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La política del rencor

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Hubo lo que al presidente Barack Obama le gusta denominar un momento aleccionador cuando el Comité Olímpico Internacional rechazó la propuesta de Chicago para ser la sede de los Juegos Olímpicos de verano en 2016.

“Estallaron los gritos” en las oficinas centrales del conservador Weekly Standard, según una publicación del personal de la revista en una bitácora, bajo el título de “¡Obama pierde! ¡Obama pierde!”. Rush Limbaugh, el conductor conservador de programas de radio, dijo estar “lleno de alegría”. “El mundo rechaza a Obama”, se regodeaba Drudge Report, el sitio en la Red. Y así sucesivamente.

¿Qué fue entonces lo que aprendimos de este momento? Entre otras cosas, aprendimos que el movimiento conservador moderno, que domina en el Partido Republicano moderno, tiene la madurez emocional de un chico detestable de 13 años.

Sin embargo, más importante, el episodio ilustró una verdad esencial sobre el estado de la política estadounidense: en este momento, el principio rector de uno de los dos grandes partidos políticos del país es el rencor, pura y llanamente. Si los republicanos piensan que algo podría ser bueno para el Presidente, están en su contra, sin importar si es bueno o no para Estados Unidos.

Sin duda que aun cuando la celebración del desaire del Comité Olímpico hacia Estados Unidos fue pueril, realmente no hizo ningún daño. Sin embargo, el mismo principio de rencor ha determinado las posiciones republicanas en asuntos más serios, con consecuencias potencialmente graves: en particular, en el debate sobre la reforma del sistema de salud.

Bueno, es entendible que muchos republicanos se opongan a los planes demócratas para extender el seguro. Los dos partidos, después de todo, sí tienen filosofías diferentes respecto a la función apropiada del Gobierno.

Sin embargo, las tácticas de ambos partidos han sido diferentes. En 2005, cuando los demócratas hicieron campaña contra la privatización de la seguridad social, sus argumentos fueron congruentes con su ideología subyacente: sostuvieron que remplazar las prestaciones garantizadas con cuentas privadas expondría a los pensionados a demasiados riesgos.

En contraste, la campaña republicana contra la reforma al sistema de salud no ha mostrado una congruencia similar. La principal línea de ataque republicana es decir que la reforma debilitará al programa de seguro médico Medicare para los ancianos. Y está línea de ataque no concuerda para nada ni con las tradiciones del Partido ni con lo que los conservadores dicen que creen.

Hay que pensar en cuán extraño es que los republicanos se posicionen como los defensores del gasto irrestricto de Medicare. Primero que nada, el Partido Republicano moderno se considera el partido de Ronald Reagan y Reagan fue un feroz opositor de la creación de Medicare, y señaló que destruiría la libertad estadounidense. (De verdad.) En los 1990, el presidente de la Cámara de Representantes, Newt Gingrich, un republicano, trató de obligar a recortar drásticamente el financiamiento de Medicare.

Sin embargo, el plan del Gobierno de Obama para expandir la cobertura médica depende en parte de los ahorros en Medicare. Y, dado que el Partido Republicano se opone a cualquier cosa que pudiera ser bueno para Obama, se ha convertido en un defensor apasionado de los procedimientos médicos ineficaces y pagos excesivos a las aseguradoras.

¿Cómo fue que uno de los grandes partidos políticos de Estados Unidos se volvió tan implacable, tan dispuesto a abrazar tácticas de política de tierra quemada aun si al hacerlo debilita la capacidad para gobernar de cualquier Gobierno futuro?

El punto clave es que desde los años de Reagan, el Partido Republicano siempre ha estado dominado por los radicales: ideólogos y/o burócratas partidistas que, en un nivel fundamental, no aceptan el derecho a gobernar de nadie más.

A quienquiera que le sorprenda la oposición viperina y exagerada a Obama habrá olvidado los años de Clinton. Cuando Rush Limbaugh sugirió que Hillary Clinton había participado en un asesinato. Cuando Newt Gingrich paralizó al Gobierno federal en un intento por intimidar a Bill Clinton para que aceptara los recortes a Medicare. Y ya ni hablemos de la saga para el juicio político.

La única diferencia ahora es que el Partido Republicano está en una posición más débil, al haber perdido el control no sólo del Congreso, sino, hasta cierto punto, de los términos del debate. La población ya no se traga la ideología conservadora en la forma en la que solía hacerlo; los viejos ataques contra el Gran Gobierno y los panegíricos a la magia del mercado han perdido resonancia. No obstante, los conservadores retienen su creencia en que ellos, y sólo ellos, deberían gobernar.

El resultado ha sido un enfoque cínico, del fin justifica los medios. Todo lo que importa es adelantar el día en el que el legítimo partido gobernante retorne al poder, así que los republicanos se harán con cualquier palo a la mano con el que golpear al Gobierno actual.

Es un panorama horrendo. Sin embargo, es la verdad. Y es una verdad que cualquiera que intente encontrar soluciones a los problemas reales de Estados Unidos tiene que comprender.

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