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El hambre supera al Gobierno haitiano

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El hambre de los haitianos supera
a su Gobierno, que no puede impedir que las multitudes asalten
desesperadas los camiones con alimentos para procurarse un poco de
consuelo tras 16 días de privaciones.

Un reparto de comida degeneró el jueves en un tumulto cuando miles de
personas tomaron los jardines del ministerio de Cultura y se
hicieron por la fuerza con las provisiones de arroz, aceite, pasta y
leche en polvo que se encontraban en cuatro camiones.

Es la segunda vez que el Gobierno haitiano organiza con sus
propios medios un reparto de alimentos en la capital, y la segunda
que degenera en tumultos y peleas, si bien hoy la policía no usó los
gases lacrimógenos (como hizo el pasado martes) y se limitó a dejar
hacer.

El lugar elegido hoy era el Campo de Marte, la enorme explanada
que se abre en pleno centro de la ciudad ante el Palacio Nacional y
que es el "hogar" de miles de personas que se quedaron sin techo
tras el terremoto del pasado 12 de enero.

Los sin techo del Campo de Marte llevan 16 días recibiendo
visitas regulares de los camiones que reparten agua, pero los
repartos de ayuda alimentaria son raros, y pasan días sin que llegue
una comida caliente a los miles de damnificados.

"Aquí nadie se acuerda de nosotros, hoy llevo todo el día sin
probar bocado, y ayer comí dos galletas, como mi familia", explicaba
al filo del mediodía Antonio, un cubano radicado en Haití desde hace
años y cuyo hogar son hoy cuatro palos con un toldo donde guarda sus
míseras pertenencias.

Cuando aparecieron cuatro camiones llenos de comida y se
refugiaron en los jardines del cercano ministerio de Cultura,
Antonio y miles más corrieron poseídos por el hambre y se
arremolinaron ante las verjas del ministerio.

Comenzaron entonces a oirse gritos de gente que se asfixiaba ante
las verjas, apretados por cientos de personas que pugnaban por
hacerse un sitio cerca de la entrada.

Nadie había previsto un tumulto semejante y había apenas una
decena de policías, que solicitaron para la distribución la ayuda de
un centenar de voluntarios con unas ingenuas camisetas blancas que
decían "El Gobierno está conmigo".

Tras veinte minutos en que los policías y voluntarios se afanaron
en contener a las turbas hambrientas bajo el sol del mediodía, éstas
forzaron la entrada, sobrepasaron a los agentes y se abalanzaron
sobre los cuatro camiones para hacerse con el botín.

Comenzó entonces una verdadera batalla campal para apropiarse de
los sacos de comida, e inevitablemente se impuso la ley del más
fuerte: todos los hombres jóvenes arrebataron los sacos a las
mujeres y los niños, rompiendo incluso las bolsas de arroz y
espaguetis que volaban por los aires.

"Si esto es siempre así, ¿cuándo podré comer yo?", exclamaba
entre sollozos una anciana.

A su lado, una mujer embarazada suplicaba a los hombres que le
alcanzaran uno de los sacos. Cuando un oficial de policía se lo
traía, cinco jóvenes se le tiraron encima y le quitaron a golpes el
tesoro.

"Disciplina, disciplina", gritaba otro agente con un megáfono
inaudible por los gritos de la muchedumbre.

Si el hambre hablara, así debía de sonar.

Dos horas después de llegar los camiones, la operación se dio por
concluida. Nadie sabe cuánta gente podrá comer esta noche con la
comida que regala un Gobierno constantemente superado por los
acontecimientos y por el hambre de sus ciudadanos.

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