[Op-Ed] La Salud Mental: El Desafío Silencioso Post-Pandemia

La salud mental se ha convertido en la epidemia silenciosa del siglo XXI.

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La salud mental se ha convertido en la epidemia silenciosa del siglo XXI. Mientras el mundo celebraba el fin de las restricciones por COVID-19, otra crisis persistía y se intensificaba en las sombras, el deterioro de la salud psicológica de la población mundial. Los datos son alarmantes y confirmados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), durante el primer año de pandemia, la prevalencia de ansiedad y depresión aumentó un 25% globalmente, una cifra sin precedentes que evidencia la magnitud del problema que enfrentamos.

El triple impacto del COVID-19, la crisis climática y los conflictos geopolíticos ha generado un cóctel perfecto para el deterioro de la salud mental. La soledad por el aislamiento social, el miedo al contagio, el duelo por seres queridos fallecidos y la incertidumbre económica han actuado como detonantes para millones de personas que nunca antes habían experimentado problemas psicológicos. Paradójicamente, mientras crecía la necesidad de atención, los servicios de salud mental fueron precisamente los más interrumpidos durante la emergencia sanitaria global.

La brecha entre necesidad y atención resulta escandalosa. Casi mil millones de personas padecen trastornos mentales diagnosticables, con el 82% residiendo en países de renta baja y media. Sin embargo, los presupuestos destinados a la salud mental representan apenas el 2% del gasto sanitario total en la mayoría de los países. Esta desproporción se traduce en una realidad inaceptable, pues ocho de cada diez personas con trastornos mentales graves no reciben tratamiento alguno. El déficit de profesionales especializados agrava la situación, con países que reportan menos de dos trabajadores de salud mental por cada 100.000 habitantes.

La pandemia ha dejado al descubierto que ciertos grupos son particularmente vulnerables. Los jóvenes encabezan la lista de afectados, con un preocupante aumento del riesgo de conductas suicidas. Las mujeres, quienes frecuentemente asumieron mayores cargas de cuidado durante los confinamientos, han experimentado índices más elevados de ansiedad y depresión que los hombres. Los trabajadores sanitarios, sometidos a un estrés extremo y agotamiento prolongado, han reportado tasas alarmantes de burnout e ideación suicida. Este panorama revela una pandemia dentro de la pandemia, caracterizada por una distribución desigual del sufrimiento psicológico.

Ante esta crisis, la Organización Mundial de la Salud lanzó en 2019 la Iniciativa Especial para la Salud Mental, un programa que buscaba ampliar el acceso a la atención psicológica a cien millones de personas en doce países. Esta iniciativa, junto con el Plan de Acción Integral sobre Salud Mental 2013-2030, representa un esfuerzo coordinado para transformar la atención global. Sin embargo, para lograr un impacto significativo, se requieren políticas públicas más audaces y una redefinición de prioridades.

Las recomendaciones de la Comisión de Alto Nivel sobre Salud Mental y COVID-19 de la Organización Panamericana de la Salud ofrecen una hoja de ruta clara, elevar la salud mental a nivel nacional y supranacional, integrarla en todas las políticas públicas, aumentar significativamente su financiamiento y garantizar el enfoque comunitario de los servicios. Es imperativo abandonar el modelo hospitalocéntrico y avanzar hacia intervenciones tempranas basadas en la comunidad. Además, la digitalización de servicios psicológicos representa una oportunidad sin precedentes para ampliar la cobertura, siempre que se garantice la accesibilidad y calidad de estas herramientas.

La salud mental no puede seguir siendo tratada como un lujo o un aspecto secundario de la salud pública. Los datos económicos lo confirman, pues, por cada dólar invertido en tratamientos para depresión y ansiedad, se obtienen cuatro dólares en mejora de la salud y productividad laboral. La crisis post-pandemia exige una respuesta coordinada y ambiciosa, con compromisos financieros reales y políticas que aborden los determinantes sociales del bienestar psicológico. Solo así podremos transformar esta crisis en una oportunidad para construir sociedades más resilientes y saludables donde la salud mental sea, por fin, una prioridad para todos.

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