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Soñó con ser guerrillero pero ahora es un exitoso médico

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Jesús Alberto Martínez quiso
de joven empuñar un fusil para cambiar el mundo pero, varias décadas
después, recorre barrios pobres en su Colombia natal o atiende su
consultorio en Maryland para corregir la vista de miles de personas.

Cuando no recibe pacientes en su consultorio privado, en un
pujante suburbio de Washington, Martínez, de 54 años, participa
junto a otros colegas en brigadas médicas que ya han recorrido
África y América Latina ofreciendo servicios de forma gratuita a
gente pobre.

En marzo pasado, Martínez viajó a Tumaco, en el suroeste de su
Colombia natal, donde realizó en siete días más de 130 operaciones a
hombres, mujeres y niños, en su mayoría afrocolombianos de
extracción pobre, que prácticamente estaban perdiendo la vista por
falta de atención médica.

Martínez rebobina los recuerdos y relata en entrevista con Efe
cómo llegó hasta acá, desde sus días en que, a los 17 años, coqueteó
incluso con meterse a la guerrilla "para cambiar el mundo".

"Para mí ha sido un círculo completo...pensaba que la justicia
venía con las armas, con la guerrilla, pero regresé (a Colombia) con
mis armas que son unos bisturís pequeñitos, unas cuchillitas que uso
para mis cirugías para cambiar la vida de las personas, y eso es muy
lindo", dijo Martínez, a manera de reflexión.

"Pertenecí a la juventud comunista entre los 15 a los 17 años y
al terminar el bachillerato, el partido me propuso ingresar a la
guerrilla... afortunadamente también me influyó la extraordinaria
vida de Mahatma Ghandi y decidí aventurarme por el mundo, viajar a
Rusia, el 'paraíso de los trabajadores' ", recordó.

En vez de encontrar ese "paraíso", el médico bogotano terminó
como trabajador indocumentado en varias fábricas en Nueva Jersey, en
la costa atlántica de EEUU, donde realizaba trabajos "pesados y
peligrosos, ganando menos que el salario mínimo".

Su vida cambió cuando ingresó en la Armada, que le dio la
oportunidad de tomar clases universitarias nocturnas y donde,
además, conoció a la que se convertiría en su esposa.

Aunque fue aceptado en varias universidades, sacó su licenciatura
en American University, cursó sus estudios de medicina en la
Universidad de Georgetown, y posteriormente se especializó en el
cuidado y tratamiento de la córnea.

Encumbrarse en el campo de la oftalmología en EEUU no ha sido
fácil ya que la entrega a su profesión -ahora supervisa a 15
empleados en su consultorio- ha supuesto sacrificios para su
familia: su matrimonio terminó en divorcio y ahora Martínez intenta
pasar su tiempo libre con sus dos hijos.

De las paredes de su oficina cuelgan numerosos diplomas, placas y
reconocimientos a su exitosa carrera como oftalmólogo, profesor de
medicina, y miembro de varias prestigiosas asociaciones.

Sin embargo, según afirmó, lo que más le llena es la labor que
realiza entre quienes no pueden costearse un buen cuidado médico.

En su laptop, de hecho, la imagen de una de sus pacientes en
Tumaco sirve de salva-pantallas y es un recordatorio de lo que
nuevamente lo llevará a esa ciudad portuaria en el departamento de
Nariño en marzo de 2010.

"La niña tenía un año y andaba cieguita, nunca había visto el
rostro de su madre ni gateaba porque no sabía dónde ir. No tenía
problemas motrices sino que unas cataratas congénitas le habían
robado la vista; a los tres días de la operación ya se paraba",
contó con emoción.

Martínez tiene previsto regresar a Tumaco, una ciudad con cerca
de 140.000 habitantes y donde dejó "muchos casos pendientes".

"Allí muchos sienten que nadie los quiere porque son negritos,
son pobres, pero sus necesidades son grandes: allí muchos andan
ciegos por glaucoma, cataratas, muchos problemas que gracias a Dios
puedo arreglar", dijo.

Entre sus proyectos figura escribir un libro sobre cuidado de
salud para profesionales que carecen de tiempo. También piensa
unirse a una misión que organizará uno de sus colegas en Honduras y
sopesa una invitación para San Miguel, en El Salvador.

Por ahora, aquel joven que aspiró a luchar contra el orden
establecido desde las trincheras, ha encontrado su misión de vida en
el combate a la ceguera y demás problemas de la vista, ya sea entre
la población inmigrante en Estados Unidos o en los tugurios
afrocolombianos de Tumaco.

 

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