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Hágase la justicia

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HOUSTON, Texas – En septiembre del 2001, la juez Sonia Sotomayor, ahora nominada a formar parte del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, presentó en una conferencia sobre la ética legal al juez Antonin Scalia, en la escuela de derecho de la universidad Hofstra, en Nueva York.

    Sotomayor repitió una historia contada muchas veces sobre una reunión entre el juez Oliver Wendell Holmes y el juez Learned Hand, los peritos legales de los albores del siglo XX. Después de almorzar, Holmes se encaminó en su carruaje. Hand, dándose cuenta que Holmes se había olvidado su paraguas, salió corriendo detrás de él, gritando, “¡Haga justicia, señor, haga justicia!” en aquella manera peculiar del habla del siglo pasado.

    Holmes, al oírlo, paró el carruaje, y respondió, “No es ésa mi labor.  Mi labor es aplicar la ley”.

    La réplica ilustró el tener que hacer equilibrio entre la moralidad y la justicia. Los jueces, para poder hacer bien su labor, comentó Sotomayor, deben tener una perspectiva moral en cuanto a su comprensión al aplicar la ley.

    Últimamente,  ha estado recibiendo críticas por no dar crédito a aquel mito que dice que la experiencia personal no cuenta para nada a la hora de juzgar un caso. En el pensar a la antigua, todos son simplemente un objeto. La historia personal de uno no tiene mucha importancia. Es como si el dispositivo MP3 ella no funcionara con el tocadiscos de 78 rpm de los críticos.

    Por consiguiente, le han perseguido unas críticas de “ampáy” cuando la perspectiva de otra persona no combina con la de ella.

    Parece que sus detractores – sin contar los misógenos y los xenofóbicos – son los que sueñan con la pureza ideológica, como si la ley fuera tal como un libro de cocina básica. Ya se conoce todas las respuestas; es sólo cuestión de fomentar nuevos apetitos.

    No obstante, como bien sabemos, la mayoría de las cosas no son así. Pongamos por ejemplo la división 5 a 4 del Tribunal Supremo sobre el caso de los bomberos en New Haven.

    El caso de New Haven era como callejón sin salida (anular un examen de servicio civil cuyo método de evaluación era injusto). Cuando el casó llegó al Segundo Tribunal de Circuito, Sotomayor votó con la mayoría que la ciudad tenía el derecho de anular el examen. El Tribunal Supremo revocó aquel fallo y votó por no salir del callejón.

    La economista Teresa Ghilarducci dice que un defecto del fallo del Tribunal Supremo es suponer que la evaluación de New Haven es una manera objetiva de determinar la competencia. La juez Ruth Bader Ginsberg hasta notó en su disensión de la mayoría que hicieron caso omiso de “bastante evidencia de múltiples defectos en los exámenes”.  Se sabe de mejores exámenes, por ejemplo, en la ciudad vecina de Bridgeport, Connecticut.

    Sin embargo, cuando de la juez Sotomayor se trata, el retratarla como entre los “vencidos”, es aplicación de una medida muy juvenil para juzgar a una persona formidable.

    Poco se gana al jugar ese juego, en el que algo que no la favorece a ella resulta favorecer a sus detractores. El poder judicial trata de la fuerza detrás de la calidad de las ideas que informan la toma de decisiones.

Los detractores de Sotomayor se equivocan al confundir el poder judicial con las competencias cual gladiadores de los partidos políticos. Allí, es posible que entre en juego el decir que es justicia cuando de beneficio personal se trata. Pero en cuanto al tercer poder de gobierno, el poder judicial, se aplican otras normas.

    En aquel discurso de presentación del juez Antonin Scalia en el 2001, Sotomayor agregó una nota de pie de página – así como les gusta hacer a los abogados. En ella dijo que “la moralidad personal” son normas que tenemos para nosotros mismos y las comunidades en las que vivimos. Es la piedra de toque para los temas de justicia en el grupo.

    Esa comprensión de las comunidades de por sí es una interacción bienvenida como contribución al Tribunal Supremo. Me parece que aquellos que tienen una reacción negativa contra Sotomayor temen la forma en que se ha diferenciado. Ella no es una juez homogeneizada, conformista, sino que es una juez con una identidad personal. Con eso, todos tienen que poner de su parte.

    Los futuros aspirantes a un nombramiento tendrán que llegar mejor preparados, con una expresión clara de sus valores referente a su identidad personal y su comunidad. Ya no se pueden ocultar tras el ser genéricos.

[José de la Isla, cuyo último libro Day Night Life Death Hope, lo distribuye la Fundación Ford, redacta un comentario semanal para Hispanic Link News Service. También es autor de The Rise of Hispanic Political Power (2003). Comuníquese con él a: [email protected]].

    © 2009

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