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Los republicanos necesitan un nuevo comienzo para llegar a los hispanos

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Tras la selección de Michael Steele a ser presidente a nivel nacional del partido republicano, comentarista Leslie Sánchez se preguntó si los dos partidos políticos podrán ver más allá de los estereotipos de los latinos en lo que compiten por atraerlos.

El año pasado Sánchez escribió “Los Republicanos: Why Hispanics and Republicans Need Each Other”, libro que atrajo atención de los medios pero que aparentemente no cambió la mentalidad de muchos dentro del partido.

Su pregunta es elemental. Los hispanos, poniendo de lado los estereotipos, pueden ser ricos y pobres, empresariales y desempleados, pioneros coloniales o llegados recién ayer. La disposición de asirse como comunidad es una fuerza que se registró en los comicios para presidente este pasado noviembre.

A pesar de la cháchara a lo contrario, la dura verdad histórica es que los hispanos se alinean aproximadamente dos tercios hacia el partido demócrata y un tercio hacia el republicano. Hay excepciones, claro está, y el 31 por ciento del voto latino para McCain en noviembre cayó cerca de la marca.

Sánchez reconoce que los republicanos deben ganarse al menos el 35 por ciento del voto hispano para seguir siendo un partido viable en comicios presidenciales futuros. Como muchos republicanos desde la década de los setenta, Sánchez se concentra en la afinidad con los empresarios, la clase media, y los que van subiendo de clase económica como los mejores reclutas.

El problema con el clasismo como éste es que rompe los lazos que hay entre latinos como una comunidad de intereses en común. Este enfoque fue rechazado más recientemente cuando latinos de diferentes niveles de ingresos y estratos profesionales recibieron la bofetada de la realidad que el discurso de odio contra los inmigrantes sí que roza a sus propias familias. Muchos que pensaron que el ámbito de la clase media los había acogido descubrieron que todavía se les percibe como foráneos

La pregunta surge si es posible ser un republicano aceptable y ser latino también.

Al permitir que los radicales anti-inmigrantes corran sin refreno, la política de dividir y conquistar se va hilando mientras que el partido pregona que hay lugar para todos. Perdidos están los intereses de una oportunidad justa, buenas escuelas, representación democrática y tal. Ningún partido tiene patentados aquellos valores.

El reto ante el presidente Steele no es cómo atraer a un electorado latino al partido republicano existente, sino cómo probar a los hispanos que el partido es capaz de transformarse y digno de su participación. ¿De dónde saldrá la nueva generación de candidatos republicanos moderados y sensatos, aquellos que saben que no vale disparar al cocinero cuando tienen hambre?

 Vale recordar que un buen número de republicanos y electores independientes ayudaron a echar a muchos de los titulares de las elecciones del 2006 y del 2008, los que se habían unido a la inquisición de Tom Tancredo. Con eso el liderazgo debió haber recibido claro el mensaje: demasiados candidatos republicanos, aún los que llevaban piel de oveja, asustaron a los electores hispanos y a los no hispanos con su respaldo de políticas motivadas por el odio. Tenía que ver con nuestra moralidad nacional. El intimidar a los inmigrantes no era la respuesta correcta al problema.

El dilema de los republicanos es que, sin los latinos, el partido no tiene ninguna posibilidad en ninguna elección presidencial a término corto, e irá perdiendo cada vez más campañas a nivel de estado en nuevos territorios demócratas como Nevada, Nuevo México, Florida, Virginia y Carolina del Norte. El electorado republicano normal no está aumentando, mientras que la población latina sí lo está.

El presidente Steele podría empezar con una limpieza cultural. Así como la nueva política demócrata de Bill Clinton le robó hojas al guión republicano, así puede el presidente del partido republicano robarle una a Clinton.

Podría empezar por pedir perdón. El partido se ha vuelto moralmente negligente. Ha comprometido los valores de la nación al proponer políticas absurdas y al promover viejos estereotipos.

No es mucho – ni lo suficiente – pero es un comienzo permitir que los putrefactos vapores se escapen.

[José de la Isla, autor de “The Rise of Hispanic Political Power” (Archer Books, 2003) redacta un comentario semanal para Hispanic Link News Service. Comuníquese con él a: [email protected]).

  

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