Las desgracias de Haití | OP-ED
La comunidad internacional debería comprometerse seriamente con la nación más pobre del hemisferio occidental. El asistencialismo no ha dado resultado porque,…
Haití dio su primer paso hacia la desgracia el 17 de abril de 1825 cuando empeñó su futuro económico a cambio de reconocimiento del mundo. Se había independizado de Francia en 1804, convirtiéndose en el segundo territorio de América libre y el único que lo logró con antiguos esclavos. Para entonces abastecía las dos terceras partes del mercado mundial de azúcar.
Por orden de su primer gobernante, Jacques Dessalines, se persiguió y ajustició a unos cinco mil blancas y blancos que vivían en la isla. Eso le costó el desprecio diplomático y el aislamiento le salió caro. A cambio, Francia exigió una millonaria indemnización por la independencia y unas garantías comerciales, que lo asfixiaron.
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A esto se suma la inconveniente ubicación de la isla del lado haitiano (en el occidente está República Dominicana), expuesta a terremotos y a huracanes. A esas dos desgracias se agregan dictaduras (la de los Duvalier duró 29 años), corrupción e inestabilidad política.
En poco más de un mes, el asesinato del presidente y un terremoto volvieron a recordarle al mundo que Haití es un país inviable. Es la pobreza extrema de un pueblo sometido a la tragedia, con una gran cantidad de ONG metiendo la mano en los recursos y con poco apoyo real para infraestructura y generación de riqueza que permita un desarrollo sostenible.
Puede sonar obvio, pero hace rato la comunidad internacional debería hacer una intervención humanitaria, poner en marcha controles a quienes administren los recursos y apoyar una verdadera transformación de una sociedad de 11 millones de personas que viven entre ruinas. Si no es ahora, ¿cuándo?
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