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John Podesta, allegado a la cúpula del Partido Demócrata, escribió un artículo de opinión en el Washington Post, donde echa la culpa de la derrota de Hillary Clinton, en la foto, al FBI. EFE

[OP-ED]: Podesta desvía la culpa del fracaso de Clinton

En estas fiestas, me gustaría darle a John Podesta un regalo que le sería muy útil: un espejo.

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En estas fiestas, me gustaría darle a John Podesta un regalo que le sería muy útil: un espejo. Porque es obvio que la persona que durante mucho tiempo fue considerada como el que todo lo arregla en el Partido Demócrata, no tiene un espejo.

Podesta es simplemente incapaz de admitir sus propios errores, aún cuando están desparramados por todo Internet en la forma de emails personales, dados a conocer por WikiLeaks. Los mensajes muestran desprecio por agunos electorados demócratas, como esos “necesitados latinos”, y macabras especulaciones sobre si Joe Biden se candidatearía por su partido impulsado por el recuerdo de su hijo fallecido, Beau. Como presidente de la campaña de Clinton, Podesta tampoco reconoce que un grupo de electores lo agarró desprevenido: los blancos de la clase obrera.

Ahora Podesta, allegado a la cúpula del Partido Demócrata, escribió un artículo de opinión en el Washington Post, donde echa la culpa de la derrota de Hillary Clinton al FBI.

Según Podestá, los investigadores federales pasaron demasiado tiempo obsesionados por los emails de Clinton y no el suficiente en lo que él describe como “el complot ruso para sabotear la campaña de Clinton y elegir a Donald Trump”, al piratear y entrar en el tesoro de emails del Comité Nacional Demócrata (DNC, por sus siglas en inglés). Podesta también ataca a la entidad, y a su director James Comey, por no advertir a los funcionarios del DNC que estaban pirateando sus emails cuando se descubrió inicialmente el hecho en septiembre de 2015.

Ésta no es exactamente una nueva táctica. En una llamada con donantes, justo unos días después de la elección, la misma Clinton culpó a Comey por “sugerir dudas sin fundamento ni base” que “detuvieron el impulso.” Tampoco es fácil seguir la pista a todas las balas que vuelan, ahora que los demócratas tienen un pelotón de fusilamiento y se echan la culpa mutuamente por la derrota de Clinton, pero sin admitir que fueron sus propios errores.

Hace un par de semanas, Bill Clinton tuvo mucho que decir durante una sesión improvisada de preguntas y respuestas fuera de una librería de Nueva York. Clinton echó la culpa de la derrota de su esposa a todos, desde Comey y el FBI hasta a los “hombres blancos coléricos” que entraron en un frenesí incitado por Donald Trump.

El ex presidente podría, con igual facilidad, culpar en parte a Podesta, su ex jefe de personal, que ignoró las súplicas de Clinton para que la campaña prestara más atención a los blancos de la clase obrera en las últimas semanas.

En la política, la ignorancia mezclada con arrogancia es una combinación letal. Podesta ilustra ese punto maravillosamente.

A medida que el juego de echar culpas sigue su curso, nadie está a salvo--ni siquiera la persona que a menudo es considerada como la asistente de mayor confianza de Hillary Clinton, a quien ella describió como su “segunda hija”. Según un reciente artículo en Vanity Fair, Hillaryland está estallando con una serie de críticas que se extienden hasta Huma Abedin.

“La verdadera ira es hacia el círculo allegado de Hillary”, dijo a la revista alguien cercano a la candidata. “Reforzaron todos los malos hábitos.”

Entre esos malos hábitos se encuentran retirarse a una burbuja y sólo hablar entre ellos. Más conocida como la esposa separada del desacreditado ex congresista Anthony Weiner, Abedin era una importante asistente de Clinton que participaba en muchas decisiones estratégicas.

Además de Abedin, en el círculo allegado de Hillary Clinton se encuentran la directora de la campaña, Robin Mook; la directora de Comunicaciones, Jennifer Palmieri y la asesora de la campaña, Cheryl Mills.

En un reciente foro en Harvard, Palmieri continuó la tradición clintoniana de negarse a aceptar la responsabilidad de la derrota, al expresar que la victoria de Trump se debió a los “supremacistas blancos”.

Pero Podesta es un caso especial. Cuando echa la culpa a los demás, es especialmente surrealista--y patético. Gracias a una combinación de filtraciones y reportajes, sabemos ahora qué mal llevada fue la campaña de Clinton, cómo sumos funcionarios de la campaña sacaron importancia a los electores blancos de la clase obrera, cómo los líderes demócratas menospreciaron a sus propios partidarios y cómo al estar en tan buenas relaciones con los medios actuaron en connivencia con ellos, lo que creó una reacción negativa.

Y prácticamente todas esas tormentas tienen algo en común: Podesta. En breve, el presidente de la campaña estuvo en el centro de todo lo que anduvo mal en el intento de Hillary Clinton de llegar a la Casa Blanca.

No es de sorprender que Podesta quiera distraernos. Al echar la culpa al FBI de arruinar lo que él cree pensar que fue una campaña presidencial perfecta, trata de desviar la atención de sí mismo. Porque si se examina su desempeño, se ve que--esta vez--el que todo lo arregla más bien rompió todo.

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