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La pesadilla más grande de los republicanos

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A menos que el partido republicano opte por convertirse en un partido minoritario por siempre, le convendría hacer caso del camino que abrió el presidente Richard M. Nixon en 1969 para ampliar la base electoral republicana. Ford, Reagan, Bush, Bush 11 y John McCain, para efectos mayores o menores, siguieron por ese camino para animar a los electores y dirigentes comunitarios hispanos a probar el partido republicano.

Durante los años de formación, los republicanos en particular les resultaron atractivos a segmentos de las clases media y alta latinas, los empresarios y profesionales que iban subiendo de categoría. Fue el partido el que los identificó con cierto tipo de individualismo que diferenció a los latinos entre grupos de afinidades, en vez de la política de ángulo duro demócrata.

Desafortunadamente, la tradición republicana hispana puede haber terminado cuando ex presidente de la Cámara de Representantes (1995 a 2003) Dick Armey ayudó a crear el movimiento Tea Party como vehículo para dar voz a la ira y la frustración contra Washington. El populismo, con tintes de nativismo y sabe-lo-nadismo, está convirtiéndose en un monstruo tipo Frankenstein, en particular cuando ahuyenta a republicanos moderados, entre ellos latinos.

Citaron al ex congresista republicano Henry Bonilla en el Washington Post diciendo que si los republicanos “no salen para atraer a más hispanos a nuestro partido, no tenemos los números para ganar, y no importará lo que haga el otro lado”.

Esta advertencia es leve al considerar que el partido ahora ha dejado de funcionar adecuadamente por siempre dada la licencia que le dio a los grupos al margen del partido, quienes se acaparan del tiempo, que no tienen interés en ninguna reforma, ni en posibilidades de expansión, sino sólo en la ira. Su problema se asemeja al de fumar cigarrillos. En un principio es sólo un hábito, luego se convierte en cáncer.

El mayor logro republicano llegó cuando la campaña del 2000 de George W. Bush recibió un 42 por ciento del voto latino a nivel nacional. El punto bajo republicano llegó cuando en el 2008 los hispanos de sobremanera respaldaron a Barack Obama en estados electorales claves.

Entre estos dos eventos se encuentra el año 2006, cuando la nación se acercó a la aprobación de la reforma migratoria por parte del Senado. Cuando el antecesor al movimiento Tea Party, el movimiento Minute Man, bombardeó a los senadores con quejas, correos electrónicos, llamadas telefónicas y manifestaciones, les metieron pánico a los legisladores claves, encausándolos a la inacción.

Se parece mucho el movimiento Tea Party a su bullicioso antecesor. No obstante, muchos de los más acérrimos integrantes de la Cámara de Representantes, quienes respaldaron legislación draconiana que quería hacer criminales de muchos inmigrantes indocumentados y sus familias, se jubilaron o no fueron reelectos en el 2006.

Ahora los republicanos sí que tienen un problema entre manos, gracias a su asociación con los movimientos Tea Party y Minute Man. Es posible que hayan perdido la oportunidad de atraer a más hispanos. Y sin hispanos, los republicanos no pueden convertirse en el partido de mayoría.

El manifestante del movimiento Tea Party que gritó, “Regresa a México” al congresista Ciro Rodríguez (demócrata por Texas) a fines de marzo no pasó desapercibido. Agréguele los epítetos y los insultos y las 15 amenazas serias contra miembros del Congreso durante el último trimestre del 2009, cifra que saltó a 42 en el primer trimestre del 2010, y se tiene la clase de política de la que quieren huir corriendo la mayoría los electores.

Tampoco se puede dejar pasar que aun al querer conmemorar el aniversario de los 83 años del nacimiento del dirigente laboral y de derechos civiles, César Chávez, cuando el 31 de marzo el senador Robert Menéndez (demócrata por Nueva Jersey) presentó la resolución benigna, fue bloqueada por cuarto año consecutivo y no recibió la adopción rutinaria de Consentimiento Unánime. Esta intransigencia sugiere que los dirigentes republicanos van más allá de lo necesario para mostrar su rencor.

Estas acciones malévolas también representan un desquiciamiento político, dada la realidad política a la que deberían acogerse, y no enajenar, la de los electores hispanos.

He allí el problema para los republicanos serios: cómo quitar la flecha con lengüeta del corazón del partido que los grupos marginales representan.

Cuando el presidente Richard M. Nixon se vio obligado a dimitir la presidencia, dijo en sus comentarios de despedida al gabinete y al personal: “Recuerden siempre que otros te podrán odiar, pero aquellos que te odian no ganan al menos que tú los odies a ellos. Y entonces te destrozas a ti mismo”.

Parece que el partido republicano y su liderazgo tienen camino que recorrer antes de alcanzar siquiera el nivel de un presidente desacreditado.

 

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