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Penn's Landing: El lugar que le hacía falta

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En un reciente día soleado de fin de semana se me ocurrió una idea novedosa: Llevé a mi hijo a Penn’s Landing. Él tiene 14 meses de edad, y el pensamiento de qué fue lo que vio ahí por primera vez –barcos, gaviotas, el puente Benjamin Franklin– me hizo sonreír. Una vez ya afuera, Conor estuvo amarrado a mi pecho por la siguiente hora y media de caminata, vimos un cielo azul, el aire cálido y un sol brillante. Todo en todo, un buen día para ir al río.

El hecho de que mi idea –una simple visita a Penn’s Landing– fuera tan inusual demuestra las décadas de fracaso de los fundadores de la ciudad de Filadelfia: En un maravilloso día de primavera, la costa debió de haber sido una opción obvia y atractiva, como lo es para residentes de Seattle, Baltimore o San Antonio. En su lugar, sirve como un cambio de ritmo, un alivio para una rutina. Una vez que nos fuimos del río ese día, es probable que no volvamos en semanas, o incluso meses.

Como muchos residentes, arquitectos y consejeros editoriales, me he quejado por mucho tiempo acerca de Penn’s Landing, lo clasifiqué como una pérdida. El desperdicio parece intencional: El bulevar de Columbus (antes avenida Delaware) lo separa del resto de la ciudad; el Hyatt mancha el cielo. La Gran Plaza no es ni grande, ni es una plaza; es una colección de escaleras rasposas. El Museo Portuario Independiente está localizado a la orilla como un bote perdido. Una variedad de lotes cercados, aceras sin rumbo y kioscos al azar confunden la vista. Además, casinos, por supuesto, están en camino. Todo esto junto crea un desastre estético. En la imaginación recreativa de la ciudad, Penn’s Landing apenas figura.

Pero aún estaba ahí cuando Conor y yo llegamos a la una de la tarde; como era de esperarse, no había demasiada compañía. Había unas cuantas parejas, algunas mamás empujando coches. Una familia joven se agrupaba en una banca, mientras que un hombre tomaba el sol. Escogí una de las bancas vacías para sentarme y ver el Delaware de color café. Conor estaba sentado en mi regazo, viendo el agua atentamente; sin embargo un gorrión que estaba cerca era mucho más interesante. Bebió leche y nos sentamos muy contentos, el calor, el agua y el cielo formaban una calma almibarada. Miré el ‘Campbell’s Field’ (en Camden, NJ), haciéndome una promesa, como siempre lo hago, de que este año iré a un juego. El acorazado de Nueva Jersey me recordó a una versión de primaria de mi hijo obsesionado, así como yo a esa edad, con barcos, aviones y caricaturas de guerras. Mientras el barco de turistas ‘Ducks’ tenía problemas para pasar, los turistas estaban en medio del sonido de sus molestos e idiotas silbatos.

Después de un rato, la botella de leche estaba vacía y Conor empezó a retorcerse. Él quería aventarla, así que me ví obligado a recoger todo y regresar a la ciudad. Si no estuviera conmigo, me podría haber sentado allí durante horas, quizá con algo para leer. La idea me sorprendió. Esto era Penn’s Landing de lo que tanto me quejaba, no el parque Clark o Rittenhouse Square. Se supone que Penn’s Landing es del desagrado de todos.

Ese Penn’s Landing –el que hace a la gente feliz– existe en un mundo paralelo, por ahora vive en el diseño de la maqueta de PennPraxis. Hecha por primera vez en el 2003, el diseño de un grupo de la Universidad de Pensilvania sería decisivo para la transformación: Extendería las calles de este a oeste sobre el agua, se labrarían parques y senderos, y se restablecería el hábitat. En el 2008, el alcalde Michael Nutter aceptó el presupuesto como parte de su agenda, lo llamó ‘carpe diem’ (aprovecha el momento). Pero conforme la economía se tambaleaba, las prioridades fueron cambiando, cada vez era menos probable que sucediera. El plan, que alguna vez fue complejo y excesivamente caro, ahora apenas se recuerda en una conversación de borrachos.

Como resultado, los planificadores dijeron que esto sería una prepuesta a corto o mediano plazo. Su representación por medios de comunicación locales –con reportajes alentadores y presentaciones de equipo de Edenic– dejan un sentimiento que si el nuevo Penn’s Landing llegará, si no pronto, al menos en nuestra época. Sin embargo, PennPraxis nunca anunció una fecha intencionalmente, o incluso un costo estimado, porque de acuerdo con el miembro del grupo Harris Steinberg, “no queríamos ahuyentar a la gente”. Desde trabajar los cambios de zonas, hasta las instalaciones de un parque de carreras este verano, cada proyecto es culminado en su fecha límite. La idea en sí, dijo Steinberg, podría estar completada entre “50 o 100 años”, agregó que “Ben Franklin Parkway tiene 100 años de antigüedad, y se sigue construyendo… (Penn’s Landing) va a tomar un largo tiempo”.

Demasiado tiempo para que yo esté cuando sea completado, o incluso demasiado para Conor.

Las probabilidades son que la orilla este de nuestra ciudad se quede como está por décadas. Se quedará como un revoltijo de cemento y malos señalamientos, puestos de comida cerrados y bancas de madera vacías. Todavía tenemos que esquivar el tráfico para llegar ahí, y ya una vez ahí, no hay mucho qué hacer. Pero esto no lo hace menos valioso. Así como aprendí de mi caminata con Conor, la costa es aún capaz de una restauración tranquila, y con todo y sus defectos vale la pena el viaje. En lugar de esperar a que la propuesta de PennPraxis cobre vida, deberíamos tomar ventaja del simple encanto del río por ahora. No tendrá senderos de siete millas como una característica o matorrales. Sin embargo, si tiene un cielo abierto y una corriente de agua, dos cosas que nunca se podrán mejorar.

Así que si tiene la oportunidad, de una caminata por ahí, siéntese en una banca. Traiga algo para leer. Cuando esté sentado al sol, calmado por el extenso río, se olvidará de que es lo que usted creía que a ese lugar le hacía falta.

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