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Olvídense de la puesta en escena, la verdadera importancia de la visita del Presidente Obama a Cuba, y en particular de su discurso el martes en el Gran Teatro de La Habana es, sin duda, el que se haya producido.
Todo lo demás —si Obama fue un demagogo, por qué Raúl Castro  no lo recibió en el aeropuerto, si van a producirse cambios en Cuba— es no solo debatible, sino secundario.
No se puede hablar del viaje de Obama sin destacar su coraje para dar un paso histórico como este, ni sin reconocer la valentía del presidente cubano Raúl Castro para recibirlo y proporcionarle una tribuna desde la cual dirigirse al pueblo cubano. Después de todo, medio siglo de enfrentamientos y malos entendidos ni se olvidan ni se perdonan de un día para otro.
El discurso pronunciado por Obama el martes como culminación de su viaje –trasmitido por la televisión cubana--tiene diferentes lecturas a ambos lados del Estrecho de la Florida. Pero en lo que todos coinciden es en que fue un momento histórico sin precedente en la historia de ambos países.
Nunca un presidente norteamericano en funciones había hablado sin intermediarios a los cubanos de la Isla nada menos que desde su propia capital, y menos aún en el tono utilizado por Obama, quien abandonó mucho de la habitual arrogancia imperial y la vieja retórica belicista.
“Es hora de dejar atrás el pasado”, manifestó Obama, recogiendo en esa frase quizás la razón principal para impulsar una nueva política hacia Cuba.
Pocos, además, podían haber concebido hace solo unos meses que el Presidente de Cuba accedería a que su contrapartida estadounidense expresara unas ideas que contradicen el discurso oficial y la ideología que han prevalecido en Cuba desde 1959.
“Me gustó mucho la idea de Obama de que no se trata de olvidarnos de la historia, pero que tampoco podemos quedarnos encerrados en ella”, dijo desde La Habana Rachel D. Rojas, una joven periodista de Progreso Semanal. “Si seguimos sacando cuentas viejas, nunca podremos avanzar”.
Hay cuentas, no obstante, demasiado dolorosas para que se puedan obviar, incluso en aras de una paz que ha eludido las relaciones entre ambos países por demasiado tiempo.
“Cuando lo escuché (a Obama) hablar del exilio cubano, lo primero que pensé fue en Orlando Bosch,” escribió en Facebook Isabel Alfonso, una profesora universitaria cubanoamericana en Nueva York.
Para los que no lo conozcan, Bosch, ya fallecido, fue uno de los autores intelectuales del sabotaje al vuelo 455 de Cubana de Aviación en octubre de 1976, en el que murieron 73 personas. Su cómplice en el terrible crimen se llama Luis Posada Carriles, y hoy vive cómodamente en Miami sin haber pagado nunca por sus acciones criminales.
En definitiva, fue un gran discurso, pero habría que preguntar –como lo hace el Dr. Julio Ruiz, activista cubanoamericano en pro de la normalización de relaciones-- por qué siguen asignándose millones para subvertir a Cuba a través de la U.S. Agency for International Development (USAID).
“A eso se le llama doble moral,” afirma Ruiz.
Pese a malos entendidos, suspicacias y asignaturas pendientes como la base de Guantánamo y el embargo comercial, tras el discurso de Obama en La Habana, pocos pondrán en duda que las relaciones entre ambos países han pasado a una nueva etapa de, al menos, mayor racionalidad.
Todo lo demás es secundario.