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EL PODER Y LA ÉTICA

Quienes tienen el poder, en cualquier campo. parece que desconocen que, a pesar de su capacidad para obtenerlo, se lo deben a aquellos sobre quienes lo ejercen.

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Quienes tienen el poder, en cualquier campo. parece que desconocen que, a pesar de su capacidad para obtenerlo, se lo deben a aquellos sobre quienes lo ejercen.

Por lo general se habla del poder en diferentes campos: el poder del gobernante, el poder religioso, el poder de la mente, el poder hacer algo, el poder de la naturaleza, el poder
económico, etc.

Sin embargo, aquí se toma como la influencia que ejercen unas personas sobre otras en situaciones distintas en algunos de esos campos que se señalan arriba. Es decir, poder sobre
otros que han decidido conceder el poder suyo a otro: reconocer en un individuo u organización la capacidad de dirigir, progresar, crecer y orientar en un campo determinado, ya sea religioso, económico o político.

No tendría poder el Papa si no es porque sus feligreses le conceden esa posibilidad que crece cuando dan por verdad todas sus enseñanzas y actos personales o aprueban su actuar y sus
lineamientos como máxima autoridad religiosa de su Iglesia. Lo mismo sucede con los pastores de otras Iglesias y con los políticos.

El empresario no tendría poder económico si sus posibles clientes no consumen sus productos; quien vende servicios recibe la aprobación de quienes acuden a solicitarlos.

Cuando el político es elegido es porque sus conciudadanos han depositado su confianza en sus programas para que pueda llegar a realizarlos, así no cumpla sus promesas. Su poder es ficticio
cuando pierda la confianza de sus electores y ya no puede convencerlos.

Tener el poder significa que la voluntad de otros está entregada a quien tiene el poder. Sin el manejo de esa voluntad para convencer, encontrar el apoyo y ser seguido, aceptar sus
decisiones, ser buscados sus productos o sus servicios, significa la pérdida del poder.

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Es, entonces, que se puede afirmar que el poder no es una cualidad o virtud que se alcanza por virtud propia. Es una concesión del otro.

Cuando Alejandro Magno conquistaba territorios remotos, consolidaba su poder ganándose la voluntad y la aceptación de las gentes sometidas, propiciándoles situaciones que ellos
aceptaban y, por eso, él era el emperador. Lo mismo le sucedió al imperio romano que no destruía las formas organizativas de los pueblos conquistados, sino que exigía un tributo y el
reconocimiento de su emperador.

Esa dependencia consentida se acabó en ambos casos y se ha repetido una y otra vez en la historia cuando los pueblos dijeron "basta" porque vieron vulnerada su libertad.

Hoy, el poder se gana con el manejo de la voluntad del otro a quien se reconoce como inferior pero que con su apoyo se logra su dominio. Hoy, el poder no es más que el dominio de unos
sobre otros.

El problema es que el concepto de poder se concibe como la capacidad (el poderoso lo es por su capacidad, se cree) para ejercer influencia en los demás, sea para ayudarles a resolver sus
problemas como para guiar, enseñar, proponer y decidir, cómo lo fue en los pueblos primitivos donde el poder estaba para cuidar la vida y la integridad de la comunidad: ahí nació la ética del poder. El líder lo es para el bien de su grupo.

Hoy, el poder está concebido como la facultad de estar por encima del otro para manejar su voluntad y su libertad, pero, sobre todo para defender intereses particulares.
La ética murió cuando en la Edad Media (en la cultura occidental) las verdades se atribuyeron al poder que Dios les daba a reyes, obispos y Papas para dirigir a sus feligreses y súbditos con el
postulado de que la autoridad viene de Dios que en verdad era un sofisma para tener prisionera la libertad y la conciencia de los no poderosos.
Hoy, desde los púlpitos, los centros académicos y los hogares se hace un esfuerzo inmenso para revivir esa ética perdida, pero la fuerza del querer tener poder se lo impide con engaños,
promesas, falsas verdades y toda clase de argucias para sostenerlo o adquirirlo.
El poder dio un golpe mortal a la ética, siendo ella quien le dio la vida para alimentarla y para convivir en paz y amor todos. Ahora, entregamos nuestro poder y libertad a otro u otros sin
esperar nada más que el seguir subsistiendo.

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