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El amor y lealtad al país que profesa un inmigrante

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Había calor el domingo pasado en Penn’s Landing, más calor de lo normal durante la celebración anual de la independencia de México.  La temperatura sobrepasó los 90ªF con una humedad tremenda que se hacía cada vez menos soportable debido a las grandes multitudes.  No obstante, era un momento para celebrar; una ocasión especialmente importante en un año en donde ha habido tan poco que celebrar.  De hecho, para muchos fue el único momento en todo el año –en esta pequeñísima parcela de terreno, esta pequeña parcela de concreto abrasador de Penn’s Landing— en que se han sentido casi seguros en los EE.UU., protegidos contra las miradas de desconfianza y odio que han experimentado creciente y diariamente desde el 11 de septiembre.

Miles de mexicanos, muchos de ellos ciudadanos estadounidenses nacionalizados, acompañados por amigos y familiares de toda América Latina, así como de los EE.UU., disfrutaron de los sonidos tanto de la música tradicional como de la no tradicional y, por supuesto, de la deliciosa comida mexicana.  La multitud estaba alegre, especialmente el grupo que llegó más tarde, luego de trabajar su jornada normal de 8 horas que inicia a las seis de la mañana.  Fue un momento para saludar a los amigos y parientes, para disfrutar de la compañía de todos aquellos que se encontraban allí para regocijar en su herencia mexicana y su amor y lealtad al país y la cultura.

El amor que sienten estos inmigrantes y expatriados por su país de origen se demostró claramente con los gritos en respuesta al clamor de “El Grito” del cónsul mexicano y su orgulloso saludo a la bandera mexicana.  Hombres y niños vociferantes se sumieron en el silencio al levantar sus brazos para saludar a su primer amor, su país natal de México.  Para quienes se reunieron en Penn’s Landing, México, aunque físicamente distante, jamás está lejos de sus corazones.

Igualmente cerca de los corazones de aquellos reunidos en celebración y veneración está aquello que tantos estadounidenses que se oponen a la inmigración, tanto legal como ilegal, no logran ver: el amor y lealtad que sienten estos inmigrantes hacia su país de adopción, los Estados Unidos de América.  Este amor y lealtad es igual al que sienten por su país natal y, dado  la forma en que han sido tratados en este país, es un amor que se vuelve cada vez más difícil de cultivar.

Muchas de las personas reunidas en Penn’s Landing el domingo pasado quizá no cuenten con los papeles de inmigración para validar su situación legal en los EE.UU. pero en sus corazones, anhelan y sienten que realmente pertenecen a los Estados Unidos de América, así como pertenecen a México.  Sin duda un padre puede amar a dos hijos por igual, pues cada hijo deposita un tipo de amor diferente en la relación.  De forma similar, nuestros inmigrantes en los EE.UU. aman tanto a su país natal como a los EE.UU., su país adoptado.  Ahora que McCain y Obama luchan por el voto Latino en las elecciones venideras, llegó el momento para que ambos se den cuenta que nuestras leyes de inmigración deben reconocer el regalo del amor, orgullo y lealtad profunda que los inmigrantes de los EE.UU. ofrecen y permitirle a aquellos que eligieron adoptar nuestro país el derecho de reclamarlo legalmente como tal.

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