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Artistas embellecen muros con visiones políticas

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De todos los murales y grafitis que adornan el centro anárquico, con
basura esparcida, de la ciudad, una creación del artista callejero
Carlos Zerpa lo llena de un orgullo especial: una reinterpretación
estarcida del “David con la cabeza de Goliath” de Caravaggio, en la que
el guerrero sostiene la cabeza cortada de la secretaria de Estado
estadounidense, Hillary Rodham Clinton.

Zerpa de 26 años, un pintor de complexión delgada, ostentando
una barba de unos cuantos días, encogió los hombres ante la posibilidad
de que el mural pudiera parecerles ofensivo a visitantes
estadounidenses, o, para el caso, a Clinton. “Es una metáfora de un
imperio al que están derrotando”, expresó con despreocupación en una
entrevista. “Si les gusta a mis críticos bien y si no, también, pero yo
soy fiel a mis ideas”.

Lo mismo que el Gobierno, que apoya las creaciones de Zerpa y
la obra de muchos otros artistas callejeros, y cada vez más los hace un
elemento central de su promoción de una ideología de Estado. Brigadas
de artistas del grafiti y muralistas, financiadas por el Gobierno,
cubren los muros de esta ciudad con imágenes politizadas, que van de
lemas burdos con grafitis a obras audaces, llenas de colorido, de arte
gráfico.

Las imágenes más abiertamente políticas tienden a glorificar la
Revolución bolivariana del presidente Hugo Chávez, y su demonización de
Washington es un tema favorito.

En una pintura estarcida cerca de la Plaza Bolívar en el viejo
centro, se presenta a un sonriente presidente Barack Obama vestido como
Santa Claus, distribuyendo misiles etiquetados con las palabras
Afganistán e Irak. Otra, fustiga al Gobierno de Colombia, principal
aliado de Washington en la región, mostrando un cuchillo lanzado a un
mapa de Colombia por un angelical político colombiano de derecha.

Algunas de estas imágenes se pintaron cerca de espectaculares
con anuncios de productos estadounidenses como la salsa de jitomate
Heinz o de Pepsi (Estados Unidos sigue siendo el principal socio
comercial de Venezuela).

Los propios espectaculares se ubican por
encima de calles atascadas de tránsito que quedan casi totalmente a
oscuras por las noches debido a la escasez de electricidad. Una vez que
cae la oscuridad, la cantidad en aumento de asesinatos y secuestros
hacen que muchos distritos sean tierra de nadie. Ni siquiera las otrora
estimadas obras de arte público están seguras, ya que los grafiteros
equipados con aerosoles realizan asaltos visuales contra esculturas de
artistas famosos como Gego y Jesús Soto.

Los artistas callejeros en Caracas, que en gran medida se
diferencian de las hordas de grafiteros, dicen que el caos que se quema
a fuego lento y cada vez más caracteriza a la ciudad, la hace un lugar
ideal para hacer sus cosas.

“Hay mucha libertad aquí para hacer lo que queramos”, comentó
Yaneth Rivas de 27 años, una integrante de la misma brigada de arte
callejero de Zerpa, llamada Ejército de Liberación de las
Comunicaciones. Su trabajo, principalmente carteles colocados en
paradas de autobús, es más matizado que el de Zerpa. Ella explora, por
ejemplo, la polarización de la sociedad venezolana en una imagen que
muestra a dos policías de diferentes distritos de Caracas apuntándose
pistolas el uno al otro.

El Ministerio de Comunas creó sus grupos, junto con otras
brigadas de arte callejero, en el último año más o menos. Algunos
siguen siendo parte del Ministerio, como Comunicaciones Guerrilleras,
que imparte talleres de grafiti y pintura estarcida por toda la ciudad.

Otros, como la Ejército de Liberación de las Comunicaciones,
operan en forma algo autónoma, pero obtienen todavía el material, como
la pintura en aerosol, del Gobierno.

“Estos grupos comparten el objetivo de reclamar espacio público
y convertirlo en una especie de periódico callejero que se puede
renovar constantemente y pintar encima para transmitir su mensaje”,
explicó Sujatha Fernandes, una socióloga del Queens College de Nueva
York, quien escribió un libro sobre movimientos sociales urbanos en
Venezuela.

No todos los que pintan imágenes en los muros de la ciudad
atraen apoyo gubernamental. Saúl Guerrero, un pintor de estarcido,
clasificado entre los artistas callejeros más prolíficos de Caracas,
pintó docenas de retratos melancólicos de personas de todos los
distritos orientales de la ciudad, y los firmó con el pseudónimo
“Ergo”.

Guerrero, un antropólogo de 29 años y socorrista que pasa parte
del año en Africa, optó por renunciar a las declaraciones políticas
agudas y hacer retratos simples, a menudo de jóvenes africanos o
rostros deteriorados que reflejan una vida de indigencia. Pintó docenas
de ellas en muros y casetas telefónicas en Chacao, una municipalidad
relativamente próspera de Caracas.

“Quería alejarme de las caras de aspecto europeo que dominan la
publicidad en Venezuela, en un intento por hacer pensar a la gente en
la realidad del lugar en el que vivimos”, explicó Guerrero.

Sin embargo, su trabajo, que no acata la línea partidista, provocó una reacción violenta entre algunos seguidores de Chávez.

Después de que su nombre completo apareció en una revista
cultural caraqueña, algunos grafiteros progubernamentales identificaron
a Guerrero como un judío (resultó que equivocadamente) y empezaron a
dirigirle injurias antisemíticas en foros en línea.

Algunos garabatearon esvásticas en sus pinturas callejeras,
reavivando inquietudes de antisemitismo en la ciudad. El año pasado,
después de que vándalos profanaron una sinagoga sefaradí, altos
funcionarios insinuaron que los responsables habían sido judíos.
Funcionarios detuvieron después a 11 personas, incluidos siete
policías, en relación al incidente.

Guerrero dijo que el envilecimiento de su obra es algo
desafortunado, especialmente porque surgió de la polarización que
esperaba mitigar. Sin embargo, también dijo que esperaba que otros
pintaran encima de trabajo que percibe como efímero.

“Habría preferido que alguien coloreara partes de mi obra, mejorándola 300 veces, pero eso no siempre sucede”, expresó.

Otros artistas callejeros dijeron que también esperaban que desapareciera su obra en el caos de Caracas.

Rivas, por ejemplo, reaccionó casi con indiferencia cuando se
enteró que recientemente alguien pegó carteles de campaña encima de uno
suyo, lleno de colores, en una parada de autobús, y que le llevó
semanas diseñar para comentar sobre el juego del tira y afloja en la
televisión venezolana.

“No buscamos la inmortalidad con nuestro trabajo”, observó.
“Nuestra galería es la calle, y eso significa que tenemos que esperar
que nuestras imágenes impulsen al transeúnte a pensar un poco antes de
que desaparezcan”.

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