Hijo mío, ¿por qué te hiciste monje?
Humanista, pensador y ateo convencido, el célebre filósofo francés Jean-François Revel (1924-2006) no pudo más que asombrarse cuando su hijo Matthieu Ricard le comunicó un día que abandonaba su brillante carrera como biólogo molecular para instalarse en el Nepal y aprender de los maestros budistas.
Era el año 1979, diez años después de que los movimientos hippies pusieran de manifiesto el creciente interés de los jóvenes occidentales por las corrientes espirituales de Asia Para Revel, autor de destacadas obras de filosofía y pensamiento contemporáneo, la decisión de su hijo Matthieu reflejaba el triunfo del Oriente místico sobre el Occidente racional – el mundo en el que le había educado; el triunfo de la Religión versus el Ateísmo, el de la vida contemplativa sobre el yo libre y activo que reivindica la cultura occidental.
Como librepensador que es, Revel no desprecia la decisión de su hijo, sino que hace un esfuerzo por comprenderle. Y el resultado de este esfuerzo es este libro, un diálogo entre padre e hijo que servirá al lector para acercarse a los principios del budismo, entender por qué despierta tantos adeptos en Occidente, y para reflexionar sobre el sentido de la vida.
Lo primero que quiere averiguar Ravel es cómo puede ser que alguien, “habiendo recibido una cultura científica del más alto nivel, lo abandone todo por una religión como el budismo.”
“Simplemente, porque la ciencia es incapaz de resolver las cuestiones fundamentales de la existencia. En pocas palabras: la ciencia, por interesante que fuera, no bastaba para darle sentido a mi existencia”, le contesta su hijo, convertido ya en monje budista, después de tres años en el Himalaya bajo tutela de los maestros tibetanos, a los que admira. “Son seres que correspondían con el ideal del santo, del ser perfecto, del sabio, una categoría de seres que ya no es posible encontrar en Occidente”, explica Matthieu, recurriendo a una retórica que a ratos suena bastante vacía.
En pocas palabras: la ciencia, por interesante que fuera, no bastaba para darle sentido a mi existencia
Mientras escribían el libro, Matthieu había trabajado ya varias veces como acompañante y traductor del Dalai Lama, por quién siente una veneración extrema. Su nueva vida de monje le llena, su anterior vida de científico, no, asegura. El problema de Matthieu es el de miles de personas en Occidente, sumidas en una carrera profesional que ni tan solo se han planteado si deseaban. Mathiew ha encontrado su manera de hacer frente a esta crisis existencial: la vida contemplativa. Podría haber elegido ser monje de clausura benedictino, orden por la que el Dalai Lama tiene un gran respeto, pero se decantó por el Budismo.
En el Budismo, explica Matthieu, “la práctica espiritual es el objetivo principal de la existencia humana, ” escribe. Los maestros budistas, insiste, “se han librado del sufrimiento humano, que no es más que el resultado de la ignorancia.” Y por ignorancia, el budismo se refiere a no saber desprenderse de las emociones: odio, rabia, envidia … A través de la meditación, los hombres son capaces de desprenderse de las emociones y de generar comprensión hacia el otro, en lugar de sufrir.
La filosofía budista predica que hasta que uno no esté bien consigo mismo, no puede hacer nada por los demás. ¿Eso justifica que yo le cuente a una amiga que he roto con mi pareja de hace siete años y ella me responda, en tono místico, “tranquila, si tú estás bien, todo irá bien”?. Lo único que quería era que me sacara a tomar una cerveza.
Revel le escucha pacientemente y llega a comprender el componente filosófico del budismo. Al final no deja de ser una pauta de moral y buenas conductas para hacer más fácil la convivencia humana– promueve la comprensión hacia el prójimo, hacer el bien, ser bondadoso, no vengarse. Pero cuando el diálogo con su hijo alcanza el plano metafísico, Revel acaba viendo en el budismo una religión como cualquier otra: una religión basada en creer fenómenos que no pueden ser probados, en acatar unos credos y doctrinas.
