Una familia con una misión
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Las cenas en que participa toda la familia son una salvaguarda contra los males de la adolescencia.
Pero sentarse simplemente frente a la comida no es una fórmula mágica si el televisor está prendido y nadie habla. Algunas familias no van más allá de la cortesía diaria de "¿Qué pasó hoy en la escuela?", o se las arreglan para tener sólo una tensa tregua y después apresurarse a lo que sea.
El invierno pasado comencé a notar que las cenas familiares programadas habitualmente no eran la varita mágica para sobrevivir los peligros de la adolescencia. Ese enfrentamiento con la realidad se produjo cuando mi hijo mayor cumplió 14 años e ingresó al octavo grado.
Antes de la mitad del año comprendimos que el octavo grado traía con él citas y novias, experimentos con cigarrillos y marihuana, contactos con la ley, anhelo de alcohol, vestimentas que seguían los cánones de la calle, y flirteos con una versión primaria de la pereza del último año de secundaria.
Es cierto, las historias se referían más que nada a conocidos y amigos de la escuela, y no eran versiones en primera persona. Pero aunque surgieron en la mesa de la cena, su padre y yo nos dimos cuenta de que debíamos incluir un serio adoctrinamiento de valores familiares para fortalecer a nuestros pelilargos hijos, con sus patinetas y sus capuchas, contra todo lo que ocurre fuera de la seguridad de nuestro hogar.
Saqué mis viejas copias de "How to Talk So Teens Will Listen & Listen So Teens Will Talk" y "Uncommon Sense for Parents with Teenagers," que leímos cuando la adolescencia de nuestros hijos era sólo una cuestión teórica indefectible. Después comenzamos a escribir extensas notas en el libro de Bruce Feiler, "The Secrets of Happy Families" y entramos en acción.
Antes de finales de marzo, los cuatro habíamos creado un logo de la familia y una declaración de nuestra misión como familia, habíamos esbozado nuestros valores esenciales y colgado un pizarrón de tres por cuatro en la pared, encima de la mesa de la cocina.
Ahora pasamos todas las comidas al lado de nuestra declaración de valores esenciales -excelencia, integridad, agallas, aventura, apoyo y optimismo. Iniciamos todas las comidas expresando gratitud y recitando los objetivos a largo plazo de la familia: ser mutuamente agradables, respetuosos, optimistas, flexibles y brindarnos apoyo.
Las reuniones familiares semanales se escriben en el calendario con objetivos individuales en diversos colores que se expanden en la pizarra.
Todo esto no funcionó bien en un principio. Pero una vez que se pasó la novedad inicial de ventilar quejas mutuas sobre cómo los otros no estaban cumpliendo con los ideales de la familia, las cosas empezaron a andar mejor.
Desde entonces agregamos un martillo oficial, presidentes de reunión rotativos y actividades de enriquecimiento. La semana pasada salimos de una ventana de nuestro segundo piso, en una escalera de emergencia, para practicar la huida de una casa en llamas.
¿Garantizará todo esto que nuestros adolescentes no experimenten con alcohol, cigarrillos o cosas peores? Sólo puedo tener esa esperanza. Pero los muchachos son muchachos, después de todo, y todos parecen cometer errores se haga lo que se haga.
Lo que sí sé con seguridad es que desde abril, no pasa ni un día sin que cada uno de nosotros sepa a conciencia qué tipo de persona nos esforzamos por ser. Y nunca perdemos la oportunidad de utilizar la charla de la cena para hablar no sólo de "lo que pasó hoy" sino, específicamente sobre lo que cada uno de nosotros hace para estar a la altura de nuestros objetivos familiares.
Alguna gente duda que las cenas familiares sean tan importantes como se dice. Tras leer siete años de informes del National Center on Addiction and Substance Abuse, de la Universidad de Columbia, Carl Bialik, autor del blog del Wall Street Journal, "Numbers Guy", señaló que existe una correlación, pero no un vínculo causal firme, que establece que los adolescentes que se sientan más a menudo con su familia a la hora de la cena corren menos riesgo de usar drogas ilícitas.
Bialik informa, en cambio, que es más probable que los beneficios de compartir la cena se asocien más con ingresos más elevados y, posiblemente, con el tipo de trabajos no-manuales que permiten que la familia se reúna al final del tradicional día de trabajo.
Pero el tiempo y el dinero no deben impedir necesariamente que un padre por lo menos intente establecer conexiones familiares significativas. Ninguno de los dos es necesario para dedicar unos pocos minutos por día, o por semana, para expresar claramente los estándares familiares-y hasta divertirse un poco con ellos.
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