Somos una ‘ciudad global’, sin embargo nos sentimos intranquilos respecto a nuestros inmigrantes
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Hace varios años, un miembro de una organización religiosa local nos introdujo a una mujer, Erica, cuyo hermano, Beto, había sido arrebatado de la plataforma del metro en la estación de Market-East mientras iba camino al trabajo, y detenido hasta que el Servicio de Inmigración y Aduanas de los EE.UU. (ICE por sus siglas en inglés) pudiera asegurar si era o no indocumentado. Beto se encontraba sobre una plataforma llena de personas, pero solo unos cuantos fueron señalados para verificar su situación migratoria –todos ellos latinos que se dirigían a sus trabajos en restaurantes, que calzaban zapatos deportivos y portaban mochilas.
La caracterización por raza, etnicidad y hasta vestimenta, ha sido un estándar común para los organismos a cargo del cumplimiento de la ley desde Filadelfia hasta Arizona, pero según Erica (quien habló con su hermano sobre su aprensión después de que hubiese sido deportado) hubo otra medida que agregó a las sospechas sobre su hermano y los otros detenidos ese día: su acento. Los agentes de seguridad pública habían pasado de un lado a otro de la plataforma preguntando a cada persona qué hora era. Si la respuesta era dada en inglés con fuerte acento español, era suficiente para calificarlos como sospechosos.
Este fin de semana fuimos recordados de esta anécdota cuando el Philadelphia Inquirer publicó un artículo sobre Roselyn Gray, una residente de Filadelfia nacida en Liberia, quien ingresó al centro de salud Spectrum Community en Filadelfia debido a una reacción alérgica a la penicilina y fue trasladada inmediatamente a la Universidad de Pensilvania para ser sometida a pruebas de detección de ébola. “La tensión extendida sobre el ébola”, escribió Melissa Dribben en su artículo del 27 de octubre, “ha llevado a cada persona de países africanos perfectamente saludable a ser cautelosa al momento de identificarse”.
Dribben continúa citando a Oni Richards-Waritay, la directora ejecutiva de African Family Health Organization: “Las personas intentan disfrazar sus acentos y no vestir ropa africana. No quieren ser estigmatizadas”. De hecho, Richards-Waritay le relata a Dribben que la semana pasada, cuando llevó a su hijo de 2 años de edad al hospital por un sangrado de nariz, le prohibió a su esposo que hablara. “Su acento es más fuerte que el mío”, le dijo a la reportera del Inquirer.
La caracterización racial y el juego de culpar al inmigrante no suceden únicamente en Filadelfia. En Nueva Jersey, una escuela primaria les exigió a dos estudiantes de Ruanda que se alejaran durante los próximos 21 días, por temor al ébola, aunque Ruanda está más lejos de Sierra Leone, Liberia y Guinea de lo que Nueva Jersey está de Texas. Y en Nueva York, dos niños estadounidense-senegalenses fueron llamados “ébola” en la escuela, y fueron golpeados y acosados.
“Ebolapavor” es lo que la gente está llamando al pánico de contagio que parece habernos afectado. Sí, el pavor al ébola es genuino, pero se ha expresado en formas xenofóbicas precisamente porque en su centro se encuentra un pánico que tiene menos que ver con la enfermedad y más que ver con los inmigrantes.
Así como los inmigrantes de África occidental (todos los africanos) tipifican el ébola para el xenófobo aterrorizado, así los menores centroamericanos no acompañados en la frontera tipifican el enterovirus (virus que los menores han sido acusados de traer a los EE.UU., causando así una “mini-pandemia”).
El pánico y las acusaciones en cada una y todas estas instancias tienen menos que ver con si la población de inmigrantes está documentada o indocumentada, establecida o en busca de refugio, de clase media o pobre, residente o transitoria, enferma o saludable –y la parte crucial es que todos son inmigrantes.
Extranjeros. Aquellos que tienen los indicadores, ya sea en su forma de hablar o su conducta, de no ser aquello que visualizamos que sea el estadounidense predeterminado.
La ciencia puede encargarse de la patología de las enfermedades, pero solo nosotros –los ciudadanos comunes de esta nación y ciudad—podemos encargarnos de las patologías del racismo y xenofobia. Es una pandemia, y debimos haber empezado a abordarla desde ya hace mucho tiempo.
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