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Gloria, Shakira y Andy - Damas de Blanco

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Un funcionario de la prensa me dio el aviso, y me emparejaron con la editora de la página internacional de El Heraldo, Fanny Riva Palacio para entrevistar a la poeta María Elena Cruz Varela, reciente prisionera política en Cuba. Eso fue en 1994, cuando me encontraba en la Ciudad de México, reportando acerca de los comicios presidenciales de esa nación.

Era la primera elección presidencial en México tras una elección en extremo controvertida en 1988. Ambos partidos estadounidenses – republicano y demócrata – habían enviado monitores para servir como integrantes de una delegación internacional.

Después de hacerle seguimiento a un dirigente a favor de la democracia quien se había opuesto a la dictadura de Pinochet en Chile, me impresionó cómo al observador que llegaba lo recibieron cual estrella del rock.  Le estrechaba la mano a la gente que estaba esperando votar. “¿Cómo ‘taz? ¿Cómo ‘taz” saludaba, para mí sonando más a tejano que sudamericano.

Los electores me dijeron que agradecían la atención, porque aseguraba un proceso de votación justo.

En el Hotel María Isabel, Riva Palacio y yo armamos nuestras grabadoras en un descanso entre la entrada al hotel y las oficinas administrativas. A continuación un funcionario de la prensa nos presentó a María Elena Cruz Varela.

María Elena había sido liberada de Cuba la semana anterior y, auspiciada por el Centro Jimmy Carter, fue enviada a México a observar las elecciones. Había sido dirigente de un grupo de oposición de artistas, llamado Criterio Alternativo.  En 1991, el grupo publicó un manifiesto pidiendo la reforma, debates nacionales y elecciones libres. Le sentenciaron a dos años de prisión y luego la mantuvieron bajo prisión domiciliaria.

Estos hechos nos lo ofreció la mujer atractiva de voz suave, vestida de vestido blanco sencillo, zapatillas Reeboks y calcetines llamativos, colores del arco iris. Sus palabras eran líricas, metafóricas.

Cruz Varela nos contó el haber sido torturada. En un principio sus palabras parecían hipérbole poética. “¿Qué quiere decir con que usted no está presente?”

“Murió mi corazón en Cuba”, nos dijo. “Yo morí en La Habana”.

Cuando pasaron por el hotel dos hombres uniformados y armados, pasó por su rostro un gesto de horror. Yo me sentí como en una retrospectiva cinematográfica hasta que me di cuenta que sólo eran empleados de un carro blindado con rifles que llegaban a recoger los recibos de las oficinas administrativas.

Después de la entrevista, Fanny y yo, al dar un paseo alrededor de la manzana, nos armamos de valor para preguntarnos mutuamente acerca de lo que habíamos visto. Concordamos en que habíamos visto a la mujer sentada, rostro una mueca de horror, con el espíritu volcándose de su cuerpo.

Casi una década más tarde, durante la primavera del 2003, el gobierno cubano detuvo y enjuició a 75 defensores de los derechos humanos, periodistas y bibliotecarios. Les sentenciaron a 28 años de prisión. Se formaron dos semanas más tarde las Damas de Blanco. Cada domingo después de la misa de Santa Rita en La Habana, hacen procesión hacia un parque cercano. Visten de blanco, como las abuelas y madres de los desaparecidos durante la guerra sucia (1976-1983) en Argentina. Cada una de las Damas de Blanco lleva un botón con la fotografía del pariente encarcelado y el número que representa la duración de su sentencia.

El 26 de marzo, cantante Gloria Estefan dirigió una marcha en Miami con decenas de miles de personas para apoyar a las Damas de Blanco en La Habana. Desde Bogotá, cantante Shakira envió un mensaje de apoyo, indicando que “este clamor … se eleve hasta el corazón mismo de los tiranos”. En Los Ángeles, actor Andy García dirigió una marcha para concientizar a otros sobre los prisioneros cubanos. En la ciudad de Nueva York, jóvenes cubano-americanos realizaron una marcha silente frente del Museo Metropolitano de Arte.

Esta movilización significa que la generación que nos sigue está dispuesta a responder. Su lema es, “Esto no es un asunto cubano; es un asunto humano”.

Es el reconocimiento que todos tenemos el derecho de mantenernos integrados, cuerpo y alma. La violación de esta integración por razones políticas resulta en hacer desaparecer el derecho más íntimo, más personal de todos.

 

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