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Una hispana que siempre quiso hacer justicia

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La jueza Sonia Sotomayor, que hoy se
somete a las preguntas de los senadores en su audiencia de
confirmación, tiene prácticamente asegurado el "sí" para convertirse
en la primera magistrada hispana del Tribunal Supremo de EE.UU.

Fuentes legislativas aseguran que Sotomayor, que desde que el
presidente Barack Obama la propuso para el cargo se ha reunido con
89 de los cien senadores, cuenta con el número de votos suficiente
como para obtener con holgura el visto bueno del Senado, un
requisito imprescindible para entrar en el exclusivo club de nueve
personas que integran la corte más alta del país.

Pero en sus primeros tiempos esta posibilidad hubiera parecido un
sueño inalcanzable, y el camino no ha sido en absoluto sencillo.

Incluso después de que Obama anunciara su nombramiento en una
ceremonia en la Casa Blanca el pasado 26 de mayo, Sotomayor ha
tenido que defenderse de las críticas, pues representantes
republicanos la acusaban de racista.

La causa fue un discurso hace varios años en California en el que
afirmó que una mujer latina "sabia" tendría más elementos de juicio
a la hora de emitir un dictamen que un hombre blanco que no hubiera
contado con esas experiencias.

A lo largo de su audiencia de confirmación hoy, los senadores
republicanos han aludido de manera reiterada a esas declaraciones
aunque ya han reconocido que, "salvo desastre", Sotomayor será
confirmada, como indicó el republicano Lyndsey Graham.

Será entonces la primera latina, y tan sólo la tercera mujer, en
ocupar este cargo.

Para esta jueza cuya modestia y hablar suave esconde una férrea
dedicación a su trabajo, será el cumplimiento de su sueño infantil,
cuando desde su hogar en unas humildes viviendas del barrio
neoyorquino del Bronx leía las novelas de la niña detective "Nancy
Drew" y soñaba con hacer cumplir la justicia como ella y otro de sus
héroes, el abogado televisivo Perry Mason.

Hija de inmigrantes puertorriqueños, Sotomayor se quedó sin padre
a los nueve años.

Su madre, Celina Sotomayor, asumió las riendas del hogar tras la
muerte de su esposo y se encargó de criar a sus dos hijos, a los que
inculcó la idea de que el trabajo duro y la educación eran la mejor
forma de progresar en la vida.

A los ocho años, a la pequeña Sonia se le había diagnosticado una
diabetes, algo que parecía poner fin a sus sueños de convertirse en
defensora de la ley.

Pero, como recordó Obama al anunciar su nombramiento, la
magistrada ha demostrado que "no importan los orígenes que uno tenga
o los desafíos que la vida te presente. No hay sueño que no pueda
alcanzarse en Estados Unidos".

Su talento, perseverancia y el apoyo familiar le permitieron
obtener una beca para estudiar en la prestigiosa Universidad de
Princeton, donde se graduó "summa cum laude". Después de Princeton,
se graduó de la Escuela de Derecho de Yale.

Tras licenciarse, comenzó a trabajar en la oficina del fiscal de
distrito de Manhattan, a las órdenes de Robert Morgenthau, un puesto
que ocupó de 1979 a 1984.

Ese año, George Pavia, un abogado que representaba a Fiat y otras
empresas italianas, la fichó para trabajar en el sector privado.

En 1991 dio otro paso adelante, gracias al presidente George Bush
(padre), que la nombró para ser jueza de distrito en Manhattan, un
puesto para el que fue confirmada un año más tarde.

Sotomayor se convirtió así en la primera jueza federal hispana en
Nueva York.

Su decisión más memorable en el citado tribunal de distrito se
produjo en 1995, cuando puso fin a la huelga de siete meses de las
Ligas Mayores de Béisbol, al emitir un dictamen que respaldó la
posición de los jugadores y no la de los dueños de los clubes.

El presidente Bill Clinton la designó en 1997 para el Segundo
Circuito Federal de Apelaciones, aunque los republicanos bloquearon
su nominación durante más de un año, aparentemente por el temor a
que algún día pudiera ser elegida para el Supremo.

Sotomayor se divorció cuando era joven y nunca ha vuelto a
casarse ni ha tenido hijos.

Amante del béisbol y de la comida, Sotomayor se describe como una
persona "extraordinariamente intensa" a la que le gusta disfrutar de
la vida.

Si todo sale como se espera, para el primer lunes de octubre,
cuando se reanuden las sesiones del Supremo, podrá disfrutar
intensamente de su nuevo trabajo: defender la ley, como siempre
soñó, pero desde lo más alto.

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