Por ejemplo, según el budismo no hay almas individuales, sino una energía que se traslada de cuerpo en cuerpo. Los budistas que consiguen alcanzar el nivel máximo de meditación – llámenle Iluminación, o nirvana - , se supone que puede llegar a ver esta energía. Incluso pueden llegar a visualizar un niño en cualquier parte del mundo en el que se ha reencarnado otro Lama o maestro Rinpoche.
RELATED CONTENT
Revel se resiste a creer y se aferra a sus argumentos, mucho más elaborados y sólidos que los de su hijo. Revel le dobla en conocimientos y a su lado el discurso de Matthieu suena un poco a palabrería. Sin embargo, cuando se trata de discutir una cuestión de fe – de creer o no creer- no hay teorías en las que aferrarse, admite Revel. Si su hijo quiere creer a pies juntillas en la reencarnación y en el karma, es decir, en que el sufrimiento humano – como por ejemplo, un cáncer - es fruto de nuestros actos pasados, allá él.
Para el filósofo francés, es inadmisible pensar que las malas acciones cometidas en el pasado, sea por uno mismo o por la persona que transportaba su alma en una vida anterior, pueden tener consecuencias en tu vida. Porque Revel, aferrándose a los pilones de la filosofía occidental, no puede aceptar que el individuo no sea libre y dueño de sus propios actos desde su nacimiento, independientemente de que su alma tenga carácter eterno o no.
Otro de los temas que más preocupa a Revel es el egocentrismo con el que supuestamente se asocia el budismo. La filosofía budista predica que hasta que uno no esté bien consigo mismo, no puede hacer nada por los demás. ¿Eso justifica que los grandes maestros tibetanos vivan rodeados de la miseria y las injusticias sociales, y lo asuman sin rebelarse? O que yo le cuente a una amiga que he roto con mi pareja de hace siete años y ella me responda, en tono místico, “tranquila, si tú estás bien, todo irá bien”?. Por poco le cuelgo el teléfono. Mi amiga, que entonces empezaba a iniciarse en el ýoga y el budismo (siempre van juntos), no entendió que lo único que quería era que me sacara a tomar una cerveza para distraerme.
La gran diferencia entre Occidente y Oriente, según Revel, es que mientras en el primero el ser humano tiende buscar la felicidad a través de la acción, en Oriente se busca mediante la contemplación.
Incapaces de encontrar la felicidad en nosotros mismos, la buscamos desesperadamente en objetos, en experiencias, en maneras de pensar o de comportarse cada vez más extrañas. En pocas palabras: nos alejamos de la felicidad buscándola donde no existe
“Muy a menudo, la fascinación por lo nuevo y lo diferente refleja una pobreza interior. Incapaces de encontrar la felicidad en nosotros mismos, la buscamos desesperadamente en objetos, en experiencias, en maneras de pensar o de comportarse cada vez más extrañas. En pocas palabras: nos alejamos de la felicidad buscándola donde no existe”, insiste Matthiew, refiriéndose a la sociedad occidental. Buena parte de esto es cierto, admite Revel, pero no es la curiosidad humana y el afán por conocer lo nuevo, el deseo de aprender, lo que ha llevado a la sociedad a desarrollarse?
Cada lector hará sus propias interpretaciones sobre el libro. Yo no he podido evitar estar de acuerdo con Revel. Quizás por mi forma de pensar, atea, occidental, partidaria de que el sentido de la vida está aquí abajo, en la misa tierra, en la felicidad de querer dar a los demás, aunque “no estemos preparados”, como dice el budismo.
“El budismo concibe la vida en el mundo como un cautiverio del que hay que evadirse, sustrayéndose al ciclo de los renacimientos. Para el hombre occidental, en cambio, es transformando al mundo y reformando la sociedad como se atenúa el sufrimiento humano,” concluye Revel.
LEAVE A COMMENT:
Join the discussion! Leave a comment.