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El fútbol catalizó el sentimiento de todo un país

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Ni la Armada Invencible, ni Carlos V con su vasto imperio, en el que nunca se ponía el sol, consiguieron establecer tanta hegemonía en un país, como lo han hecho 23 jugadores sobre el terreno de juego. Y es que el sentimiento de unidad puede ser tan intenso, que el mejor ejemplo lo acaba de protagonizar la selección española de fútbol, con todo un país, tras conseguir la segunda copa de Europa de su historia.
Podría parecer un argumento baladí, cuando el mundo anda sumido en crisis o desaceleraciones, según el hemisferio en cuestión, aunque nada más lejos de la realidad, ya que el deporte, y en este caso, el fútbol, ha conseguido catalizar preferencias, estados de opinión o signos políticos.
Y lo que no es capaz de ser gestionado con habilidad por los políticos, ni por  farragosas asambleas, o cúpulas de poder, que acarrean sesudas deliberaciones, y grandes dosis de entendimiento y diplomacia, el deporte, con su magnetismo, se adhiere a una amalgama heterogénea completamente entregada.
Sin incurrir en excesos, ni apropiaciones indebidas de sensaciones ajenas, es difícil abstraerse, sin embargo, a la euforia que la “marea roja” ha despertado en un país todavía demasiado escéptico.  Algo demasiado enérgico está latiendo en su suelo,  para desplazar rencores de antaño, apegos políticos o creencias diversas; quizás todo ello de dudosa procedencia, aunque legitimado por la propia convicción.
Que importa que se diga en un momento dado, que los futbolistas puedan ser  auténticos mercenarios en pos del mejor postor, y qué  más da que mañana se enfrenten unos contra otros en sus respectivos clubes. Lo primordial, es que durante unos días obraron el milagro de ver a  una  España vestida de “rojo”  que irradia felicidad.
Nunca hasta ahora, una bandera había estado exenta de partidismos, pero al fin ha servido de nexo de unión entre nacionales y nacionalistas, entre entendidos y profanos en la materia, entre  adversarios en la política y en la vida cotidiana, para llevarla allá donde su selección les represente y desbordar vehemencia.
Una bandera, y una afición: “La roja”, testigos de esos 23 hombres que lo dieron todo en un terreno, en el que se jugaba reinscribir la historia. Y la historia se reinscribió, no solo porque dejaba atrás 44 años de sequía de títulos internacionales, sino porque una bandera, que aunque ligada casi en exclusividad, a eventos deportivos, arrastraba el vínculo de tiempos pretéritos, y  ahora, hacía de la magia, su bandera.
    Mientras dure la euforia, la bandera nacional ondea con orgullo, y sin ningún pudor por doquier, y quizás estos 23 hombres, no solo hayan depositado su toque  de desagravio, en una historia futbolística que siempre le fue esquiva, sino que también han ensamblado el orgullo de un sueño largamente acariciado, al de una bandera. Algo en lo que todos han sido partícipes, y cronistas de una gesta histórica que algún día se recordará a través de los libros. 

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