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Foto: Samantha Madera/AL DÍA News Media
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En las protestas de inmigración, el amor triunfa sobre el odio

La concentración contra la inmigración que se llevó a cabo el 18 de julio frente al edificio en el que radica el Consulado de México en el distrito histórico de Filad

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La concentración contra la inmigración que se llevó a cabo el 18 de julio frente al edificio en el que radica el Consulado de México en el distrito histórico de Filadelfia reunió a más o menos unos 10 manifestantes como parte del “Día nacional de protestas contra la Reforma a la inmigración, amnistía y aumento de patrullas en las fronteras”. La concentración fue organizada nacionalmente por ALI-PAC y BALA –grupos contra la inmigración que existen desde hace mucho tiempo--, entre otros y, localmente, por organizaciones como Pennsylvanias for Immigration Control and Enforcement (Residentes de Pensilvania a favor del control y de la aplicación de la ley de inmigración). Se suponía que las manifestaciones sacarían a la luz y mostrarían la gran cantidad de personas a quienes les gustaría ver cerradas las fronteras y a todos los inmigrantes indocumentados deportados inmediatamente, inclusive –quizá especialmente—a los 52,000 menores de edad no acompañados que han sido detenidos desde octubre del año pasado. Pero en Filadelfia el pequeño número de manifestantes contra la inmigración se vio totalmente eclipsado por el número de personas en contra de los manifestantes, muchos de ellos de los movimientos Juntos y New Sanctuary.  

Fue difícil dejar de notar las diferencias entre los grupos. Quienes manifestaban contra la inmigración eran todas personas blancas de edad media o mayores y el único acento evidente era el acento irlandés de una mujer con quien hablamos. Los defensores de la inmigración, por el otro lado, eran latinos en su mayoría, mucho más jóvenes y ellos, hablaban de modos distintos, con acentos y sin acentos, en español y en inglés. Los defensores de la inmigración nos dieron sus nombres –hasta los indocumentados que se encontraban allí—a diferencia de quienes manifestaban en contra de la inmigración. 

Pero lo interesante de ver a ambos grupos juntos fue observar lo que ambos tenían en común: una mayoría evidente en cada grupo eran mujeres. Aunque los rostros y expertos a quienes vemos en las noticias nacionales en ambos lados del debate sobre la inmigración tienden más a ser hombres, las botas en el campo, tal como es, no lo son. 

Las mujeres, según un informe para el pueblo y la prensa del Pew Center, publicado en junio de este año, tienen más probabilidad que los hombres de estar a favor de que los inmigrantes indocumentados que ya se encuentran en el país puedan optar a la ciudadanía (78 por ciento de mujeres versus 73 por ciento de los hombres, de un total porcentual de 76 que está a favor de la elegibilidad de la ciudadanía).  Según el informe, solo 16 por ciento de las mujeres (del 23 por ciento de todas las personas que no están a favor de la ciudadanía) dice “debe existir un esfuerzo de aplicación de la ley para deportar a todos los inmigrantes que viven ilegalmente en los EE.UU.”. 

¿El número abrumador de mujeres situadas del lado de quienes están en contra de la inmigración fue, entonces, solo una anormalidad de Filadelfia?

Es poco probable. Una encuesta reciente realizada por Rasmussen Rport encontró que una mayoría de los probables electores estadounidenses tiene opiniones notablemente diferentes sobre los menores no acompañados detenidos en la frontera en comparación con sus opiniones sobre los inmigrantes que ya están en el país. 

El cincuenta y nueve por ciento de los encuestados por Rasmussen dijo que “el enfoque principal de cualquier nueva legislación sobre la inmigración aprobada por el Congreso debía ser enviar a los jóvenes inmigrantes ilegales lo más rápidamente posible de vuelta a casa”, y 52 por ciento de los encuestados dudaba que los niños inmigraban para escapar de la violencia y, por el contrario, creía que “llegan aquí por motivos económicos”. (Note que las preguntas de la encuesta fueron formuladas exactamente así, preguntando sobre “los inmigrantes ilegales” y “los jóvenes inmigrantes ilegales”, a lo largo de la encuesta.)

Quienes se encontraban reunidos en la concentración contra la inmigración en Filadelfia sin duda hacían eco de estos hallazgos. Las dos personas con quienes hablamos se expresaron apasionadamente sobre la deportación inmediata de los niños en la frontera, y ninguna creía que eran refugiados sino solo parte de una continuidad de lo que consideran políticas de “frontera abierta”.

Mientras tanto, del lado de los defensores de la inmigración de la manifestación, por lo menos uno de los testimonios personales expresados mediante el megáfono consistía de un relato directo de la inmigración provocada por un intento de secuestro y la violencia dominante. 

Aunque es descorazonador que las mujeres –quienes han sentido intensamente el efecto de las experiencias vivenciales que son ignoradas en cuestiones como la violencia familiar, la violación y el abuso sexual—se concentren a favor de políticas que ignoran las experiencias vividas por los inmigrantes, la diferencia en cuanto a las realidades no debería sorprendernos.

Un informe de Pew de 2013 sobre “Compromiso cívico en la era digital” confirmó que el carácter demográfico subyacente del compromiso, aún en la era del activismo digital, continúa siguiendo ciertos patrones establecidos hace mucho tiempo: “Específicamente, aquellos que viven en hogares de altos ingresos y quienes tienen educación universitaria o superior tienen constantemente más probabilidad que aquellos con ingresos o niveles de educación más bajos de participar en una gran cantidad de actividades cívicas o políticas –tanto en espacios en línea como fuera de línea”.  En cuanto al compromiso cívico en general –del que la asistencia a las concentraciones política se encuentra entre los indicadores más fácilmente visibles—el informe indica que “a pesar de la importancia creciente de las plataformas en línea cuando se trata de la actividad política de los estadounidenses, gran parte de la conversación cotidiana alrededor de estos asuntos se realiza fuera de línea. A nivel “cotidiano”, los estadounidenses tienen tres veces la probabilidad de hablar sobre asuntos políticos o públicos con otros a través de canales fuera de línea (como hablar en persona o por teléfono) de la que tienen a través de los canales en línea”.

Lo que significa, por supuesto, que hablan con sus vecinos, amigos, familiares – aquellos quienes tienen mayor probabilidad de compartir la misma opinión en base a un conjunto de experiencias personales similares. Y como la cobertura de los medios, también, crea un sentido de experiencia de vida compartida a escala nacional, no podemos ignorar la forma en que todos los “parlanchines” –ya sea los políticos o los comentaristas de los medios de comunicación—se han enfocado en la inmigración y la situación de los niños en la frontera, sobre todo. No escuchamos que se les llame niños –mucho menos niños refugiados cuya huida podría basarse en nuestra propia política exterior pasada en Centroamérica—sino como una “oleada” impersonal (y amenazadora).   

¿Quiénes están en contra de la inmigración y quienes defienden la inmigración estarán, entonces, condenados a situarse siempre en lados opuestos de este problema?

Nosotros elegimos creer que no será así. Elegimos creer que conforme os vecindarios se diversifican y los políticos y comentaristas de los medios de comunicación empiecen a venir de procedencias más variadas, nuestra “experiencia nacional compartida” se volverá menos de oposición, menos enfocada en una forma “predeterminada” de ver, hablar y entender. Elegimos creer que todos nosotros, si se nos da la oportunidad, escogeremos el amor frente al odio. Razón por la cual enfocamos nuestra cobertura en las experiencias vividas por los inmigrantes nuevos y viejos por igual, de los ciudadanos y no ciudadanos que son una parte integral del desarrollo de nuestra ciudad y nación. 

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