Recesión: La huída del riesgo
Está quedando claro que la Gran Recesión ha dejado una profunda y tal vez duradera cicatriz en la psiquis norteamericana. Desde los ejecutivos hasta las…
Hay
una muralla de inquietud, cuya causa trasciende la severidad de la recesión.
Ahora tememos no sólo lo que conocemos sino también lo que desconocemos.
Tuvieron lugar hechos que no se habían anticipado ni imaginado: el colapso de
importantes bancos; el casi cierre de la General Motors; los titánicos
esfuerzos de rescate económico por parte del gobierno —el TARP, los préstamos
masivos de la Reserva Federal, los gigantescos déficits presupuestarios. Más
sorpresas podrían avecinarse. ¿Una crisis de la deuda europea en gran escala?
Es
posible, por supuesto, exagerar el pesimismo y subestimar el tradicional
espíritu de esperanza de los norteamericanos. Hasta la debilitada economía
norteamericana produce casi 15 billones de dólares en mercancías y servicios, y
emplea 139 millones de personas. Aún así, la gran incertidumbre y el enorme
temor son innegables.
Los
norteamericanos no están sólo reduciendo sus deudas. Están erigiendo
protecciones contra adversidades impredecibles. En un récord de 23 meses
corridos más de la mitad de las familias espera no tener mejoras en sus
ingresos en el próximo año, informa la encuesta al consumidor de Universidad de
Michigan. Sólo un cuarto pronostica ingresos más altos. Para muchas familias,
la "lección primordial" de la recesión, señala el director de la encuesta,
Richard Curtin, "fue que la única fuente cierta de seguridad económica era sus
propios ahorros". En los años de las burbujas, la gente obtenía préstamos
porque sentía que podía pagarlos; ahora no lo hacen porque temen no poder
pagarlos.
Los
que tienen trabajo pueden ver el impacto devastador de no tenerlo. Dos quintos
de los desempleados han estado sin trabajo durante más de seis meses. En la
recesión de 2001, los empleos de la nómina cayeron 2,7 millones, y la economía
tardó cuatro años en recuperar los puestos de trabajo perdidos, expresa Joseph
Seneca de Rutgers University. La pérdida en la última crisis fue de 8,4
millones de puestos y sólo se han recuperado 1 millón. Se tardará mucho, mucho
más en recobrar todos. Con los jóvenes que entran en la fuerza laboral, la tasa
de desempleo quizás no descienda por debajo del 6 por ciento durante cuatro o
cinco años, ha advertido Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal.
Los
ejecutivos comparten la aversión al riesgo. Cuando el ex presidente de la Reserva, Alan Greenspan, apareció en
el canal de negocios de cable CNBC, señaló que las empresas están acumulando
efectivo. Las firmas generalmente invierten el 100 por ciento o más del flujo
de efectivo (las ganancias más la depreciación) en nuevos edificios,
equipamiento y software. Esa proporción cae durante las recesiones, pero
Greenspan calcula que ahora está por debajo del 80 por ciento —tasa más baja
desde al menos 1952. Las empresas prefieren pagar la deuda, readquirir acciones
o acumular reservas contra una crisis. Otro indicio de cautela: La mitad de los
puestos de trabajo nuevos son en agencias de "ayuda temporaria". Las empresas
se resisten a contratar a empleados de tiempo completo.
Un
nerviosismo similar afecta al mercado de valores. Muchos inversores lo han
abandonado. No pueden aguantar la volatilidad. En 2007, los fondos comunes de
inversión de acciones recibieron influjos netos de 91.000 millones de dólares;
en 2010, los flujos de salida sumaron 31.000 millones de dólares. Según algunos
indicadores, los precios de las acciones están bajos. Greenspan dice que el
llamado "coeficiente de riesgo" alcanzó su punto más alto en 50 años. Eso
significa que los inversores no están pagando mucho por las ganancias actuales.
O bien los precios de las acciones están excepcionalmente deprimidos o se está
descontando sobremanera el desempeño futuro de la economía.
Todo
ello puede parecer una reacción prudente a las locuras que alimentaron la
crisis financiera. Pero, ¿dónde se detiene la prudencia y comienza la paranoia?
El
aspecto económico de los cambios de humor es poco claro, incluso para los
economistas. Si los norteamericanos están deprimidos hoy, ¿se volverán
optimistas mañana? Una recuperación continuada podría ser tranquilizante. A
medida que se fortalece la confianza, la economía podría acelerarse
espontáneamente. Por otro lado, ansiedades profundamente arraigadas podrían
desafiar todo remedio fácil. Los esfuerzos consecutivos de "estimulo"
económico, por ejemplo, los recortes a los impuestos de la nómina propuestos la
semana pasada, podrían resultar ineficaces. Si manifiestan la desesperación de
los gobernantes, podrían profundizar las propias dudas de la población. Los
consumidores, administradores de empresas e inversores podrían tomar más
precauciones.
El
legado más inquietante de la Gran Recesión podría ser está alergia común a
correr riesgos. Tras subestimar los riesgos en los años de las burbujas, quizás
los sobrestimemos ahora. Consideremos la reducción del capital de riesgo —una
gran fuente de dinero para las nuevas empresas de alta tecnología. En 2009, los
fondos de capital de riesgo se elevaron menos de la mitad de lo que se elevaron
en 2007 y los influjos de 2010 están un 27 por ciento por debajo de aquellos de
2009. Las instituciones (pensiones, legados) y los individuos ricos que
proporcionan capital de riesgo tienen menos dinero para invertir y están menos
dispuestos a dedicarlo a firmas azarosas.
Las
empresas en expansión están siendo sofocadas. La huída del riesgo se ve
reforzada por una sociedad que envejece--¿son los de 55 años más audaces que
los de 35 años?— y nuevas regulaciones del gobierno inspiradas por la última
crisis financiera. La inclinación a la cautela es una reacción comprensible
proveniente del pasado que podría ser una carga para el futuro.
© 2010, Washington Post Writers Group
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