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Desequilibrios en la post crisis

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Líderes mundiales quieren que los chinos compren más y ahorren menos. No lo dicen así directamente, pero eso es lo que significan frases como la siguiente, incluida en una carta que el presidente Obama envió al Grupo de los 20 el 18 de junio: “Una recuperación mundial fuerte y sostenible tiene que apoyarse sobre una demanda global equilibrada”.

Es simple. Los chinos representan el mercado más grande del mundo, pero también son los que más ahorran en el planeta. Si solo dejaran de lado esa actitud frugal y consumieran más, la economía mundial vería un fuerte impulso. (Beijing ha anunciado que dejará que su moneda se valorice, lo que debe hacer que los productos importados sean más baratos en China).

El otro lado de esta historia es que los estadounidenses, tradicionalmente los grandes consumidores del planeta, ya no están en condiciones de gastar sin mesura. Seriamente golpeados por una recesión histórica, no se puede esperar que continúen impulsando la demanda global.

No es que estén contando sus monedas. La economía de Estados Unidos se está recuperando, principalmente gracias al aumento del consumo individual. Pero el hecho es que muchos de sus habitantes no cuentan con los recursos que tenían para gastar.

Una explicación obvia es el desempleo, que se mantiene en casi 10 por ciento desde junio del año pasado. Eso quiere decir que 15 millones de personas en este país no tienen un ingreso estable y quizás no lo tengan por algún tiempo. La Casa Blanca predice que tomará ocho años para que la tasa de desempleo baje a los niveles previos a la crisis.

Sin embargo, el golpe más duro que recibió la riqueza de Estados Unidos fue en el sector de la vivienda. El gasto por parte de consumidores y su acceso a crédito han estado asociados a grandes capitales en propiedad y elevados costos de los inmuebles. No obstante, tras la explosión de la burbuja hipotecaria, epicentro de la recesión, el impacto ha sido devastador.

Según la Reserva Federal, desde el año 2005 los dueños de casa en Estados Unidos han perdido 6,9 billones de dólares de lo invertido en propiedades. En cinco años, la mitad de la principal fuente de riqueza del hogar estadounidense se desvaneció.

Un nuevo informe del Centro para Préstamos Responsables (CPR) proyecta que cerca de 10 por ciento de los hogares estadounidenses (entre 10 y 13 millones de personas) habrán perdido sus viviendas para cuando la crisis termine. Más aún, los millones de afectados necesitarán hasta siete años para poder comprar una casa otra vez.

Las opciones son más sombrías para aquellos cercanos a jubilarse, según Keith S. Ernst, uno de los autores del estudio. Para ellos, la “oportunidad de poder ser propietarios de casa nuevamente tal vez nunca se materialice”, dijo en una entrevista.

Es poco probable que el consumidor estadounidense vuelva a gastar confiadamente si antes no recupera parte de su capital perdido. También necesitará creer que los recursos que recupere no se esfumarán otra vez.

Dentro de la nueva legislación de reforma financiera el Congreso propone crear la Agencia de Protección Financiera al Consumidor, que establecería normas contra los préstamos usureros. La esperanza es que prevendría que una crisis similar ocurra en el futuro.

La creación de este organismo tiene sus enemigos, obviamente, entre quienes argumentan que el desastre no lo causó la falta de regulación, sino la excesiva intervención gubernamental. Según ellos, si el Gobierno no hubiera presionado a los prestamistas para que atendieran a comunidades marginadas, muchas personas no habrían comprado casas que no podían pagar.

Ciertamente, las minorías han sido afectadas de manera desproporcionada. Según el CPR, 17 por ciento de los latinos y 11 por ciento de los afroamericanos han perdido sus residencias o están a punto de hacerlo, en contraste con 7 por ciento de los propietarios blancos no hispanos.

Sin embargo, es absurdo responsabilizar al Gobierno de la codicia corporativa, como lo hacen los opositores de la nueva agencia reguladora. Proteger el capital acumulado de los estadounidenses nos interesa a todos y una reacción reflexiva anti gobierno no cambia eso.

En ciertos casos, la recuperación estadounidense dependerá de la capacidad gubernamental de intervención. Como Ernst lo describe, muchas áreas residenciales, especialmente aquellas en suburbios remotos que proliferaron durante la burbuja hipotecaria, ahora están en riesgo de convertirse en “ciudades fantasma”. Las viviendas vacías se convertirán en unidades para rentar, las comunidades no se terminarán de consolidar y los actuales propietarios no podrán vender sus inmuebles.

“Ningún capital privado va a tomar el primer riesgo en dichas comunidades”, dijo Ernst. Sin programas oficiales destinados a ayudar a estas poblaciones marginadas, sus posibilidades de recuperarse serán remotas.

El resultado será un país con disparidades económicas y sociales muy marcadas, particularmente en términos étnicos y raciales. En la post crisis, quizás el mundo sea más equilibrado, no así Estados Unidos.

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