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Increíblemente, aunque desde su llegada a Washington 84 personas inocentes han sido masacradas en Las Vegas y Texas, Trump insiste en que no es necesario adoptar nuevas leyes de control de armas. EFE
Increíblemente, aunque desde su llegada a Washington 84 personas inocentes han sido masacradas en Las Vegas y Texas, Trump insiste en que no es necesario adoptar nuevas leyes de control de armas. EFE

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La realidad brutal de su existencia ha hecho inevitable su aceptación, y ya forman parte de la vida diaria tanto como los tuits presidente, las manipulaciones electorales de Putin o la persecución inmisericorde de familias inmigrantes, todas ellas parte también de la “nueva normalidad” bajo la presidencia de Donald Trump.

Increíblemente, aunque desde su llegada a Washington 84 personas inocentes han sido masacradas en Las Vegas y Texas, Trump insiste en que no es necesario adoptar nuevas leyes de control de armas.

 “No habría habido ninguna diferencia”, manifestó acerca de esas leyes refiriéndose a la masacre de 26 personas la semana pasada en una iglesia bautista de Texas. “Esta no es una situación de armas. Este es un problema de salud mental al más alto nivel. La salud mental es el problema aquí”, afirmó Trump en una conferencia de prensa en Tokio, sonando más como un vocero de la Asociación Nacional del Rifle (NRA) que como el presidente de EE. UU.

Irónicamente Trump declaraba su oposición a leyes racionales de control de armamento en Japón, un país que es en sí mismo prueba irrefutable de la efectividad de tal legislación. Gracias a leyes que prohíben poseer, llevar consigo, vender o comprar pistolas o rifles, en 2014 hubo un total de seis muertes por armas de fuego en el país asiático, mientras que en EE.UU. – escuchen bien— murieron 33.599 personas por la misma causa. (GunPolicy.org, un website de la Universidad de Sydney). Las palabras de Trump tienen que haberles parecido ridículas o locas a los japoneses.

Pocas veces ha estado más a la vista la hipocresía del envejeciente Trump que en febrero pasado.

Ese mes, el mismo individuo que hace solo unos días proclamó que los tiroteos masivos se deben a problemas de salud mental, firmó una ley cancelando una regulación establecida por Obama que hacía más difícil que los enfermos mentales pudieran comprar armas de fuego.

Nadie sabe si el impredecible Trump de verdad cree que los baños de sangre que aterrorizan el país son un problema de salud mental y no de armas, pero si así fuera, debería contestar una pregunta muy sencilla: ¿cómo se explica que las mujeres no cometan tiroteos masivos? Después de todo, ellas no son inmunes a los “problemas de salud mental” que el presidente ofrece como explicación para la epidemia de asesinatos.

La realidad es que son hombres blancos encolerizados por razones que a los demás nos resultan apenas comprensibles los que cometen estos crímenes. Y lo pueden hacer porque les resulta muy fácil adquirir poderosas armas capaces de asesinar decenas de personas en cuestión de minutos. Sin embargo, el presidente, ajeno a las tragedias que se multiplican a su alrededor, no ve la necesidad de promulgar leyes de control de armas.

Claro que la ceguera de Trump tiene una explicación sencilla: la NRA invirtió nada menos que $30 millones en su campaña presidencial. Por lo tanto, no es sorprendente que, agradecido, el presidente de la nación haya manifestado en la reunión anual de la NRA en abril que ahora esta organización tenía “un campeón” y “un verdadero amigo” en la Casa Blanca. Ya se sabe, quien paga manda.

 Sí, así es, el presidente es un campeón protegiendo a la NRA, el grupo que, en nombre de un retorcido concepto de libertad, cínicamente ha creado las condiciones para que sigan imperturbables las matanzas de inocentes. Mas para las víctimas de los tiroteos y sus familias, el hombre de la Casa Blanca tiene solo los mismos desvergonzados e hipócritas “pensamientos y rezos”. 

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