Poder y liderazgo, redefinido por las mujeres
Desde Capitol Hill hasta cerveza en la frontera, las noticias recientes y nuestra edición de esta semana son algunos ejemplos.
¿Qué apariencia tiene y cómo se expresa la autoridad? ¿Cuáles son los rasgos que más se asocian al liderazgo?
Con estas preguntas se debaten los estaodunidenses ahora más que nunca, cuando las mujeres se toman el centro del panorama de algunos de los eventos políticos más decisivos y de mayor peso que ha vivido el país.
En una columna reciente de The Washington Post, Monica Hesse señala que durante las audiencias del juicio político, el actual embajador de Ucrania William B. Taylor, hijo, dejó una sensación de confianza inmediata en muchos miembros del público por la forma en que su profunda y sonora voz—”un barítono de bourbon maduro añejado al roble”—se asemejaba a otra voz de autoridad muy conocida en la historia estadounidense, la del locutor Walter Cronkite.
Tal referente de autoridad, un símbolo de confianza y credibilidad, se ha construido a lo largo de las décadas y los siglos y está incrustada en nuestra conciencia colectiva como algo asociado con los hombres o con cualidades masculinas.
Sin embargo, esta percepción está cambiando. Según un informe de 2018 efectuado por el Pew Research Center, la mayoría de los estadounidenses dijo que le gustaría que hubiese más mujeres en cargos de autoridad tanto en política como en el mundo corporativo.
Otros muchos además afirman que, en efecto, las mujeres se desempeñan mejor en ciertos aspectos del liderazgo que los hombres. De acuerdo con el mismo informe, aunque muchos dicen que no existe diferencia entre líderes mujeres y hombres, un porcentaje más alto les da la ventaja a las mujeres en áreas tales como: crear un ambiente laboral seguro y respetuoso, valorar a personas de diferentes procedencias, considerar el impacto social de las decisiones de negocios, y proveer un pago justo y buenos beneficios.
Ya sea que estas percepciones estén basadas o no en la realidad o sean el resultado de estereotipos de género socializados, el hecho de que haya una parte de la población que cree que las mujeres líderes pueden ser mejor a la hora ejercer esas cualidades de liderazgo hace que urja preguntarse qué aspectos del liderazgo son más valorados en Estados Unidos—y cómo el rostro del liderazgo en sí podría cambiar a medida que más mujeres llegan a posiciones de poder.
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La colaboración, la construcción de coaliciones y el papel de facilitadoras, como se demostró por parte de las mujeres del negocio cervecero en nuestra historia de la página 12, podrían considerarse como aspectos integrales de nuestros líderes políticos, empresariales y más.
Es decir, como Hesse lo expone en su columna, nuestras referencias de autoridad se pueden expandir.
Cuando Fiona Hill, antigua funcionaria del Concejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, tuvo el turno para dar su testimonio en el juicio político el 21 de noviembre, “no fue como ver a Walter Cronkite. Fue como ver a Fiona Hill”, escribe Hesse.
Su voz era la suya propia, y se ganó su autoridad.
Hill había demostrado lo que la escritora Roxane Gay propone en su libro insignia Bad Feminist: “Cuando no se puede encontrar a quien seguir, hay que encontrar una manera de liderar con el ejemplo”.
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