Nuestro crisol de razas
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Un informe del Pew Research Center titulado "Estadounidenses en segunda generación: Un retrato de los hijos adultos de inmigrantes", recientemente verificó un fenómeno que ha tenido lugar durante casi toda la historia de la nación: Los niños que se crían en este país se convierten en estadounidenses orgullosos.
Prepárense para que eso cambie.
Lo digo por ser hija de inmigrantes y considerarme, como aproximadamente seis de cada 10 adultos que son hijos de recién llegados, una "estadounidense típica". Y, como la aplastante mayoría de hispanos y asiáticos en segunda generación, también creo en la promesa más santa de Estados Unidos: que casi todo individuo puede progresar si está dispuesto a trabajar arduamente.
Son ideas inculcadas en nosotros por esa gran máquina de asimilación que es la escuela pública. Se trata de un sistema educativo que tiene sus raíces en la misión de enseñar a los estudiantes patriotismo y valores morales.
Bueno, olvídense de eso en la actualidad. Las escuelas ya no quieren tocar el tema de la moralidad de ninguna manera. Hasta los diluidos programas sobre el carácter del individuo-como "Character counts!"-parecen estar en vías de extinción para ser reemplazados por campañas más generales que meramente imploran a los estudiantes a "Sólo ser buenos"("Just Be Nice!") o a poner sus "Valores en acción!"("Values in Action!")
Y el patriotismo en la escuela se ha acabado.
Observen este titular que me llegó por medio de la Education Action Group Foundation, que ha sido descrita tanto como promotora de una reforma educativa sensata o como una herramienta de la extrema derecha, "Funcionarios de educación radicales tratan de imponer un programa anti-estadounidense."
La noticia electrónica afirmaba que los funcionarios de educación de Minnesota están proponiendo nuevos estándares para la materia Estudios Sociales, que "ya no requerirán que los estudiantes aprendan sobre Martin Luther King Jr., la guerra contra el terrorismo, la Unión Soviética ni la importancia del patriotismo."
"Se requerirá que los estudiantes aprendan sobre el 'racismo institucional' en Estados Unidos, 'la ascensión de las grandes empresas' y los problemas que presenta 'una economía capitalista no-regulada'. En otras palabras, algunos quieren cambiar los programas para que los instructores de Historia enseñen a los alumnos que Estados Unidos es un país malo con un pasado malvado."
Por ser miembro de una minoría estadounidense en segunda generación, que se educó con compañeros similares en clases urbanas que parecían una pequeña versión de las Naciones Unidas, puedo decir que las escuelas a las que asistimos nos enseñaron a amar el país adoptado por nuestros padres con todo nuestro corazón. Nos criamos sintiéndonos tan estadounidense como el pastel de manzanas, aunque prefiriéramos comidas más familiares como el dulce de leche y las empanadas.
Hoy en día, como ex educadora y madre de dos hijos que asisten a una escuela media con maestros de tendencia izquierdista, más bien educados en el arte de la justicia social que en la pedagogía, puedo decirles que cuando la actual camada de hijos de inmigrantes llegue a la adultez, quizás considere a Estados Unidos como un país imperialista, un opresor dominado por las corporaciones, y no una fuente de orgullo.
En nombre de la inclusión, de la diversidad, de los estudios étnicos y de género, el péndulo de la educación ha llegado a un punto en que, según algunas de las hojas de ejercicios que se reparten en clase, podemos olvidar que somos una nación creada por un grupo de padres fundadores emprendedores.
En la versión del pasado del libro de Howard Zinn, "A People's History of the United States" con el que la mayoría de los maestros parecen haber sido criados, Estados Unidos fue formado, en cambio, por hombres blancos ricos, dueños de esclavos, que sólo se destacaron por capitalizar el genocidio de los amerindios, en el que participaron Colón y los primeros colonos.
No se rían.
Queremos que nuestros estudiantes desarrollen un pensamiento crítico para analizar la historia, que se indignen ante las atrocidades del pasado. Pero muy a menudo, se imparte la crítica a mentes jóvenes e impresionables sin proporcionarles un contexto histórico real. El resultado es una constante cantinela sobre lo terrible que son los Estados Unidos.
En una nación donde se entablan demandas para evitar la supuesta tiranía de tener que jurar lealtad a la bandera, las probabilidades de inspirar patriotismo a nuestros hijos son escasas. Prepárense para que la siguiente ola de estadounidenses en segunda generación admire a su país mucho menos que sus predecesores.
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