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El presidente de los Estados Unidos, Donald J. Trump (D), anuncia al juez del tribunal de apelaciones federal Brett Kavanaugh (Izq) como su candidato para reemplazar al juez de la Corte Suprema Anthony Kennedy, en la Sala Este de la Casa Blanca en Washington, D.C., el 9 de julio de 2018. EFE/EPA/MICHAEL REYNOLDS.
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Estas últimas semanas han sido un torbellino para el país entero, siguiendo la pauta que marcó la Administración Trump desde el día de su inauguración.

Para una nación fuertemente dividida entre el caciquismo republicano y el inmovilismo demócrata, la confirmación del juez Brett Kavanaugh para la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos ha sido el golpe más duro.

Sin embargo, el caos de los últimos meses en torno al nominado presidencial ha dejado en claro asuntos clave.

Los caprichos presidenciales tienen un nuevo rango de alcance

Desde que el presidente Trump anunciara la nominación de Kavanaugh para la Corte Suprema el pasado mes de julio, muchos se han preguntado qué tiene el nominado que no tuvieran los otros candidatos. A medida que se desarrollaban las audiencias para su confirmación, Kavanaugh se fue dibujando como un juez “hecho a la medida” para la administración, en especial por su radicalismo conservador. Kavanaugh tiene un fuerte historial de sentencias contra regulaciones medioambientales, contra el control de armas, contra el aborto y participó en la investigación contra el Presidente Bill Clinton, batallas fundamentales para el presidente, quien tendrá ahora a un fuerte aliado en la Corte Suprema.

La ruta de la misoginia lleva directamente a altos rangos

Si bien las acusaciones de acoso sexual contra Kavanaugh surgieron en último momento de su nominación, en cualquier democracia como la que vende Estados Unidos al exterior serían motivo suficiente para poner en marcha una investigación formal y suspender la nominación de un funcionario, en especial cuando está postulando a la Corte Suprema de Justicia por un puesto de por vida.

Pero en la era Trump, la voz de una mujer como la Dra. Christine Blasey Ford es descartada inmediatamente, sobre todo ante el Partido Republicano. De nada sirvió el testimonio descriptivo de Ford y otras dos mujeres pues, en un país cuyo presidente ha sido reconocido por su misoginia, el sexismo da puntos extra en el currículum.

Una nominación “barómetro”

La batalla campal en la que se transformó la nominación de Kavanaugh demostró no sólo la astucia de “viejo zorro” del GOP sino la inexperiencia e ingenuidad del Partido Demócrata. El bipartidismo ha alargado el pasillo de los órganos judiciales en el país a la espera de unas elecciones de mitad de período que puedan salvar la partida. Es como si los Demócratas pusieran en manos de los votantes la solución a un caos del que han sido pasivamente partícipes.

El as bajo la manga

La pesadilla del presidente lleva por nombre Robert Mueller y se ha manifestado en forma de una investigación por presunta obstrucción de la justicia, colusión con agentes extranjeros y fraude. Pero la llegada de Kavanaugh a la Corte Suprema le dará al presidente la posibilidad de escudarse ante un posible juicio político. Según reportó The New Yorker, Kavanaugh escribió en un artículo del 2009 en el Minnesota Law Review que “el Congreso debería considerar eximir a los Presidentes en ejercicio de la acusación penal, porque tales casos distraían e ‘inevitablemente se politizaban’; al mismo tiempo, escribió: ‘si el presidente hace algo incorrecto, el proceso de destitución es viable’. De una u otra manera, Trump estará satisfecho”.

La desmoralización de un país no garantiza los votos

Grupos activistas como Women’s March y representantes demócratas a nivel nacional han llamado a los ciudadanos a no dejarse desanimar por la confirmación de Kavanaugh, “resistir y votar” ha sido su consigna. Pero históricamente los ciudadanos que pierden la Fe en el sistema legal y en los partidos políticos frecuentemente se quedan en casa el día de las elecciones. Lo que realmente podría garantizar la llamada “Ola Azul” en noviembre es la sumatoria de todo lo que la Administración Trump ha hecho hasta ahora y el alcance de las campañas políticas de base dentro del ala menos tradicional del Partido Demócrata.

De una u otra manera, Kavanaugh es la última – y más amarga – victoria del presidente.