Filadelfia; muchos de los cuales han llegado en medio de la ola migratoria que ha expulsado a más de 2 millones de compatriotas del país latinoamericano. Países como Colombia y Estados Unidos son los grandes receptores de los inmigrantes provenientes de la otrora potencia petrolera de la región.
Históricamente Venezuela nunca fue un país de emigrantes. Al contrario, durante la segunda mitad del siglo pasado, su economía en crecimiento atrajo a millones de inmigrantes de países como Perú, Colombia, Portugal y Ecuador, entre otros. Venezuela entonces era considerada la Arabia Saudita de Latinoamérica, los que salían del país solían ser quienes se iban a educar en las mejores universidades de Estados Unidos y Europa, no quienes anhelaban mejores oportunidades en el norte.
Quizá por eso para muchos venezolanos su diáspora actual tiene un aspecto que la diferencia de las otras migraciones latinoamericanas. De acuerdo con Roberto Torres, de la organización Casa de Venezuela, en general el venezolano en Estados Unidos es un inmigrante profesional que “llega a través de mecanismos legales, como visas de trabajo, turísticas y de estudio, y decide quedarse por miedo a regresar a su país”.
Aunque muchos llegan a ejercer sus profesiones, la realidad es que su situación irregular los ha obligado a trabajar en lo que salga. El estado de vulnerabilidad experimentado por el venezolano promedio en Estados Unidos también tiene que ver con una especie de sensación de abandono: hoy muchos prefieren abrirse camino sin acudir a los servicios del consulado de su país, por una simple razón, no se sienten representados.
Esa sensación, aunque suficientemente fundamentada, está empezando a tener un efecto que preocupa a miembros de la comunidad. “En el sur de la Florida ya se conocen denuncias sobre muchos compatriotas que, mal asesorados, llegan a pedir asilo político cuando no todos los casos reúnen los requisitos para ser tratados como tal. Eso de alguna manera pone en peligro la vida de quienes sí lo necesitan. En Filadelfia también está pasando”, afirma Torres.
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Lo cierto es que, con las imágenes y los testimonios cada vez más numerosos que llegan de Venezuela, la pregunta es ¿qué venezolano no necesita una visa o un asilo político en Estados Unidos? El problema no es solo que se disparen las solicitudes de asilo político, sino que si por allá llueve, por acá se pronostican tormentas.
La llegada del presidente Donald Trump a la Casa Blanca, y las medidas que ha empezado a tomar para endurecer las condiciones migratorias para todos aquellos que quieran entrar al país, empieza a preocupar a muchos inmigrantes venezolanos.
El discurso antiinmigrante envía un mensaje poco alentador a aquellos que dejaron su país escapando de la represión y que buscan refugio temporal en Estados Unidos.
Para Victoria esta situación es como estar entre la espada y la pared. Pese a que se vive en Filadelfia con una visa de estudiante, sabe que su situación tiene fecha de vencimiento. Su hermana, que también estudiaba aquí, se vio obligada a regresar a Venezuela hace tres semanas porque no consiguió una visa de trabajo.
Sobre su futuro próximo, asegura que lo ve “bastante incierto”. Todo por las medidas que Trump viene adoptando en su supuesto afán de impulsar el empleo de estadounidenses por encima del de comunidades inmigrantes.
Esta joven estudiante de apenas 21 años de edad tiene todas sus esperanzas en el programa OPT (Optional Practical Training), que le permite a estudiantes extranjeros como ella permanecer en el país un año más para realizar prácticas profesionales, pero que se encuentra bajo la mira de Trump desde su llegada a la Casa Blanca.
Victoria sabe que el panorama no es muy prometedor; probablemente la narrativa del gobierno tenga su efecto en el sector privado que, temeroso de un incremento en los impuestos, lo pensará dos veces antes de contratar a un profesional extranjero.
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