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 El presidente estadounidense Donald J. Trump saluda al desembarcar del Marine One a su regreso de pasar un fin de semana en Florida durante el Día del Presidente en Washington (EE.UU.). EFE

[OP-ED]: Los nuevos amores de Trump y Rubio no son buena noticia para Cuba

Casi perdida en el tsunami de confusión y caos que es el modus operandi de eso que se conoce como la presidencia de Donald Trump, la cuestión de las relaciones con Cuba hizo una rara --y preocupante – aparición en la Casa Blanca la semana pasada

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Casi perdida en el tsunami de confusión y caos que es el modus operandi de eso que se conoce como la presidencia de Donald Trump, la cuestión de las relaciones con Cuba hizo una rara --y preocupante – aparición en la Casa Blanca la semana pasada

 Tuvo lugar durante una cena para que hicieran las paces el antiguo personaje de reality show convertido en presidente, y el senador por la Florida, Marco Rubio, quien por siempre será conocido como “el Pequeño Marco” gracias a la certera descripción que de él hiciera Trump en 2016 durante uno de los debates de las primarias presidenciales.

 “Cenamos con el senador Rubio y su encantadora esposa”, declaró Trump. “Y tuvimos una discusión muy buena sobre Cuba porque tenemos una visión muy similar sobre Cuba”.

Habría que preguntarse para quién fue buena la susodicha discusión, porque me atrevo a apostar que la misma tiene que haber sido lo opuesto de “buena” para el futuro de las relaciones EE. UU-Cuba.

El extremismo de Rubio en contra de cualquier paso que pudiera inyectar algo de racionalidad en una política hacia Cuba con un récord de más de 50 años de fracasos, es de sobra conocido. El Pequeño Marco fue el enemigo más estridente de las medidas del presidente Obama que desembocaron en el restablecimiento de relaciones diplomáticas con La Habana y una nueva apertura en los viajes legales a la isla.

 “Estoy comprometido a hacer todo lo que pueda para desarmar tantos de esos cambios como pueda”, ha dicho un furioso Marquito, a quien imagino golpeando una mesa con sus puñitos apretados en un intento inútil por parecer rudo. “Mis intenciones son usar todas las herramientas a nuestra disposición en la mayoría (en el Senado) para echar abajo tantos de esos cambios como sea posible”.

La de Trump es una historia diferente. Su posición acerca de Cuba está basada en el

oportunismo más descarado, como explica Sarah Stephens, una experta en Cuba del Centro para la Democracia en las Américas:

“Durante la recta final de la campaña presidencia del 2016, el señor Trump volvió a la Florida para echar atrás el apoyo que había expresado al levantamiento del embargo y adoptar una posición alineada con la de intransigentes como el senador Rubio y los tres congresistas cubanoamericanos del Sur de la Florida. Después de las elecciones, el presidente electo Trump rellenó su equipo de transición con activistas que buscan que EE.UU. regrese a su postura de Guerra Fría de aislar y sancionar a Cuba”.

Irónicamente Rubio conoce Cuba solo a través de fotos. Nacido en la Florida, nunca ha puesto un pie en la tierra de sus padres y conoce muy poco de su historia y aún menos del orgullo nacional y la fortaleza moral que han sostenido al pueblo cubano durante más de medio siglo de hostilidad implacable por parte del país más poderoso del mundo. El Pequeño Marco ya debería haber aprendido que un regreso a la política de Guerra Fría anterior a Obama fracasará estrepitosamente. Cuba ha demostrado una y otra vez que no responde bien a las amenazas y el hostigamiento.

Ese, por supuesto, debió haber sido el mensaje de Rubio a Trump durante su visita a la Casa Blanca, aunque nadie esperaba un gesto de decencia tal por parte del camaleónico Marquito. Después de todo, él ha pasado años pretendiendo querer ayudar a los compatriotas de sus padres en la isla, mientras en realidad hacía todo lo posible por mantener el embargo y prolongar la pobreza y las dificultades en Cuba.

No, de estos dos demagogos no se puede esperar nada bueno ni para Cuba ni para nadie.