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Inmigrantes detenidos en huelga de hambre

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Cuando Mahatma Gandhi encabezó las manifestaciones de desobediencia civil empleando las modestas huelgas de hambre, pocos se imaginaron que aquellos en el poder se las ingeniarían seis décadas más tarde cómo contrarrestar esta pacífica protesta.

 

 Esta es la era de Guantánamo y Abu Ghraib en la que los torturados son alimentados a la fuerza, y forzados a mantenerse vivos para sufrir los infernales maltratos.

 Inmigrantes detenidos en Centro de Detención Federal Varick, localizado en el Bajo Manhattan en Nueva York sufrieron retaliaciones de la policía de asalto SWAT, gases, golpes y aislamiento en calabozos por haber iniciado una huelga de hambre.

 El pasado martes aproximadamente 100 inmigrantes rehusaron ir al comedor y se declararon en huelga de hambre. La respuesta brutal, pero bien preparada luego de años practicando con los denominados “combatientes enemigos”, ahora se aplica ampliamente en contra de inmigrantes que aguardan su deportación.

 No existen ya garantías, ni derechos humanos, sea que se trate de cocineros o arquitectos, residentes legales o no, este nuevo ataque nos recuerda que cualquier cosa puede disparar el gatillo de un sistema consagrado a criminalizar a seres humanos que no son ni violentos ni criminales.

Cuando se entrevistó a las autoridades respecto a esta nueva denuncia contestaron lacónicamente que “simplemente no es cierto”.  ¿Acaso seremos tan ingenuos y olvidaremos que las autoridades de los centros de detención y del ‘Homeland Security’ se han dado modos para encubrir la muerte de inmigrantes detenidos?

Miles de páginas de documentos gubernamentales habían sido ocultados de la opinión pública y solo se hicieron públicos gracias a la ‘American Civil Liberties Union’ y al New York Times cuando invocaron la Ley de Libertad de Información.

 La administración Obama reveló que “más de una en 10 muertes de inmigrantes ha sido pasada por alto u omitida de una lista entregada al Congreso el año pasado”. La aseveración de que “más de una en 10 muertes” constituye un truculento recordatorio de que la pérdida de vidas es mucho mayor.

  El público estadounidense parece impasible y no expresa ninguna alarma o rechazo ante esta injusticia.

 Saludamos en cambio a nuestra colega la periodista Nina Bernstein del New York Times por su infatigable desenmascarar de esta pesadilla que ningún ser humano se merece vivir.

 Impotentes y cómplices, las autoridades no hacen nada para detener un suplicio enormemente lucrativo para los contratistas privados que construyen y operan estos centros de detención.

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