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No sea 'guanaco', mijo

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Tengo que empezar esta columna disculpándome por  aludir a un hecho de mi vida personal: esta mañana tuve otra discusión con mi esposa. Yo entiendo que ella está frustrada porque a estas alturas las fuerzas me fallan y mi bolsillo también está cada vez más flojo.

Nuestros pocos ahorros los teníamos en una entidad que, según nos dijo, los perdió en la firma de un judío llamado Bernard Madoff, que resultó más pícaro que el mismísimo DMG.

Mi esposa me acusa de que nuestras penurias económicas se deben a que yo no quise seguir sus instrucciones en el sentido de que invirtiéramos nuestro dinero en campañas políticas. Ella asegura que darles dinero a los políticos que están en campaña es la mejor inversión.

Para probarlo esgrime el ejemplo de la firma CDR Financial Products, que tras donar algo así como $100.000 a Bill Richardson para su campaña para la gobernación de Nuevo México, obtuvo jugosos contratos por al menos  $1.5 millones. Y, claro, contratos que le fueron otorgados sin pasar por los engorrosos trámites de una subasta con otros competidores, según las numerosas publicaciones de prensa que se han conocido.

Yo insisto en que ese comportamiento trae malas consecuencias. Ahí está, digo, Bill Richardson, que de ser la figura más prominente de la comunidad hispana en todo el país, pasó a la vergüenza de tener que renunciar a su nominación como secretario de Comercio y enfrentar una investigación por corrupción.

¿Y qué?  Mi testaruda esposa se mantiene en sus trece diciendo que las investigaciones van y vienen pero que en nada cambian el hecho de que invertir en las campañas políticas es una magnífica opción. Los que están metidos en ese negocio lo saben muy bien. O si no, dígame por qué la misma CDR Financial Products está siendo señalada de haber invertido dinero en las campañas del gobernador de Pensilvania, Ed Rendell, quien también fue alcalde de Filadelfia. Coincidencialmente, la misma compañía obtuvo contratos del estado de Pensilvania evadiendo también los trámites de competencia. “CDR Financial Products era la única capacitada para hacer el trabajo asignado”, han dicho voceros tanto de la gobernación de Nuevo México como de la de Pensilvania.

Ningún juez ha declarado que la relación entre los gobernadores Richardson y Rendell con la firma CDR Financial Products ha sido impropia. Y por supuesto, ambas partes declaran que nada de lo que han hecho está por fuera de la ley.

Pero ésto no nos quita a mi esposa y a mí el derecho a discutir si invertir en las campañas políticas es un buen negocio para el candidato y para los intereses personales de quien invierte.

Yo sostengo que esa es una mala práctica que estimula la corrupción, atenta contra la democracia y socava irremediablemente nuestras instituciones. Ella se burla una vez más de mi ingenuidad. Sin embargo, ahora acepta que para los pobres como nosotros, el negocio no funciona porque, en primer lugar, hay que invertir en varios candidatos o sea los que tienen mayor posibilidad de triunfar para así apostarle a ganador. En nuestro caso, la más que podríamos darle a cada uno serían unos $50. Esa pequeña suma no nos daría derecho a exigir compensaciones posteriores ni el candidato tendría por qué sentirse comprometido con nosotros. ¿Pero ocurre lo mismo con quienes aportan miles y miles de dólares?

Esto me hizo recordar que conocí en América Latina el caso de una campaña para alcaldes en la que algunos candidatos iban a donde los ciudadanos más pudientes económicamente y les decían “Usted aporta X suma de dinero a mi campaña, si gano las elecciones le doy el triple en contratos, si pierdo, usted pierde su dinero. Ese es el juego”.

Entonces, ¿dónde queda el valor sagrado del voto? ¿Dónde los sacrosantos principios de la democracia? Le pregunté esto a mi esposa, mientras sentía un cosquilleo en la boca del estómago. Ella me miró compasiva y me dijo: Las campañas son un negocio y  negocios son negocios.  Lo que cuenta es que el número de votos obtenido por cada candidato depende de la cantidad de dinero que invierte en la campaña. Luego me dio una palmadita en el hombro y agregó “Convénzase de eso y no sea guanaco, mijo”.

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